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En su libro Biomimética Organizacional, Edita Olaizola recoge esta frase “La naturaleza ha descubierto lo que funciona, lo que es apropiado y lo que perdura por lo tanto es el modelo a imitar. Es nuestra mejor mentora". Cada cierto tiempo vuelvo a ella porque encuentro en la vida de los seres humanos muchos paralelismos con ciertos fenómenos naturales. Recientemente me ha vuelto a ocurrir. En pocas semanas me he encontrado con varias lecturas que me han hecho pensar que quizás necesitemos poner, cada cierto tiempo, nuestras vidas en barbecho.
Vidas en barbecho

El titular de una de estas lecturas en el Diario El País es bastante ilustrativo: Turismo frenético: cuando necesitamos unas vacaciones de las vacaciones”[1]. En ella se refleja una consecuencia más de la “sociedad acelerada”, que también describe Harmut Rosa: la vida se vive con una sensación permanente de escasez de tiempo y la constante exigencia de hacer más cosas en menos tiempo, lo que nos lleva a estar pendientes del reloj, cronometrando cada minuto de nuestra vida para verificar si es productivo o no y si estamos cumpliendo con lo planeado. No se puede descansar en la sociedad acelerada porque eso implica perder productividad y dejar de ganar la batalla de la competitividad, incluso en las vacaciones.

La aceleración ha colonizado todos los espacios de nuestra vida, incluido el descanso. Las vacaciones ya no son un tiempo de pausa, reposo y desconexión de ese ritmo ajetreado, ocupado y frenético. Se han convertido en una agenda llena de actividades, visitas y experiencias, los horarios ajustados al milímetro para verlo todo y experimentarlo todo, una compulsión a exprimir el tiempo de vacaciones al máximo y un desdoblamiento de su experimentación, la física y la virtual, porque cada milímetro de nuestra actividad vacacional se comparte en redes sociales, a través de fotos y narración de la experiencia.

Dónde ha quedado dormir la mañana, pasear sin rumbo por una calle e ir contemplando lo que nos ofrece, detenerse en un lugar que nos llama la atención, deambular mirando lugares para comer y elegirlo por intuición, perderse y descubrir lugares inesperados o vivir alguna aventura fuera del guión. Todo está tan programado, tan planificado al detalle, tan controlado, que hasta hacemos fotos en el lugar exacto que nos indican las recomendaciones del guía, la guía o el blog de viajes de turno.

Desde principios del XX, las vacaciones de verano eran el paradigma del periodo de desconexión del trabajo. Resulta paradójico que su nacimiento esté tan asociado al desarrollo de la industrialización, la productividad y el rendimiento. Durante las vacaciones de verano millones de personas suspendían su vida habitual y cambiaban de rutinas, de horarios, de actividades, de escenario diario e, incluso, de lugar de residencia. Ponían su mente en off del trabajo y se abandonaban al disfrute. Con la llegada de la tecnología, internet, redes sociales y, sobre todo, con los mal llamados “teléfonos inteligentes”, el cambio de escenario es sólo físico porque nuestra mente, sigue conectada al trabajo a través del e-mail, el whatsapp, las redes sociales y otras aplicaciones.

El trabajo, o la vorágine diaria de internet, está con nosotros permanentemente a través de la ventanita del móvil. Por eso nos cuesta tanto desconectar en vacaciones, porque nuestro compañero de trabajo, de vida, el móvil, sigue con nosotros e impide que nos apartemos de todo lo que nos impide descansar y disfrutar del tiempo de ocio.

Me pregunto hasta cuando nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra vida van a poder soportar esta productividad frenética, que ni siquiera cesa en fines de semana, periodos de descanso y vacaciones. Gérald Bronner, autor de “Apocalipsis Cognitivo”, aporta datos sobre la disminución de las horas dedicadas al sueño en todo el mundo, desde principios del siglo XX hasta la actualidad: en Francia los adultos han reducido en 2 horas y 15 minutos su tiempo de sueño, en EE.UU 2 horas y media menos, dedicando a dormir 6 horas y media.

El incremento de las cifras de estrés[2], depresión, bajas médicas, infartos y deterioro de la salud que estamos sufriendo, deberían hacernos reflexionar sobre como estamos sobreexplotando nuestro cerebro y nuestro cuerpo a costa de la productividad[3]. Son voces de alarma de que nuestro organismo no da para más, necesita parar, recuperarse y nutrirse para poder seguir funcionando de forma saludable y óptima.

