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El planeta nos está pidiendo auxilio a gritos. Por más que ahora mismo toda nuestra atención esté puesta en detener el avance del COVID-19, y sin restarle un gramo de la gran importancia que tiene este difícil reto, no podemos olvidar que, a día de hoy, frenar el cambio climático sigue siendo el primero de los grandes desafíos globales que tenemos como humanidad. Hemos estrenado un año nuevo, lo que quiere decir que ya queda uno menos para 2030, y cuanto más tiempo pasa, más difícil resulta confiar en que vamos a ser capaces de cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por Naciones Unidas para el siguiente cambio de decenio.

Los efectos del cambio climático los hemos percibido claramente el pasado mes de enero, que ha roto récords tanto de temperaturas altas como bajas: desde el frío extremo de Filomena en la primera quincena, cuando en varios lugares de España se registraron las temperaturas más bajas de toda la serie histórica (como en Molina de Aragón, con -25º), hasta los casi 30º alcanzados en Alicante a finales de mes, las temperaturas más altas de un mes de enero desde que se tiene constancia.

Pero no solo es el clima lo que necesita de nuestra intervención directa inmediata si queremos garantizar la supervivencia del planeta tal y como lo conocemos. Hay otros factores recogidos en los ODS que urge resolver, como las desigualdades sociales, económicas, laborales, de género o de acceso a los servicios básicos: agua, educación, salud… Los expertos de la ONU estiman que se necesitaría destinar 6 billones de dólares cada año hasta 2030 para cumplir los objetivos, es decir, entre 2 y 4 billones de dólares más al año de los que actualmente se están destinando, por lo que sería necesario movilizar muchos más recursos públicos y privados a gran escala, lo que hace imprescindible involucrar al sistema financiero.

Y aquí es donde entra en juego la inversión sostenible, o de impacto. Como cualquier inversión, su objetivo es obtener rentabilidad económica, pero al mismo tiempo pretende conseguir un impacto positivo en la sociedad o el medio ambiente, apoyando a empresas que trabajan para mejorar las condiciones de vida del mundo en que vivimos.

Energías renovables, investigación médica, descarbonización de la economía, biotecnología, acceso a agua potable… Existen diversas áreas en las que la inversión privada puede contribuir a cumplir los ODS, y por suerte, poco a poco han ido surgiendo cada vez más fondos y productos de calidad en los que poder depositar el capital privado para apoyar esta importante causa y al mismo tiempo sacar rentabilidad a ese dinero. Pero hasta ahora, todo esto se ha hecho pensando sobre todo en empresas y en grandes patrimonios.

Entonces, ¿qué pasa con los pequeños y medianos ahorradores, y con las nuevas generaciones de jóvenes que, más que nadie, están interesados en la supervivencia del planeta para asegurar su futuro pero no disponen de demasiada liquidez?

Si están concienciados con la importancia de tomar partido en esta carrera a contrarreloj de la Agenda 2030, sin duda muchos podrían mostrarse interesados en aportar valor poniendo a trabajar su dinero si, además, a cambio van a obtener también un retorno económico. Pero, en primer lugar, necesitarán a alguien que les ayude a empezar, les asesore sobre en qué fondos invertir y les explique cómo hacerlo. Y sobre todo, necesitarán que les tengan en cuenta aunque su capital disponible sea solo de 1.000 euros, o de 500 euros. Con el permiso de los lectores de DiarioResponsable, eso es precisamente lo que nos hemos propuesto con Micappital ECO: ayudar a las nuevas generaciones y a los pequeños y medianos ahorradores a invertir con criterios ambientales, sociales y de buen gobierno (AGS), y de forma rentable.

Siempre se ha dicho que muchos granos de arena forman una montaña, y ahora mismo cada pequeña aportación cuenta. Como decíamos, necesitamos más recursos financieros destinados al cumplimento de los ODS, por eso es importante democratizar el acceso a la inversión de impacto, que todo el que quiera pueda entrar en la dinámica, con independencia de que su patrimonio sea grande o pequeño. Y esa democratización pasa por que exista un servicio de asesoramiento accesible también para los pequeños ahorradores.

Porque no estamos hablando de donaciones o de filantropía: hablamos de inversión, y la inversión tiene que tener un retorno. Por ello es fundamental saber elegir bien en qué producto financiero ponemos nuestro dinero, y más si nuestro capital es modesto. Si nadie nos asesora, nos dará vértigo y tal vez nos echemos atrás. Pero si nos sentimos acompañados por un experto que nos ayuda teniendo en cuenta nuestras circunstancias, nuestras posibilidades y nuestro perfil de riesgo, nos dará confianza y todo será más sencillo.

Estoy seguro de que, si nos dan a elegir entre que nuestro patrimonio crezca, simplemente, o que crezca al mismo tiempo que ayudamos a mejorar el planeta, cualquier inversor concienciado elegiría la segunda opción. Incluso aquellos que nunca han tenido mentalidad inversora, se animarían a poner sus ahorros a trabajar si saben que así van a generar un impacto positivo en el planeta. La clave está en el acompañamiento.

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