Es inevitable pensar en aquellos valores más primarios que intentamos mantener arraigados (sin redefinirlos) casi en vano: el valor de la palabra, la confianza, el trabajo vinculado al esfuerzo, sostener en el tiempo lo logrado con esfuerzo; la familia, el hijo varón, la competencia; la descendencia; la virginidad, el amor eterno a cualquier precio, el saber dar tiempo al tiempo.
Sin darnos cuenta fuimos erosionando nuestros valores de la mano de un mundo globalizado: el individualismo, la libertad, el buen vivir como base de la felicidad, el trabajo con el menor esfuerzo, el tener para ser, la especulación; la juventud eterna, la competencia, estar estéticamente bello a cualquier precio; uniformarse, vestir con marca, maximizar el tiempo, el sexo con libertad, el amor finito.
Lejos de pensar en una gran crisis valores o asegurar que todo tiempo pasado fue mejor, intentando aferrarnos de manera desgarradora a valores que ya no nos son funcionales. Hoy; el desafío de la gestión con valores radica tanto en enaltecer nuevos valores en lo más alto del imaginario colectivo, como así también bajar a tierra acciones concretas impregnadas con estos valores que la humanidad impone para mitigar su sufrimiento y preservar las futuras generaciones: equidad, diversidad, participación ciudadana, tener menos para ser más, transparencia en la gestión, igualdad de géneros, Inclusión, flexibilidad, competir cooperando, buscar el equilibrio entre trabajo y familia, la paternidad responsable, el parto humanizado, vincular el concepto de belleza a la autenticidad, redefinir el concepto de buena presencia, hacer mucho en un solo tiempo, el sexo seguro y con afecto.
Valores que tan bien se resumen cuando hablamos de la ética del cuidado: el cuidado de la naturaleza y el cuidado del otro…, el cuidado de nosotros mismos…
Sin duda nuestras empresas y organizaciones pueden ser un soplo que erosiona. Una parte de esa brisa que transforma una montaña sin temer aquella formas aún desconocidas que puedan quedar al descubierto.