Al ritmo que vamos tendremos que poner nuestras vidas en barbecho cada cierto tiempo, dejando la actividad frenética y productiva, para descansar y no producir, aprovechando ese tiempo de “no producción” para recuperarnos, nutrirnos, a través de actividades que sirven, precisamente, para ello: dormir, deleitarse contemplando sin prisa y sin fotos una puesta de sol, pasear, leer una novela sin tener que reproducirla en redes sociales. En definitiva limpiar nuestra mente de toda la infoxicación a la que está diariamente sometida.

También en estos días publicaba El País un artículo sobre “El extraño caso de las retiradas de músicos españoles en su momento álgido: ¿grito de socorro o ‘marketing’?”, haciéndose eco de la oleada continua de “parones en las carreras artísticas” en personas que no están en edad de retirada, muchos no llegan a los 40 años, y, además, están en momentos de pleno éxito[4]. Más allá de que sus anuncios de retirada coincidan con lanzamientos de discos o giras, que podría ser una forma de aprovechar comercialmente la decisión, el hecho es que muchos cantantes están poniendo en barbecho su actividad artística, al menos la más vinculada a lo productivo, lo mercantil y lo mediático.

Las razones que aducen son el estrés, la necesidad de un descanso después de un largo periodo de trabajo, tiempo para reflexionar sobre su futuro, incidiendo en que el nivel de exigencia musical y extramusical es enfermizo, que parar es una cuestión de salud, necesitan fortalecerse ya que están desgastados. A la presión por publicar nuevas canciones, se unen las giras maratonianas y todo la actividad de promoción y marketing que les obliga a estar permanentemente en el escaparate, compartiendo cada minuto de su vida en las redes sociales.

Carlos López, que fue presidente de Sony España durante 12 años, explica en dicho artículo, como hace años el “barbecho artístico” era una práctica extendida: “el ciclo habitual era sacar un disco, hacer una gira y luego esperar más o menos un año y medio para volver con otro álbum y gira.” No se anunciaban las pausas artísticas porque era algo habitual dentro de esta dinámica. Sin embargo, ahora muchos artistas están sometidos a un gran estrés porque no solo componen, graban, ensayan y se van de gira, sino que también tienen que dedicar tiempo a las redes sociales, exponiendo y estando expuestos en cada milímetro de su vida, incluso la más íntima y personal, porque de ello depende la venta de discos, entradas y su popularidad. 

Entre los deportistas también se están dando estos paréntesis temporales, como ha sido recientemente el caso del jugador de baloncesto Ricky Rubio, o en el 2018 el del nadador Michael Phelps, 2012 la gimnasta gimnasta Simone Biles. Las razones son las mismas, necesidad de descansar, recuperarse del desgaste y cuidar su salud mental. Todos estos parones son lo que Harmut Rosa denomina formas intencionales de desaceleración, que se unen a los retiros, la práctica del mindfulness o los movimientos slow.

La naturaleza, la tierra, son sabias, saben que para dar los mejores frutos necesitan interrumpir la siembra y la producción. ¡Aprendamos de ella! Practiquemos el “barbecho vital” cada cierto tiempo, si queremos conservar nuestro equilibrio y nuestra salud. Se trata de incorporar a nuestro quehacer diario las pausas, respetar las horas de sueño, practicar una verdadera desconexión en nuestros horarios no laborales, dejar de hacer de forma compulsiva y acelerada y dedicar nuestro tiempo a otras cosas que nos ayuden a recuperar energía, nutrirnos, hacer limpieza y desintoxicarnos.

No podemos seguir viviendo bajo la pulsión de correr cada vez más, producir cada vez más,  consumir cada vez más y más rápido para mantener un sistema, un estatus y una vida que cada vez es más insatisfactoria. Una vida acelerada es una vida esclavizada, la presión del tiempo nos impide vivir con plenitud porque no nos permite experimentar de forma profunda. Nos llenamos de vivencias que se consumen una detrás de otra, pero no se quedan a vivir en nuestra memoria, no nos afectan íntimamente, no nos resuenan, son superficiales y efímeras, no podemos apropiarnos de ellas.

“Todo va tan rápido que perdemos el contacto con la vida” Hartmut Rosa.

 

[1] https://acortar.link/kygAMq

[2] https://acortar.link/nulgE4

[3] https://acortar.link/SRIr3s

[4] En el citado artículo se cita a artistas como Quevedo, Rigoberta Bandini, Vetusta Morla, Dani Martín, Pablo Alborán, Andy y Lucas, Tote King, Rayden, El Columpio Asesino, Miss Caffeina…https://acortar.link/LfzqCw

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