Tenemos que hacer algo YA, porque, como dicen Eduardo Costas y Victoria López Rodas, catedráticos de genética, Las cosas están mal, mucho peor de lo que la mayoría de la gente piensa.
Prestamos atención porque nos va la vida en ello, literalmente. Y sentimos ambivalencia porque no vemos con claridad el grado de compromiso que la humanidad puede alcanzar para salir de esta horrible crisis climática que hemos provocado entre (casi) todos. Se ven avances en diferentes ámbitos, sí, y eso es muy bueno; pero esos avances son lentos, inconexos y desiguales en diferentes zonas del planeta.
Y sobre todo, esos avances se plantean desde una óptica antropocéntrica. Estamos convencidos de que los humanos somos los dueños y señores de la Tierra, y sobre ese concepto hemos levantado nuestra civilización y nuestra forma de "gestionar" el planeta.
No solo el planeta: empezamos a hablar, cada vez con mayor insistencia, sobre la posibilidad de trasladarnos a vivir a Marte. Algunos ejemplos:
Osman Elkin opina que los humanos, para 2024, "tenemos que convertirnos en una civilización espacial".
Carlos Fresneda explica los avances que se están mostrando en los museos últimamente. (Puedes leerlo aquí: ¡Nos mudamos a Marte! ).
Alexandra Dais Ginsberg propone colonizar Marte con cianobacterias, hongos, líquenes y plantas resistentes para que la vida tomara una dirección diferente, y sugiere que lograr que Marte fuera habitable serviría para probar que podemos resucitar también la vida en la Tierra.
Tal como yo lo veo, no estamos contentos con haber destrozado nuestra casa común: ahora nos planteamos ir a hacer lo propio en otros lares. Porque nos sentimos muy orgullosos de nuestros logros científicos, técnicos y empresariales, aunque se nos haya ido un poquillo la mano en todo este tráfago enloquecido. Al fin y al cabo, ¿quién va a poner trabas a lo que disponga la especie soberana sobre lo que pueda ocurrir a todas las demás especies vivientes?
Tenemos, como sociedad, un tanto arrinconada la ética. La RAE, en sus acepciones 4ª y 5ª respectivamente, define la ética como "Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida" y "Parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores".
Nuestra conducta en cualquier ámbito de la vida puede ser polinizadora, depositando ideas adecuadas para que germinen. Como dice Javier Gomá, el buen ejemplo estimula el conocimiento de lo mejor, y, en definitiva, lo bueno y lo mejor proporcionan más alegría que lo malo.
La ética, por otra parte, puede contemplarse desde muy diferentes ángulos, y en este caso nos puede ayudar la ética ambiental. Definición ABC se expresa así: La ética ambiental es la rama de la filosofía que considera especialmente las relaciones entre los hombres y el medio ambiente en el cual se desenvuelven, y que se preocupa y ocupa especialmente de regular que las acciones de los seres humanos no atenten contra el desarrollo y la evolución de los ambientes naturales.
A este respecto, José Antonio González Oreja nos dice que la biodiversidad alberga el mayor valor ético en la naturaleza: la variabilidad con la que la vida se manifiesta en el planeta Tierra. (Puedes leer el artículo aquí: La ética y el medio ambiente), y Aldo Leopold asegura que una cosa es buena si tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de las comunidades biológicas, y mala si actúa en sentido contrario.
Tenemos, como sociedad, que ir evolucionando de la visión antropocéntrica a la visión biocéntrica: la ética de la Tierra. ¿Nos ponemos a ello? Creo que merece la pena, porque la alternativa no es demasiado atrayente…