The Economist, en una de sus portadas emblemáticas y bajo el título No safe place, alertaba de un mundo en transformación y con grandes retos por delante. Uno de ellos, el cambio climático, que nos ha traído el pasado verano noticias como las preocupantes temperaturas de julio (el mes más caluroso registrado en el planeta) o los incendios como los de Tenerife u otros puntos del Mediterráneo sur como Italia, Grecia o Argelia. Sin embargo, ese No safe place no solo queda circunscrito a los asuntos medioambientales, sino que recoge también la urgencia social de brechas de igualdad, cohesión social, de acceso a la educación o la tecnología (entre otras muchas).