Estamos cansadas de decirlo: paren de matarnos. Estamos cansadas insistir en que nuestro cuerpo es nuestro y de nadie más. Hartas de tener que avisarles a nuestras amigas cuando llegamos a casa y a nuestras madres que se queden tranquilas que no caminamos solas. Las deudas de la sociedad con nosotras son muchas y la pandemia no ha hecho más que acrecentar la lista.
Son muchísimas las razones para hoy pedir igualdad con más fuerza que nunca. Con la rabia en la boca por el aumento de los femicidios en el mundo entero durante el confinamiento, la sobrecarga de las tareas de cuidado en los hogares, el impacto mayor del cambio climático en las mujeres y la falta de políticas públicas con perspectiva de género en el período actual de recuperación. Rabia y enojo de existir en un mundo en el que, para la mitad de la población, todo es más difícil y peligroso.
Un nuevo 8M nos convoca, en todas las latitudes, a hacer un repaso de los avances que hemos conseguido las mujeres cis y trans en los últimos años, a costa de mucho esfuerzo y organización. Pero también nos exige trazar cuál es el camino que todavía nos queda por recorrer. Los derechos que aún nos quedan por conquistar y defender. Y a pesar de todo, lo hacemos con alegría y juntas. Organizando la rabia y defendiendo la alegría como bandera, convencidas de que vamos a seguir hasta cambiarlo todo. Como dijera la gran Angela Davis: “No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar.”