Publicado el

Quien me conozca (o me lea) sabe que siento fascinación por la ciencia ficción y en particular por las distopías.  Sea una sociedad autoritaria con un “Gran Hermano” que lo observa todo; humanos intentado sobrevivir tras un apocalipsis zombie; o alimentándose exclusivamente de soylent green; encuentro -cuanto menos- interesante imaginar hasta dónde nos llevará el porvenir si seguimos siendo como somos ahora.

La mayor parte de las distopías describen sociedades que son consecuencia de tendencias sociales actuales y que llevan a situaciones totalmente indeseables (Wikipedia). Precisamente por eso se me antojan tan verosímiles. ¿Qué sociedad tendremos en 200 años si seguimos superponiendo la “seguridad” a los derechos fundamentales de la libertad y la capacidad de elección? ¿Hasta dónde llegaremos si vemos el dolor y el sufrimiento tan ajeno, tan extraño, como si aquello ocurriese en una galaxia muy muy lejana?

En la novela “Un mundo feliz” (A Brave New World, título original), Aldous Huxley nos presenta una sociedad en la que ya no hay sufrimiento porque cada persona, desde que nace, ha sido sometida a un acondicionamiento para hacerle creer que todo es perfecto y que no hace falta aspirar a más de lo que se le ha determinado.  Una sociedad en la que todos consumen soma, una droga legal y suministrada por el gobierno para que nadie tenga la lucidez necesaria para ver lo que realmente sucede a su alrededor.

Un mundo donde la mayor atracción turística es visitar una reserva en la que viven los últimos humanos salvajes que se negaron a someterse al nuevo orden.

Un mundo feliz en el que no hay familias; de hecho, un mundo libre de ataduras sentimentales, hedonista y consumista, donde lo más importante es el placer individual.

Un mundo en el que no hay amor porque es considerado un sentimiento primitivo y las mujeres tienen “sucedáneos de embarazo” para aliviar su tensión natural porque ahora los bebes se fabrican en serie (al igual que los coches) a través de complejos procesos químicos.

Hoy he leído que Facebook y Apple ofrecen congelar los óvulos de sus empleadas (The VergeEl País), no sea que ser madre (en esa edad que millones años de evolución han determinado como óptima) se convierta en un impedimento para trabajar y conseguir el éxito profesional.

Mientras algunos aplauden la iniciativa, yo no puedo evitar que se me pongan los pelos de punta y sentir que volvemos a perder terreno ganado con sudor y lágrimas.

Al igual que en el caso de Mohamed El-Erian, antiguo CEO de Pacific Investment Management Company (PIMCO) que dejó la empresa para participar activamente en la crianza de su hija (1), parece que la única alternativa posible es renunciar a trabajo o a familia, porque no se pueden tener ambas. O no cuando tu quieres.

Ya lo dijo Indra K. Nooyi, CEO de PepsiCo: no se puede tener todo. (2)

Si antes las mujeres teníamos que luchar para no ser despedidas de nuestro trabajo al quedarnos embarazadas, ahora tenemos que agradecer (cáptese la ironía) que nos permitan ser madres después de los cuarenta.

Entre tanto, tendremos que seguir escuchando que no pedir un aumento de sueldo -para igualarlo al de colegas masculinos, que teniendo el mismo nivel de responsabilidad ganan un 30% más- trae buen karma (3) o que no te van a contratar si tienes entre 25 y 35 años (4).

Definitivamente, vivimos en un mundo feliz.

En este artículo se habla de:
Opinión

¡Comparte este contenido en redes!

300x300 diario responsable
 
CURSO: Experto en Responsabilidad Social Corporativa y Gestión Sostenible
 
Advertisement
Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies