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¿Debe la acción social de la empresa apoyar proyectos de cooperación? Esta pregunta, habitual en algunos de nuestros públicos, suele justificarse con un recordatorio de “la que está cayendo aquí”. Tras reflexionar sobre algunas anécdotas de su viaje a Benín, el autor propone una respuesta dual a la cuestión

I

Fô Bouré, norte de Benín. El color rojizo del atardecer se mezcla con el polvo ocre de los caminos. Trato de escribir pequeñas historias sentado en un tronco pero un grupo de niños me rodean: un niño de unos cuatro años y tres niñas de cinco o seis, con sus hermanos sobre las espaldas.

Miran la escritura y no dicen nada, pero cuando dibujo la casa que tengo enfrente se ríen, y señalan mi mano como si intuyesen una presencia mágica en el bolígrafo. Sus ojos se mueven con rapidez desde el dibujo hasta el objeto dibujado y luego tratan de repetir la hazaña, aunque por la dificultad para asir el bolígrafo intuyo que su escolarización es muy pobre.

II

Unos días antes estaba en el aeropuerto de París, mirando de reojo los precios de los Saint-Emilion. Esperaba el embarque ojeando un artículo de Monocle sobre la expansión de los tiempos de trabajo en un mundo global; non-stop around the clock, titulada la portada. Siete horas más tarde, levanto la vista sobre un letrero que anuncia Welcome to Cotonou. Estamos en Benín.

 “¿Has tomado el Malarone?”… “ no te tomes a broma la malaria que yo ya he pasado dos”… “Une bière s’il vous plaît!”… “¿os habéis dado cuenta de que llevamos una hora esperando la comida bajo 35 grados?”…”Tranquilos, c’est l’Afrique”… Mientras me dejo arrastrar por frases inconexas de mis compañeros de viaje observo el entorno con la mirada de un antropólogo clásico. No quisiera perder las formas de actuar y relacionarse las personas…. pero tampoco olvidar las preguntas que en más de una ocasión me habían hecho en España: ¿pero qué hacéis vosotros en Benín?, ¿por qué colaboráis en proyectos de cooperación con la que está cayendo aquí?

III

En el norte del país, en el Centro Nutricional de Nikki, una abuela tumbada en una esterilla me indica que me siente, que abrace a su nieto. “Esta prueba de aceptación sería mucho para esta mujer “, recuerda el anfitrión del viaje. Tras fallecer en el parto su hija –y madre del bebé-, y siguiendo las tradiciones de la etnia, el bebé debía fallecer por ser portador de mala suerte. La abuela se rebeló contra la costumbre y sufrió la exclusión de su comunidad. Ahora se encuentra en el Centro de las misioneras Terciarias Capuchinas sabiendo que aquí, en unas semanas, su nieto se recuperará y podrá volver al pueblo. Pero no era la primera vez que venían; no había regreso a la aldea sin hambre. Era un bebé portador de malos augurios, motivo de rechazo para los suyos y, para su padre, fuente de vergüenza.

A un día de viaje visitamos un conjunto de aldeas que habían inaugurado un depósito comunal y fuentes de agua potable. Se había reforzado la solidaridad entre las familias, pero también incrementado la escolarización infantil, pues los menores ya no tenían que caminar durante horas con sus madres para buscar agua. La liberación del tiempo les había llevado a escuela.  El pozo de agua, imprescindible para la salud pública y la agricultura, también se había convertido en un medio para fines sociales y educativos.

Tras otro largo viaje en jeep hacia la ciudad de Cotonú, descubrí  la motivación de un grupo de mujeres  para asistir a talleres de costura o peluquería. En estas aulas imaginaban un futuro fuera de los hogares en los que prestaban servicio doméstico sometidas, en muchas ocasiones, a vejaciones diversas. Una exiliada nigeriana -con siete hijos y cuarenta años- nos reconoció que soñaba con coser sus propios diseños, aunque sabía que sin dinero no podría comprar buenas telas y, sin telas, nadie se  interesaría por su trabajo. Los tejidos como medios. “¿Y en España?, ¿crees que podría vivir en España con mi familia, con mis hijos?”, me preguntó. No supe responder, aunque aseguró que había entendido el significado de mi mirada hacia la ventana.

IV

Este viaje tenía como principal objetivo conocer el destino de un programa de ayuda a la cooperación. Se había ofrecido a los clientes de una cadena de supermercados -Supermercados Alimerka-, la donación de sus vales de descuento para programas de atención a niñas y mujeres en Benín. Más de diez mil clientes se habían implicado con la campaña y era necesario supervisar y evaluar el destino de los fondos…pero también, no puedo negarlo, reflexionar sobre el papel de la acción social de una empresa española en el continente africano.

Surgen las dudas: ¿Qué hacemos en África?, ¿debemos colaborar con proyectos en países en desarrollo o centrarnos en el entorno próximo?

La respuesta es dual; si pensamos en un nivel macro, la argumentación es negativa: no podemos abordar la complejidad del cambio estructural que habría que asumir, pienso mientras ojeo un libro de un alto funcionario del Banco Africano de Desarrollo que, bajo el título de L’Afrique au secours de l’Afrique (África en ayuda de África), cuestiona la eficacia de la ayuda al desarrollo y defiende la necesidad de una Unión u organización panafricana para el desarrollo de sus poblaciones. Toda una propuesta macro y a largo plazo.

¿Y el bebé de Nikki?, ¿y la madre que sueña con una realidad mejor para sus hijos? La respuesta micro e inmediata nos dice que sí, que allí hemos de estar, pues no existen barreas geográficas para el apoyo a los más vulnerables. En la acción social no hay fronteras, hay personas, y si actuamos con una perspectiva de sostenibilidad, la cooperación al desarrollo también es coherente con la responsabilidad social de las organizaciones, definiendo programas o líneas de actuación coherentes con la filosofía de la organización. Todo ello sin olvidar que estas acciones no se deciden desde un despacho sino contando con la cultura local, lo que implica sentir, observar, y dirigir nuestra mirada hacia niños como aquellos que querían el bolígrafo con el sencillo deseo de aprender a dibujar.

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