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Cada 5 de junio, con motivo del Día Mundial del Medioambiente, numerosas marcas aprovechan su capacidad de alcance para visibilizar una de las grandes amenazas de nuestro tiempo: la contaminación. Lo hacen desde campañas de concienciación, manifiestos públicos y posicionamientos que denuncian, con razón, la urgencia de actuar frente a esta crisis. Y aunque ese gesto es necesario, hoy ya no es suficiente.

Mientras estas iniciativas ocupan los titulares durante una semana, millones de toneladas de plástico siguen flotando en nuestros océanos. Según Naciones Unidas, cada año se vierten al mar más de 11 millones de toneladas de residuos plásticos, una cifra que podría triplicarse en menos de dos décadas si no se adoptan medidas drásticas

Y ante una emergencia, lo que se espera de las marcas, y de quienes las acompañamos en su comunicación, no es únicamente un relato, sino una posición activa y coherente. No solo contar lo que pasa, sino actuar sobre lo que pasa. Pasar del storytelling al storydoing.

Desde ROSAPARKS lo decimos con claridad: la comunicación no transforma si no se apoya en decisiones reales. No es un fin, es un medio. Y como tal, debe estar al servicio del cambio, no de la percepción.

En el contexto de la contaminación por plásticos, esto implica pasar de hablar del problema a activar proyectos creativos que tengan una incidencia directa en su solución. No se trata solo de concienciar sobre el cuidado de los océanos, sino de diseñar propuestas creativas ad hoc que lo protejan de forma tangible: campañas que financien la limpieza marina, colaboraciones con entidades científicas o comunitarias, narrativas que movilicen comportamientos más responsables, iniciativas que redirijan recursos hacia soluciones regenerativas.

La creatividad puede, y debe, generar impacto. Y cuando eso ocurre, la comunicación deja de ser una herramienta de imagen para convertirse en una herramienta de transformación real.

El poder (y la responsabilidad) de las marcas

En un contexto en el que la ciudadanía exige cada vez más compromiso a las marcas por su capacidad real de influencia, estas ocupan un lugar central en la cultura contemporánea. Tienen visibilidad, recursos, canales directos y una enorme capacidad de generar deseo social.

Eso las convierte no solo en actoras económicas, sino en agentes culturales con poder de transformación. Y, por tanto, en parte de la solución. Pero para estar a la altura de ese rol, deben abandonar los discursos performativos y alinear su comunicación con un propósito claro y con compromisos tangibles.

Hablar de sostenibilidad sin revisar los códigos con los que se comunica también perpetúa el problema. En ROSAPARKS defendemos una forma de narrar el impacto que no recurra a eufemismos, ni a estéticas edulcoradas, ni a discursos vacíos. Apostamos por una comunicación creativa, pero rigurosa; emocional, pero no manipuladora; inspiradora, pero no evasiva.

No se trata de señalar a las marcas que no son perfectas, sino de exigirles que sean valientes. Que se atrevan a asumir públicamente su punto de partida, su hoja de ruta, sus fricciones internas. Que apuesten por campañas que no solo informen, sino que impulsen cambios reales en la forma en la que producimos, consumimos y convivimos con el planeta.

Hablar sobre la contaminación por plásticos tiene valor. Pero solo si esa conversación conduce a decisiones transformadoras. El riesgo hoy no es solo callar, sino saturar de mensajes sin respaldo. La ciudadanía está cada vez más informada y menos dispuesta a aceptar incoherencias. Por eso, las marcas que entienden este momento histórico no se preguntan “qué podemos contar este año”, sino “qué estamos haciendo para cambiar lo que importa”.

La comunicación debe ser reflejo, no disfraz. Debe amplificar lo que se hace, no encubrir lo que falta. Y debe estar dispuesta a incomodar si eso abre paso al avance.

 

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Opinión#medioambiente2025

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