Siento la necesidad de mostrar mi gran admiración por el inmenso valor de las mujeres extraordinarias. Sutiles heroínas; integrantes de un privilegiado grupo de féminas que asoman en la cima de la honestidad humana, que reflejan el cenit de lo que es admirable y sincero; que no tienen nombre, porque ninguno brilla lo suficiente. No sería el mundo un lugar mágico y sensible sin esas mujeres que resplandecen y que elevan la conciencia de la humanidad. Sin ellas, las gloriosas, las inmunes al sacrificio, no sería la vejez una fuente de experiencia, de admiración y de ternura, engalanada siempre por sutiles cuidados de una mujer. No sería la niñez el germen de la alegría y la inocencia agarrada de la firme mano de una mujer. Ni sería la amistad el espacio de diálogo sincero y veraz que ayuda a mantener el amor entre las personas. Son MUJERES EXTRAORDINARIAS, únicas…dignas de la admiración que ahora les dedico.
Una de ellas es Pilar, que atesora en sí misma muchas de las cualidades que desembocan en generosidad, primor, dulzura, inteligencia, indulgencia, afabilidad y perdón…este último como máximo exponente de la valiosa sensibilidad que una persona puede mantener viva en su corazón, hasta el punto de alejar el rencor de cada una de sus células, olvidar el resentimiento y guardar bajo la llave de la entereza, cualquier atisbo de odio.
Pilar es miembro de una familia numerosa muy unida, en la que ella tuvo siempre un papel primordial de conexión y unión familiar, acogiendo a todos sus miembros a su alrededor. Con uno de sus hermanos hubo un fuerte conflicto familiar y perdió la relación con él. Eso le causó un gran dolor interior que se mantuvo en el tiempo. Al cabo de los años, estando su hermano al borde la muerte, Pilar vivió el perdón como algo sagrado que le devolvió la paz.
A ella le dedico estas palabras:
PILAR, no eres tú la causante del terremoto emocional que eres capaz de protagonizar con la purísima sensibilidad que aflora de tu gran corazón y que remueve todo lo que parecía no tener arreglo…es tu intensa relación con la palabra más sagrada del vocabulario: amor.
Aunque la vida te arrastre y escuches palabras necias, rencores, odios, situaciones inaceptables, nunca dejarás de sentir el apego por los tuyos, por tu familia…y lo guardarás en el lugar más recóndito; escondido bajo tu sombra para que no se note que lloras amargamente el distanciamiento del polémico hermano.
Que toda tu aura emita dulzura; que el primor determine tu forma de acariciar la vida, no difumina tu grandeza. Ni siquiera nubla la enorme gracia del perdón, de la indulgencia que el mundo te ha puesto en el camino para ponerte a prueba.
Perdonar…verbo sagrado; casi prohibido en las emociones humanas. Cuando creías que estabas ante lo imperdonable…cuando todo se rendía a los pies del razonamiento y la cordura; sin más interpretación que lo que la mente estudia y analiza sobre el peor de los comportamientos humanos, …aparece el perdón…aparece el llanto, el sentimiento, la empatía… la lástima y el afecto por el hermano confundido, alterado por su alterada vida…superado por la enfermedad y la cercana muerte.
Tu mente sabe desglosar sin quererlo, cada una de las sílabas que forman la palabra “compasión” y se entrega al enorme océano de su significado; le regalas los cuidados que su cuerpo y su alma necesitan; con la paciencia y la dulzura que guardadas para él.
Sorteando las maldades, las disputas, los engaños... ya sólo ves a tu hermano equivocado; ya sólo buscas el recuerdo de su niñez; esa niñez entroncada con la tuya; ese juego de hermanos abrigado con amor; esa nostalgia del pasado vivido con paz y con alegría.
Y te entregas a endulzar su muerte con las gotas de amor que te quedan en el recuerdo de su compañía. Y él se va…abrazado al perdón, a tus cuidados y a la nostalgia del amor de hermanos…en paz…
Da miedo la altura a la que te has asomado, Pilar. Eres, claramente, una MUJER EXTRAORDINARIA.
