Los procesos de degradación medioambiental sugieren que la Tierra podría haber entrado en una nueva época geológica dominada por el ser humano, el Antropoceno. El término Antropoceno fue acuñado por Crutzen y Stroemer[i] por considerarlo apropiado para enfatizar el rol central de la humanidad en la transformación ecológica y geológica. La “Geología de la Humanidad” comenzó con la Revolución industrial a finales del siglo XVIII, pero desde mediados de siglo XX la intensidad de la actividad humana sobre el planeta se ha incrementado notablemente. Estos dos fragmentos definen con propiedad la problemática:
“Nos parece más que apropiado subrayar el papel central de la humanidad en la geología y la ecología proponiendo utilizar el término “Antropoceno” para la época geológica actual. Los impactos de las actividades humanas actuales continuarán durante largos períodos. Debido a las emisiones antropogénicas de CO2, el clima podría apartarse significativamente del comportamiento natural durante los próximos 50.000 años. Asignar una fecha más concreta al inicio del “Antropoceno” parece algo arbitrario, pero nosotros proponemos la última parte del siglo XVIII, aunque somos conscientes de que se pueden hacer propuestas alternativas. Sin embargo, elegimos esta fecha porque, durante los dos últimos siglos, los efectos globales de las actividades humanas se han hecho claramente perceptibles”[ii]
“Hoy las pruebas se amontonan: extinción de flora y fauna, micropartículas de plástico y aluminio en sedimentos oceánicos, depósitos masivos de nitrógeno y fósforo de uso agrícola que alteran los ciclos químicos básicos, los indicios radiactivos de las detonaciones de bombas nucleares desde 1945 hasta el final de las pruebas atómicas de superficie en los años sesenta y, por supuesto, el dióxido de carbono como principal de los gases de «efecto invernadero». En los años cincuenta, el CO2 en la atmósfera se medía en 315 partes por millón (ppm), superando las 280 ppm, la media aproximada a lo largo de los últimos 5000 años. En 2016 llegó a las 400 ppm y sigue creciendo”[iii]
Desde los años cincuenta del siglo XX se ha producido una “gran aceleración” con grandes impactos en los procesos naturales. El cambio climático de origen antropogénico está produciendo, no solo el calentamiento de lagos, ríos y océanos, sino fenómenos climáticos extremos. Las estimaciones del estudio Accelerated modern human–induced species losses: Entering the sixth mass extinction[iv] revelan una pérdida de biodiversidad excepcionalmente rápida en los últimos siglos, lo que indica que ya se estaría produciendo una “sexta extinción masiva”.
El concepto de Antropoceno ha sido objeto de diversas reformulaciones. Para Jason Moore, la definición de Antropoceno implica imputar una responsabilidad a una totalidad, los seres humanos, cuando en realidad sería un problema creado por una particularidad, el capitalismo —que, añadimos, habría adaptado diferentes formas, como el capitalismo de Estado o el capitalismo de libre mercado La responsabilidad “antropogénica” oscurecería la responsabilidad “capitalogénica” de la crisis ecológica. Para Moore, el concepto de correcto sería el Capitaloceno[v].
Por otra parte, esta transformación geológica ha sido intensificada por las tecnociencias. Las tecnociencias han logrado el progreso material de millones de personas y, al mismo tiempo, iniciado la destrucción de su propio hábitat. La técnica es el sujeto de la historia[vi] pero —hasta que el advenimiento de una singularidad nos supere, si es que tal profecía llega a suceder[vii]— ese “sujeto” consiste, en realidad, en un determinado modo de ejercer el pensamiento humano; el caracterizado por las matemáticas, las reglas formales, los procesos lógicos y las ciencias de la computación. Hoy nos encontraríamos en el comienzo de la Cuarta Revolución Industrial, una nueva era definida por tecnologías como la inteligencia artificial (IA), el internet de las cosas (IoT) o el big data:
“La revolución 4.0 se caracteriza por la existencia de máquinas y sistemas digitales permanentemente interconectados a lo largo del proceso de producción. Los cambios operados por la Industria 4.0 llevarían a periodos cortos en el desarrollo de productos, la individualización de los pedidos, la flexibilidad, la descentralización, y eficiencia de los recursos. Las posibilidades de este nuevo ecosistema se multiplicarían gracias a los avances tecnológicos emergentes en campos como la IA, la robótica, la IoT, el big data, el blockchain, la computación en nube, los vehículos autónomos, la impresión en 3D, la nanotecnología, la biotecnología, la ciencia de los materiales y el almacenamiento de energía”[viii].
