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La publicidad determina, en muchas ocasiones, nuestra decisión de consumo. En materia de alimentos sucede lo mismo, bajo la ironía que para sentirte bien, sentirte libre, ser especial y único “debo” tomar tal o cual alimento. 

 

¿Decidimos nosotros lo que comemos?, A priori nosotros decidimos qué comer. Nuestra elección en materia de alimentos está marcada por nuestros gustos, costumbres, creencias y nuestra situación económica, entre otros factores, pero lo cierto es que llegado el momento de elegir, parece que nuestras elecciones han sido condicionadas mucho antes de enfrentarnos a la decisión de qué comprar para comer.


No es un secreto que las industrias dedicadas al negocio de la alimentación y las bebidas invierten, cada año, cantidades millonarias en campañas publicitarias con el objetivo de posicionar sus productos entre los preferidos del consumidor.


A través de la presión mediática, el mensaje constante que nos llega, es que para ser "feliz, especial y único", debemos elegir tal o cual alimento. Esto nos lleva sin darnos cuenta, a la estandarización de nuestros gustos, bajo la falsa idea de que somos libres y que podemos elegir. Estamos en un mundo, donde hoy más que nunca, se tiende a la homogenización de nuestras elecciones, ya no sólo en la moda, sino que también en lo que comemos.

 

Tampoco escapamos de las grandes campañas de publicidad que fomentan la "necesidad de tener que consumir" tal o cual producto para estar más sana, para estar más guapa, para evitar el colesterol o la deficiencia de calcio. Y así, sin el consejo de un dietista-nutricionista o de un médico, muchos consumidores excluyen o incluyen de su dieta algunos alimentos, que igual no son los más acertados.  A tal grado llega la publicidad, que algunos mensajes proponen, por ejemplo, que es lo mismo y sale más barato comprar un producto envasado que un producto fresco y natural y, puede ser que salga más barato, pero nutricionalmente no es lo mismo y esto es lo que tenemos que reflexionar como consumidores.

 

El reto es aprender a valorar la calidad frente al precio, pero no la calidad entendida como las garantías sanitarias que me ofrece el producto –que es primordial-, sino  reflexionar sobre la calidad nutricional de lo que compramos y el precio que pagamos por estos alimentos.

 
Está claro que no hay productos malos, ni buenos. Pero si es cierto que hay dietas correctas o incorrectas. Pero ¿cómo configurar una dieta correcta cuando nos vemos acechados y presionados por un sin fin de mensajes? Difícil. Aunque la elección sea nuestra, cuando nos toca elegir, finalmente escogemos aquello que hemos visto repetidamente, con el mensaje de sentirse mejor, de tener éxito, de ser especial, de ahorrarnos tiempo, de estar sanos, de no hacer ningún esfuerzo. No cabe duda, en el fondo, no decidimos nosotros, ya han decidido por nosotros, diciéndonos qué comer, cuando comer y como comer… y lo más irónico: para ser únicos, especiales y libres.

 

 ¿Qué nos queda?, ser más críticos con la publicidad (sin caer en la paranoia) y reivindicar nuestro legítimo derecho a elegir. No porque lo haya visto en un anuncio es verdad, ni tampoco voy a ser más guapo o más libre. Los consejos  sobre una alimentación correcta tienen que venir de un profesional (nutricionista o médico) o bien de la administración pública competente, de quienes se esperan opiniones objetivas y neutras, alejadas de intereses particulares.

 

Gretel Cabrera Galich
Responsable Depto. Nutrición e Higiene Alimentaria
Confederación de Consumidores y Usuarios –CECU-

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