¿Ha agotado la RSE, todas sus posibilidades como teoría transformadora del papel de las empresas en la construcción social del Siglo XXI? Me parece una pregunta crucial en el debate ideológico que atraviesa el mundo socioeconómico después de la larga y profunda crisis económica y financiera que estamos viviendo desde 2007.
Naturalmente, esta es una pregunta ociosa, yo diría que incluso pretenciosa `para quiénes nunca vieron en la RSE -y son legión- una vocación innovadora sobre el papel y las responsabilidades sociales de la empresa en la nueva sociedad globalizada e integrada por sus stake holders. Pero también hemos sido muchos los que hemos impulsado esta nueva función social de la empresa con una ambiciosa mirada en sus potencialidades para contribuir a la sostenibilidad medioambiental, a la dignidad y justicia del trabajo y de las relaciones laborales y para hacerlas partícipes en la superación de los problemas sociales de su entorno: desempleo, exclusión, formación, etc.
Para quienes hemos sostenido esta idea como motor o impulso de una RSE integral y exigente, el desarrollo de esta teoría sobre la empresa del futuro y, sobre todo, su aplicación práctica, ha llegado a un punto muerto.
El mundo empresarial, el mediático, las escuelas de negocios y, desde luego, muchísimos ámbitos de la administración pública nacional y europea, conciben la RSE como un mero instrumento de gestión de la empresa ligado a sus crecientes espacios de interconexión con la sociedad de la comunicación, los consumidores, el medio ambiente, las crecientes demandas de información y transparencia desde los mercados financieros y la reputación corporativa en general que reclaman las marcas en el Siglo XXI.
Casi todos ellos se quedan ahí. Inclusive mucha de la investigación y de la docencia universitaria sobre esta materia, se limitan a extraer de este nuevo marco de relaciones de la empresa con sus stake holders, todo un conjunto de técnicas y de instrumentos para suavizar los impactos sociales y medioambientales de las empresas y favorecer la reputación corporativa de las compañías, lo que ha acabado por convertir a la RSE de la mayoría de ellas, en un elemento instrumental, sectorial y colateral de la gestión empresarial.
En su origen, la RSE era solo eso. Pero muchos creíamos -y seguimos haciéndolo- que la empresa impulsada por esas nuevas realidades y exigencias de la nueva sociedad, se acabaría sumando así a los esfuerzos que los poderes públicos y la sociedad realizan a favor de una economía generadora de empleo y bienestar y de una sociedad sostenible y cohesionada. Quizás fuera ingenua esta pretensión pero, una RSE sin esa ambición se convierte en una simple técnica de gestión sin interés social.
Esta concepción “técnica” de la RSE, desprovista de una carga ideológica y filosófica sobre la función social de la empresa y el insuficiente desarrollo práctico de la idea, están en el origen de un nuevo debate que pretende trascender la RSE, superarle podríamos decir, y trasladar la idea central de la ética y de la responsabilidad en las empresas, a una dimensión más amplia: el mercado (los productos y servicios) y la economía en general, bajo la denominación de “La economía del bien común”, en expresión inglesa de sus promotores: Economy for the Common Good (ECG).
Junto a este intento de superación de la RSE, con un concepto más ambicioso y profundo, el fundamento de la idea surge de los enormes descontentos sociales que han provocado la crisis económica y la creciente exigencia social medioambiental y, concretamente de lucha contra el cambio climático. Efectivamente, muchos señalan el deterioro de los pilares del Estado del Bienestar en Europa como el preámbulo de una cierta ruptura del contrato social que legitima incluso, el sistema democrático. Unido todo ello a la crisis política de las instituciones democráticas afectadas gravemente por la corrupción, el desgaste de los partidos políticos y la imposición fáctica de los mercados financieros a las decisiones políticas, han acabado por generar una verdadera crisis sistémica.
La Economía del Bien Común recoge este descontento y lo transforma en un modelo de economía alternativo, no tanto cuestionando el mercado y sus reglas, sino introduciendo en su funcionamiento una especie de exigencia social para primar los productos, los servicios y las empresas que respondan a un modelo auditado de modelo económico que puede contribuir con éxito a la Estrategia Europa 2020, en particular:
- Impulsando la tasa de empleo y mejorando la calidad de los puestos de trabajo existentes (la "dignidad humana" y los valores de "justicia social");
- Fomentando la innovación social en la sociedad civil y en la empresa y las esferas políticas (valores "de participación y democracia");
- Reduciendo las emisiones de CO2, promoviendo las energías renovables, mejorando la eficiencia energética y reduciendo el consumo de energía ("sostenibilidad ecológica");
- Disminuyendo la población en riesgo de pobreza o que sufre exclusión social ("justicia social" y "solidaridad")
La idea se refuerza en que la demanda social en torno a estas ideas está creciendo en todo el mundo y que una economía basada en estos valores, está además recogida en el espíritu y en la letra de las Constituciones democráticas, lo que la convierte en una demanda legitimada por las leyes. La concreción de la estrategia para el desarrollo de la EBC, se sustenta en un Modelo de Balance o de Memoria que evalúa los conceptos que la integran en los diferentes ámbitos antes citados, con la particularidad de que el Balance debe ser obligatorio y debe ser: 1. Universal; 2. Medible en los puntos neutrales; 3. Comparable entre compañías; 4. Comprensible para las partes interesadas, 5. Pública 6. Auditada externamente 7. Obligatoria 8. Legalmente vinculante.
A partir de aquí, lo ya sabido: Un “Label ético” certifica a los productos, a los servicios y a las empresas; una autoridad pública para otorgarlo y hacerlo homologable y cierto. Premios para sus poseedores, castigos de mercado para quienes no los posean, etc. etc., hasta llegar a crear una banca ética como modelo financiero alternativo.
¿Tiene futuro la Economía del Bien común? Debería. Pero, mucho me temo que parecidos problemas a los que ha tenido la RSE en su desarrollo, le serán aplicables. Por ejemplo:
Expongo estas objeciones como una contribución sincera a un debate en el que participo constructivamente y a una idea que personalmente me agrada y suscribo. Pero, la experiencia del desarrollo de la RSE, me obliga a hacer estas precisiones para que seamos capaces de superarlas y para que trabajemos en la buena orientación.
Personalmente estoy más cerca de la Economía del Bien Común, que de aquellos que proclaman el fin de la Economía de Mercado, incluso del capitalismo mismo, pero no son capaces de ofrecernos un modelo alternativo para la economía del mundo global. Por lo menos, un modelo conocido y de éxito. Ya somos muy mayores para creer en los panfletos o en las consignas de protesta sin alternativas.
La izquierda socialdemócrata tiene la necesidad de renovar su proyecto para hacer compatible productividad y cohesión social y no está siendo fácil hacerlo, todo hay que decirlo. Pero esas aspiraciones de Igualdad en la Libertad que atraviesan nuestra historia, son más factibles con la intervención pública sobre los mercados que, con su supresión y la Economía del Bien Común, camina en esa dirección, incorporando al Mercado valores que deseamos y por los que luchamos. Bienvenidos pues y ¡A por ello!
Ramón Jáuregui Atondo
Eurodiputado del PSOE