La tecnociencia es la aplicación práctica de la ciencia, es decir, el conjunto de procedimientos y recursos a través de los cuales se aplican conocimientos científicos para obtener un resultado determinado. Esas aplicaciones, ingenios y artefactos, exigen, hoy, ingentes recursos naturales. Pensemos, por ejemplo, en la nube. Las “nubes” son, en realidad, almacenes repartidos por todo el mundo, llenos de ordenadores, situados en regiones frías capaces ofrecer energía barata. La nube está formada por ordenadores con millones de discos duros que están siempre encendidos, que se van estropeando y requieren ser renovados continuamente. Toda nuestra información y objetos digitales que preservan las nubes tienen un ingente consumo de energía y recursos, equivalente al consumo de electricidad de amplias regiones geográficas.
En consecuencia, podemos denominar más precisamente esta era de transformación geológica y ecológica: la tecnología ha hecho posible una nueva era geológica, el Tecnoceno[ix]. El Tecnoceno ha generado un progreso humano sin precedentes gracias a un tipo específico de inteligencia humana: la caracterizada por el cálculo, la programación y las reglas formales. Pero esta cultura científica es solo una posibilidad de la experiencia humana, de nuestro modo de ser-en-el-mundo. El poder de transformación y extracción de recursos del lenguaje natural humano es mucho menor, pero tiene otro tipo de virtud: el de orientar la acción humana hacia los fines verdaderamente relevantes y/o socialmente responsables.
Reconociendo el carácter plural de los lenguajes humanos —frente al reduccionismo cientificista que simplifica la realidad a magnitud y cómputo— quizá la recomendación es conservar —frente a tecnofobias, prohibiciones y moratorias— el ingenio y la innovación de las tecnociencias, pero orientarlas de forma virtuosa. En el ejercicio y práctica de la virtud, el uso del lenguaje natural es fundamental. Pensemos en el valor de la templanza y la modestia guiadas por el juicio de la prudencia, es decir, la cualidad de deliberar correctamente en cada situación o circunstancia particular. Esta inteligencia práctica —y no meramente técnica— es determinante para obrar bien. Y es que, para Kant, se puede ser bueno y estúpido, pero para Aristóteles la estupidez compromete la bondad[x].
En su “Ética a Nicómaco”, Aristóteles define la virtud como un estado, hábito o disposición que consiste esencialmente en la observancia de una medianía relativa a nosotros determinada por una regla, tal como la determinaría un hombre prudente. Los hábitos buenos son las virtudes, que requieren de un ejercicio práctico, de tesón, de constancia. La práctica de la prudencia, la mesura y la modestia ante una amenaza concreta —en nuestro caso, la crisis ecológica inducida por el uso de energía y materiales de las tecnociencias— permitiría orientar la situación con sabiduría sin realizar fáciles y simples enmiendas a la totalidad.
Referencias:
[i] Crutzen, P. J. y Stoermer, E. F. (2000). “The Anthropocene”. Global change newsletter, 41, 17-18.
[ii] Ibid.
[iii] Riechmann, J. (2019). “Antropoceno + Capitaloceno”. In O Antropoceno ea “grande aceleración”: unha ollada desde Galicia (pp. 67-93). Consello da Cultura Galega.
[iv] Ceballos, G., Ehrlich, P. R., Barnosky, A. D., García, A., Pringle, R. M., y Palmer, T. M. (2015). Accelerated modern human–induced species losses: Entering the sixth mass extinction. Science advances, 1(5), e1400253. https://doi.org/10.1126/sciadv.1400253
[v] Moore, J. W. (2017). The Capitalocene, Part I: on the nature and origins of our ecological crisis. The Journal of peasant studies, 44(3), 594-630. https://doi.org/10.1080/03066150.2016.1235036
[vi] Fernández Mateo, J. (2021). La técnica es el nuevo sujeto de la historia: posthumanismo tecnológico y el crepúsculo de lo humano. Revista Iberoamericana De Bioética, (16), 01-15. https://doi.org/10.14422/rib.i16.y2021.004
[vii] Kurzweil, R. (2005). The singularity is near: When humans transcend biology. New York: Penguin.
[viii] Fernández Mateo, J. (2021). ¿Cuarta Revolución Industrial? El reto de la digitalización y sus consecuencias ambientales y antropológicas. Revista Diecisiete: Investigación Interdisciplinar para los Objetivos de Desarrollo Sostenible, (4), 31-46. https://doi.org/10.36852/2695-4427_2021_04.01
[ix] Fernández Mateo, J. (2021). Aesthetic Anthropology in the Technocene: Epistemology & Nihilism. TECHNO REVIEW. International Technology, Science and Society Review, 9(2), pp. 61–78. https://doi.org/10.37467/gka-revtechno.v9.2807
[x] MacIntyre, A. (1987) Tras la virtud. Barcelona, Crítica.
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