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La lectura de las síntesis de un interesante debate organizado por Telefónica y RConversa que se celebró el pasado 19 de octubre bajo el título “¿Existe el consumidor green?” (expresión utilizada como sinónimo de “consumidor responsable”, que a mí personalmente me gusta mucho más) me mueve a añadir una modesta opinión sobre el tema.

Ante todo, conviene recordar que es un asunto sobre el que merece la pena reflexionar, porque se trata de uno de los pilares esenciales para el impulso de la RSE. Sin un volumen significativo de consumidores que sepan y quieran discriminar entre productos (y, por tanto, entre empresas) en función de la calidad de los comportamientos de las empresas productoras y/o comercializadoras, faltará un instrumento decisivo para incentivar la RSE (y desincentivar la irresponsabilidad): estaremos ante un mercado insuficientemente maduro para valorar en su justa medida la RSE. Y pese a lo que apuntan las muchas encuestas que sobre la actitud de los consumidores se vienen realizando en todo el mundo desde hace varios año, esta carencia es la situación generalizada: una cosa es lo que los consumidores consideran apropiado hacer y otra, muy diferente, es lo que en la realidad hacen. Una situación que  va mejorando sólo muy lentamente (notoriamente, en la Europa nórdica) y en la que nuestro país ocupa una posición particularmente atrasada: seguramente, bastante más de lo que le correspondería por nivel de desarrollo.

De acuerdo con los resúmenes que he podido leer, en el debate mencionado se explicaron algunas de las razones más patentes, al tiempo que se apuntaron muchos de los pasos que parecen más necesarios para que esta situación mejore; es decir, para que aumente el nivel de responsabilidad de los consumidores: calidad, precio, diseño, orientación, información, etiquetado, estándares de referencia para cada producto, sistemas de marketing responsable, confianza, impulso por parte de la Administración Pública, educación… incluso desarrollo de las TIC, que en este campo, ciertamente, pueden jugar un papel decisivo (ojo: no sólo positivo). Sin duda, todos elementos imprescindibles para conseguir avanzar en este campo.

Pero me ha extrañado mucho no encontrar ninguna referencia (más que una llamada muy genérica a que “el camino hacia lo green debe ser recorrido entre todos”) a un aspecto que a mí me parece esencial: que el consumo no es -como nos quiere convencer la escolástica liberal- una práctica individual, sino social. Una práctica cuyas características concretas dependen del nivel de formación y desarrollo de cada sociedad, pero también -y decisivamente- de la capacidad de la sociedad para impulsar prácticas colectivas que arropen, ayuden, movilicen y capaciten a los consumidores para ejercitar un consumo responsable. Algo que depende crucialmente, a su vez,  del grado de vertebración de la sociedad, de la densidad de su tejido asociativo, de la existencia de plataformas y canales para la concienciación, para la información, para la movilización y para el ejercicio colectivo de acciones en el campo del consumo.

Para el consumidor aislado, por ilustrado, consciente y responsable que sea, es muy difícil traducir sus convicciones en el terreno del consumo en actuaciones prácticas. Por eso es tan diferente la realidad de lo que aseguran de buena fe los consumidores en las encuestas. Como también es muy difícil que las actuaciones responsables lleguen a tener una mínima eficacia para impulsar cambios en las empresas. El consumidor se enfrenta a barreras poderosas para ejercer un consumo responsable y para incidir con él en el comportamiento de las empresas. Y esto es así porque -como recuerda Carmen Valor en un libro muy recomendable y en un artículo reciente (*)- el mercado de consumo está dominado por dos fuertes asimetrías (es decir, desequilibrios) entre consumidores y empresas: asimetrías de información y asimetrías de poder de mercado. Asimetrías (fallos del mercado) que le alejan de la funcionalidad teórica que le atribuyen los defensores del libre mercado y que limitan radicalmente el poder de actuación del consumidor. Por una parte, el coste de conseguir y procesar información para un consumo responsable es enorme: y la información es vital para un consumo más responsable. Por otra, la capacidad de los consumidores responsables para disciplinar a las empresas, aunque pueda estar creciendo en algunos contextos, sigue siendo drásticamente reducida, porque las empresas (las grandes, que son las relevantes a este respecto) tienen un poder de mercado y una capacidad de influencia y de condicionamiento en el consumo infinitamente mayores que el magro poder del que disponen los consumidores.

Por eso es imprescindible “empoderar” al consumidor. Y por eso es también imprescindible la fortaleza y densidad del movimiento de consumidores y, en general, del tejido cívico/asociativo: para que los consumidores -agrupados-  puedan disponer de una capacidad de influencia impensable para los consumidores atomizados. Sólo un movimiento de consumidores potente y bien organizado será capaz de moderar la capacidad de actuación de las grandes empresas. Por eso, también, no me parece exotérico pensar que la debilidad del movimiento asociativo español puede ser una causa significativa de la debilidad comparativa del consumo responsable en nuestro país que reflejan los datos.
 
No es, desde luego, nada original. Es la vieja historia de la necesidad de construir poderes compensadores que mitiguen los desequilibrios del mercado (el abrumador grado de imperfección de la competencia realmente existente) para avanzar hacia una economía más justa, equitativa y responsable. Es decir, para conseguir un mayor grado de armonía y equilibrio entre las empresas y sus stakeholders. Una denominación cuya traducción al castellano (“grupos de interés”) refleja mejor que el inglés una de sus características esenciales: que sólo podrán defender adecuadamente sus intereses frente a las empresas en la medida en que se agrupen.

Con ello no se solventarían, desde luego, todos los problemas que dificultan el consumo responsable y le restan eficacia social: pero ayudaría sustancialmente a reequilibrar el campo de juego.  

Por eso, mi consejo para el consumidor que quiera ser responsable es muy sencillo: ante todo, incorpórese a una asociación ciudadana a la que le preocupen estos temas.

(*) C. Valor (coord.), Relaciones con la sociedad, Netbiblo, 2010, y C. Valor, “Limitaciones del consumo responsable para conseguir cambios en el mercado”, en Dossieres EsF, nº. 2, Economistas sin Fronteras, julio de 2011 (se puede ver en www.ecosfron.org).
 

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