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Hoy, 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, es momento de echar la vista atrás a décadas de trabajo en la lucha conjunta contra la degradación ambiental, la pérdida de la biodiversidad y el cambio climático, pues existen algunos aprendizajes clave que son esenciales para las futuras estrategias y acciones en materia de sostenibilidad.

Ya sabemos que las soluciones deben ir más allá de reducir el indicador de emisiones de CO2, de esperar que la tecnología nos regale un milagro, de confiar en que los gobiernos actúen con una sola voz. En el fondo, esta es una crisis como especie. Va de saber si el ser humano será capaz de hacer frente a sus propias dinámicas autodestructivas. Si logra elevarse y repensar colectivamente su cosmovisión acerca del mundo y su relación dentro de él o, más sencillo aún, la manera en que miramos lo que nos rodea.

La visión indigenista, profundamente regenerativa, es tan humana como la actual capitalista, consumidora ilimitada y cortoplacista. Es decir, la solución está tan dentro de nosotros como nuestro miedo a navegar hacia un cambio profundo de mentalidad.

Apuesta por la educación y la sensibilización

Las generaciones más jóvenes han crecido en un mundo donde las consecuencias del cambio climático ya son palpables, no una amenaza futura. Han nacido con eventos extremos, escasez de recursos o fenómenos meteorológicos inusuales que son parte de su realidad cotidiana. Esto significa que, para ellos, el impacto negativo del cambio climático no es una novedad o una sorpresa, sino algo que se está naturalizando en su percepción del mundo.

Esta normalización crea un nuevo espacio de entendimiento y una perspectiva inherentemente diferente a la de las generaciones anteriores. Mientras que nuestra generación reacciona al problema del cambio climático desde una posición de "acción-reacción" -es decir, actuamos después de que un problema se manifiesta o cuando sus efectos son innegables-, los niños de hoy ya lo integran en su propia concepción de la realidad. Para ellos, la sostenibilidad y la resiliencia climática no son conceptos novedosos, sino parte de su día a día.

Por ello, es crucial que sigamos apostando firmemente por la educación y la sensibilización. Al reconocer esta nueva realidad, existe la oportunidad de enfocar la educación no solo en la reacción a los problemas, sino en fomentar una comprensión más profunda y proactiva de cómo coexistir con el planeta, impulsando soluciones y adaptaciones desde una edad temprana.

Diseño regenerativo y cambio sistémico

En paralelo, es esencial que nuestro tejido económico y social profundice en el diseño regenerativo y abrace las nuevas metodologías de cambio sistémico. La era de la "sostenibilidad", que marcó las dos primeras décadas del siglo XXI, fue fundamental. Nos ayudó a articular el problema ambiental a nivel global y a iniciar esfuerzos de mitigación, a menudo bajo la premisa de la neutralidad. Sin embargo, esta visión pronto reveló sus limitaciones. La idea de simplemente seguir produciendo y consumiendo de la misma manera, pero con un "coste natural cero", demostró no ser una solución viable a largo plazo. No bastaba con no dañar; se necesitaba ir más allá.

De esta frustración emergió el pensamiento y el diseño regenerativo, que ofrecen una nueva forma de abordar, tanto el diagnóstico de los problemas, como la concepción de las soluciones. El enfoque regenerativo nos invita a pensar en “sistemas anidados”, reconociendo la interconexión profunda entre todos los elementos. Implica entender una empresa no como una entidad aislada, sino como parte de un sistema económico más amplio. Este, a su vez, está inserto en un sistema sociocultural, dentro de una sociedad que habita un territorio específico. Bajo esta perspectiva, la dañina dicotomía de "centro-periferia" desaparece. Las dinámicas extractivas, también. En esencia, todo está anidado y, desde esta comprensión, cualquier propuesta o iniciativa debe diseñarse para responder de manera positiva a todos los sistemas implicados.

Mientras, el cambio sistémico es una transformación profunda y fundamental en las estructuras, patrones y procesos que definen un sistema, ya sea económico, social o ecológico. A diferencia de las soluciones incrementales o los "arreglos rápidos" que solo abordan los síntomas, el cambio sistémico busca modificar las causas subyacentes de los problemas. Se enfoca en cambiar las mentalidades y paradigmas, desafiando las suposiciones y creencias arraigadas que sustentan los problemas actuales como la idea de crecimiento ilimitado o la separación entre humanos y naturaleza.

También se centra en transformar las estructuras, alterando las normas, conceptos, reglas, políticas e incentivos que rigen el comportamiento dentro del sistema, lo que incluye desde leyes y regulaciones hasta modelos de negocio y marcos financieros. Finalmente, el cambio sistémico busca condiciones para que nuevas soluciones y patrones deseables "emerjan" de la interacción compleja de los elementos del sistema, en lugar de intentar imponerlas desde arriba.

El emprendimiento sistémico

Este es el caso de los emprendedores sistémicos. Personas que apuestan por modelos de negocio innovadores que mediante su actividad económica impulsan cambios sistémicos significativos. Ejemplos como el de Ana Bella con su red de mujeres supervivientes, que ha logrado hasta la fecha que 50.000 mujeres rompan su silencio, denuncien cuando están preparadas, se empoderen con un trabajo digno y vuelvan a ser dueñas de su futuro, actuando a su vez como agentes de cambio para ayudar a otras. O el de Maktub, de Silvia Troya, que ambiciona cambiar los patrones sobre los que consumimos moda, la industria más contaminante del planeta: repensar, reparar, transformar y volver a construir con textiles que ya existen, refundando la relación persona-prenda, trabajando sobre la afectividad y por tanto alejando el “usar y tirar” del fast fashion actual. Estos son sólo dos ejemplos, pero existen mucho más; startups y emprendimientos que están impulsando cambios sistémicos desde abajo en una revolución tan silenciosa como eficaz.

En biología, el concepto de regeneración significa crear más vida, fortalecer los ecosistemas y aumentar la biodiversidad. En el ámbito social y económico, el diseño regenerativo aspira a generar más y mejor vida para todos. Desde esta comprensión profunda, el cambio sistémico se vuelve mucho más accesible y tangible, ya que nos ofrece un marco de trabajo inspirado en los patrones de resiliencia y abundancia de la naturaleza. Aunque en lo social y económico aún nos queda un largo camino por recorrer para dominar plenamente estos conceptos, su potencial es innegable. Serán, sin duda, una parte indispensable de la solución durante las próximas dos décadas.

 

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Opinión#medioambiente2025

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