Es paradójico incluso que, después de haberse construido toda una arquitectura institucional y socioeconómica para hacerla posible (la igualdad como dignidad personal y como materialidad de las mismas oportunidades ante la vida), su conquista vuelva a ser cuestionada. Lo cierto es que la crisis y sus demoledores efectos, están desnudando un debate quizás adormecido, o simplemente confundido, respecto a una creencia demasiado extendida: Que el crecimiento económico y la libertad de los mercados aseguraban no solo el progreso, sino también la reducción de las desigualdades.
No es que estas creencias hayan resultado falsas totalmente. La globalización económica, por ejemplo, ha aproximado la igualdad entre países. Eso es innegable. Tampoco lo es que la redistribución social interna en los países reclame que la tarta de la riqueza crezca, es decir, que el crecimiento económico permita la política de redistribución. Lo que estamos observando es que esas políticas de redistribución en el origen (Progresividad Fiscal) y en el gasto (discriminación positiva de las políticas sociales) se han ido reduciendo frente a los efectos “naturales” de desigualdad del mercado, y lo que se está confirmando es que la crisis ha agudizado las diferencias, empobreciendo a las clases medias y aumentando el número de pobres y la dimensión de su pobreza en los niveles más humildes de la sociedad.
Es así como, en solo unos meses, el debate sobre la desigualdad social ha entrado, de nuevo, en nuestras preocupaciones y ocupa las más brillantes e interesantes páginas de libros, revistas y diarios del mundo. Es así, también y esto es lo importante, como toda esta reflexión intelectual y esa preocupación social están provocando un interesantísimo debate ideológico propositivo sobre la manera de atender, de nuevo, esta demanda de justicia social y de dignidad humana.
Krugman fue el primero en denunciar el crecimiento de las desigualdades en el reparto de la renta y Thomas Piketty el último en aportar un voluminoso y documentadísimo estudio sobre el reparto de la riqueza a lo largo de la historia del Capitalismo. Uno y otro han documentado una sensación más primaria y más viva de millones de personas que ven y sufren la aparición de nuevas brechas en el origen de las rentas y en el reparto de los beneficios. Tan es así que, aquí en Europa, donde más habíamos avanzado en la construcción del Modelo Social, a través del Estado del Bienestar como complemento de la Economía de Mercado, se alzan voces que alertan incluso sobre la ruptura de “nuestro contrato social” ante el crecimiento del paro (12% y 26 Millones), ante la población pobre (25% y casi 120 Millones) y ante la devaluación del modelo sociolaboral que se expresa en la precarización del empleo, en la mercantilización del trabajo, en la aparición de nuevas y crecientes brechas salariales.
El debate europeo actual sobre la deslegitimación democrática que sufre la Unión y sobre el desafecto que arrastra la idea europeísta, no se aleja de esta denuncia que atraviesa a la población europea. Porque Europa no es un espacio geográfico. No es un marco institucional. No es un mercado interior sin fronteras. Es todo eso, desde luego, pero es sobre todo, una manera de concebir la vida y el mundo.
Europa es Democracia, Derechos Humanos., Estado de Derecho, libertades, ciudadanía… y modelo social. Es también y sobre todo Estado del Bienestar. Europa necesita una nueva “razón de ser”. Ya no basta con evitar los horrores de ayer. Hay que generar beneficios futuros que se puedan percibir en lo cotidiano. Y, como dice J. Habermas, el único proyecto político que puede movilizar a los ciudadanos es la pervivencia del “modelo social”, o del modo de vida europeo, frente a la globalización.
Para ello es necesario aumentar la dimensión social de la Unión Europea y reforzar su legitimidad democrática. Por eso, hablando sobre ese pilar social ausente, ¿Cuáles deberían ser nuestras reflexiones ante este peligroso deslizamiento de la desigualdad en nuestros países?
La primera tiene que ver con nuestro sistema fiscal. La Fiscalidad debe retomar su función redistribuidora. Cuando oímos a los expertos fiscalistas, parece como si la fiscalidad solo debiera ser, junto a sus propósitos recaudadores naturales, un elemento de dinamización económica. Hemos llegado a hacer bueno ese axioma neoliberal tan dañino como falso, “cuantos menos impuestos…más actividad económica y más recaudación”.
