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La pobreza crónica no impone solo condiciones de vida que socavan la integración en la comunidad y la autoconfianza individual. También inhibe la inversión de recursos en actividades conducentes a la reinserción social, como la sanidad, la educación básica y la actualización de habilidades profesionales.

En el último número de la revista Panorama Social de Funcas, dedicado a la pobreza y las rentas mínimas, los profesores Enzo Mingione y David Benassi (Universidad de Milano-Bicocca) trazan los orígenes de la cuales, en las sociedades contemporáneas, las empujan a la pobreza a quienes carecen de recursos de diverso tipo para adaptarse a ellas.

Y centran una particular atención en los países de la Europa del Sur, en los que tradicionalmente las familias han asumido responsabilidades que en otros regímenes de bienestar cubren, en gran medida, los Estados y el sector privado. Los cambios de diverso tipo que han conducido a una reducción del tamaño de las familias han provocado una pérdida de capacidad familiar para desarrollar funciones de bienestar, aumentando así el riesgo de pobreza y exclusión social en estas sociedades.

Los hogares y los individuos se encuentran en situación de pobreza si carecen de recursos suficientes para satisfacer las necesidades consideradas socialmente básicas. Y, como señalan los autores del capítulo dedicado al modelo de bienestar en la Europa del Sur y la lucha contra la pobreza y la exclusión social, "en un contexto de familias más reducidas y sobrecargadas con responsabilidades que en otros regímenes de bienestar asumen el Estado o el mercado, las redes familiares pierden capacidad en la provisión de bienestar. La combinación de Estados sociales débiles y familias crecientemente sobrecargadas, característica del modelo de bienestar de la Europa meridional, no protege eficazmente contra el riesgo de pobreza". y, en su opinión, la cuestión se complica por el hecho de que la pobreza moderna no es un problema estático, sino, más bien, un proceso dinámico por el cual la persistencia de dificultades deriva en marginación social, que, con el tiempo, puede empeorar y transmitirse a generaciones futuras.

Las nuevas formas de pobreza y riesgo de exclusión social tienen que ver con la existencia de individuos aislados, familias monoparentales o con muchos miembros, mayores que viven solos, inmigrantes y minorías muestran un elevado déficit de apoyo en las tres dimensiones clásicas del bienestar: la reciprocidad, la redistribución y el intercambio mercantil. Mingione y Benassi explican que a menudo no pueden confiar en el apoyo de los parientes; no consiguen acceder más que a empleos inestables, precarios, a tiempo parcial y escasamente retribuidos; sus prestaciones sociales son insuficientes y, al fin, quedan desprotegidos por un bienestar social más selectivo e incapaz de afrontar nuevos riesgos sociales. Y añaden que en un entorno en el cual las credenciales educativas y profesionales y las habilidades expresivas y comunicativas son importantes para la integración social, la pobreza vuelve a convertirse en un circuito perverso de exclusión social. Ser pobre durante un largo periodo, incluso cuando se perciben prestaciones o algún tipo de asistencia, es una forma de “desintegración” que centrifuga a los individuos y disminuye la probabilidad de su recuperación.

Esta deriva adquiere tintes más graves cuando la pobreza se concentra en vecindarios y grupos socialmente desfavorecidos en los que las condiciones de discriminación institucional agravan las dificultades habituales de la pobreza. Y os rasgos más distintivos del modelo de la Europa del Sur son, primero, una elevada proporción de pequeñas empresas y trabajadores autónomos en el tejido productivo, compensada por una débil proletarización de la economía y una baja tasa de empleo femenino; y segundo, la delegación en las familias (incluyendo a la red de parientes) de buena parte de la responsabilidad de la prestación de servicios de bienestar.

Los profesores concluyen que en parte del sur de Europa encontramos muchos hogares habitados por familias nucleares (con hijos) que dependen de un único ingreso, en los que la exposición al riesgo de pobreza aumenta cuando se trata de familias muy numerosas, o de familias jóvenes y sin acceso a la solidaridad familiar, o cuando incluyen miembros con dificultades específicas.

La frecuente presencia de este tipo de hogares multipersonales podría llevar a pensar en la persistencia de configuraciones familiares tradicionales, pero este es un supuesto solo parcialmente correcto. Las duras condiciones a las que se enfrentan hoy las familias muy numerosas surgen en contextos diferentes de los que eran típicos de ese tipo de familias en el pasado; concretamente, en contextos más urbanos y burocratizados, más marcados por la economía de servicios y las nuevas estrategias demográficas. La familia de muchos miembros afronta riesgos, pero su presencia se debilita porque la respuesta demográfica a la sobrecarga familiar se resume en un fuerte descenso de la de natalidad. En definitiva, dicen, "la pobreza tiende a concentrarse en las familias nucleares con dos o tres descendientes dependientes, que viven de un solo ingreso bajo o discontinuo, situadas en contextos de bienestar ineficientes o pobremente equipados, donde la red familiar no existe o puede ofrecer poco, mientras que los servicios públicos (escuelas, hospitales, transportes, cuidados domésticos, guarderías etc.) escasean o son de baja calidad". En su opinión, el riesgo aumenta cuando uno o más miembros dependientes sufren serios problemas y cuando el cabeza de familia se encuentra en situación de desventaja desde un punto de vista ocupacional.

En todos estos casos, el riesgo de quedar atrapado en un circuito intergeneracional perverso es elevado. Ni la familia ni el Estado, con su oferta residual de protección, pueden resolver los problemas, por lo que los hijos crecen en contextos desfavorecidos, abandonan tempranamente la escuela o disfrutan de menos oportunidades para elevar su nivel educativo y cualificaciones profesionales. Por tanto, como adultos jóvenes se enfrentan con escasos recursos personales y bajos niveles de cualificación a un mercado de trabajo selectivo, quedando a menudo condenados a carreras laborales inestables.

 

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