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En estos días en los que las noticias sobre la prohibición de las manifestaciones del 8M debido a la pandemia han llenado los periódicos y ha habido opiniones para todos los gustos, donde se hablaba de salud pública y de mujeres, no pude evitar acordarme de una mujer en concreto: Florence Nightingale. Hace poco menos de un año escuché por primera vez hablar de ella y fue a Nieves Concostrina en su programa Acontece que no es poco. Su historia me fascinó desde el principio. Una mujer que hace 200 años rompió con los cánones tradicionales de su rol y de la época y consiguió profesionalizar la enfermería y salvar miles de vida, además de hacer importantes aportaciones a la estadística médica (fue la primera mujer miembro de la Royal Statistical Society).

Florence nació el 12 de mayo [1]de 1820 en el seno de una familia británica acomodada. Su destino estaba escrito: casarse bien y tener hijos. Cuantos más mejor. Sin embargo, ella lo cambió y con 17 años anunció a su familia que quería dedicarse a cuidar enfermos. Una tarea que por aquel entonces estaba desarrollada por mujeres de clase trabajadora, para la que no se necesitaba formación alguna y que se llevaba a cabo en pésimas condiciones de higiene.

Aprovechó los viajes que su posición le permitía hacer y visitó decenas de hospitales de diferentes países, Egipto o Francia, entre otros. Se formó como enfermera de manera autodidacta y estudió también matemáticas y estadística. En Londres dirigió una institución sanitaria para el cuidado de mujeres sin techo que le permitió poner en práctica un método de trabajo que tenía en la formación de las enfermeras y en la higiene sus pilares fundamentales. En aquella institución sentó las bases de la enfermería moderna.

Pero probablemente su hazaña más conocida la llevó a cabo en la Guerra de Crimea, conflicto bélico entre el imperio ruso y el reino de Grecia contra la alianza británica. Florence se presentó voluntaria en el hospital de campaña de Scutari (Estambul) con un grupo de 38 enfermeras formadas por ella. Era 1854 y las enfermedades estaban acabando con el ejército británico. La mayoría de los soldados enfermos no morían de las heridas de guerra sino de enfermedades como el cólera, las fiebres tifoideas o la disentería. Florence en seguida se puso manos a la obra y aplicó sus métodos, estableciendo protocolos estrictos de higiene y nutrición. Los médicos del hospital no aceptaron de buen grado estos cambios, y menos viniendo de una mujer, pero acabaron rindiéndose a la evidencia. El lavado de manos, tan de actualidad en estos momentos, se convirtió en imprescindible, junto al cambio de sábanas, la ventilación y la limpieza diaria de los espacios. Florence y su equipo consiguieron reducir la mortalidad drásticamente.

Se dedicó en cuerpo y alma a los enfermos. En el hospital de Scutari la conocían como la dama de la lámpara porque cuando todo el personal sanitario se retiraba ella paseaba entre los enfermos atendiéndoles y reconfortándolos con su presencia. El Times escribió en 1855 “Ella es, sin exagerar, el ángel de la guarda en estos hospitales,  y mientras su grácil figura se desliza silenciosamente por los corredores, la cara del desdichado se suaviza con gratitud a la vista de ella. Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas. “

Además de profesionalizar la enfermería y de incluir los protocolos de higiene, hoy básicos en cualquier centro hospitalario, Florence hizo importantes aportaciones a la estadística sanitaria. Mi reconocimiento en este ocho de marzo va para ella y para todas esas mujeres que a veces la historia olvida.

 

[1] Cada 12 de mayo, coincidiendo con el día de su nacimiento, se celebra el Día Internacional de la Enfermería

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Opiniónmujeres y ciencia8M2021

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