En segundo lugar debemos recuperar una aproximación en los abanicos salariales. Estos se han disparado desde los viejos abanicos de los setenta y ochenta de 1 a 10 ó 1 a 15, hasta los actuales 1 a 500, incluso 1 a 1000.
La superación de las brechas salariales es urgente. Hay brechas entre hombres y mujeres; entre fijos y temporales. Diferencias abismales entre empleados del conocimiento y trabajadores manuales y entre ejecutivos y empleados en general. Es necesario implantar salarios mínimos y recuperar la negociación colectiva que garanticen salarios más próximos.
El combate a las desigualdades exige repensar nuestras políticas. Brevemente y con objeto de ser sistemático, quiero exponer algunas líneas básicas:
1) Medidas para avanzar en la igualdad de oportunidades:
a) La igualdad en la Educación.
Proveer a los ciudadanos en condiciones de igualdad de un recorrido formativo que les permita alcanzar sus metas como resultado exclusivo de su talento y esfuerzo y no en función de la familia en la que ha nacido, es un objetivo irrenunciable puesto hoy en peligro, entre otras razones, por la contrarreforma educativa de la derecha, que pretende devolvernos a un tiempo pasado que creíamos felizmente superado.
b) La igualdad en la Sanidad.
La equiparación de las oportunidades se logra mediante una financiación adecuada de los servicios públicos y su carácter universal. La derecha está socavando ambas dimensiones, con los recortes en sanidad y pensiones y con la introducción de toda una panoplia de copagos, que han llegado a afectar los servicios sanitarios más elementales.
c) La igualdad en el acceso a otros derechos: la vivienda, la justicia, los servicios sociales.
d) La igualdad en el acceso a la Información.
La información es conocimiento y ambos son bienes públicos y valores esenciales para la igualdad de oportunidades. El derecho a la comunicación emerge porque todas las personas, además de tener el derecho de acceso a la información, tienen también el derecho a producirla, transmitirla y convertirla en conocimiento.
2) Políticas para reducir las desigualdades económicas:
a) Medidas coyunturales para combatir la exclusión social.
Creación de un Fondo de Emergencia contra la Pobreza y la Exclusión Social, destinado a reforzar los mecanismos de atención directa a las personas y familias en situación de pobreza y exclusión social que realizan mayoritariamente los servicios sociales municipales y las organizaciones de acción social, así como contribuir a garantizar las rentas mínimas de inserción autonómicas.
b) Medidas de política fiscal y tributaria.
c) Medidas encaminadas a reducir los abanicos salariales y limitar las retribuciones de los directivos de grandes campañas.
Existe hoy ya una abundante base teórica y evidencia empírica que muestra la existencia de externalidades negativas, incentivos perversos y asimetrías de información, influencia, poder, etc., es decir, fallos de mercado importantes en la forma como se establecen las remuneraciones de los altos ejecutivos de grandes compañías, especialmente en las entidades financieras, que justifican la limitación de la libertad empresarial y la necesidad de regular estas remuneraciones de una manera mucho más estricta. No se trata de prohibir que los altos ejecutivos tengan buenos salarios, pero sí de evitar que estos se vuelvan obscenos.
d) Medidas para conseguir un mayor equilibrio de las relaciones laborales.
3) Medidas por la igualdad de trato.
Hay quien dice que lo que está pasando en estos años horribles de la crisis, no será en vano. Los hay incluso que pronostican una alta desestabilización social y política si estas tendencias desestructuradoras de nuestro modelo social no se corrigen. A mí no me mueve el miedo a las protestas. Me motiva mi vieja aspiración a la igualdad de oportunidades, a la cohesión social, a la política para la gente que no tiene otra cosa. Y en ese sentimiento que traduzco a ideología, creo que la izquierda socialdemócrata debe reformular sus alternativas y sus propuestas para conseguir lo que, desde hace más de siglo y medio, late en los corazones de los trabajadores de la sociedad industrial: dignidad laboral y personal. Justicia social y protección ante la inclemencia de la vida, e igualdad de oportunidades para todos.
Artículo publicado tambien en Otro mundo es posible