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Todos los que nos dedicamos a la RSC, ya sea a tiempo parcial o como profesional, tenemos o deberíamos tener claro un concepto básico y que no debería precisar aclaración adicional. En nuestro mundo individualista y economicista, la empresa como organización tiene una importancia decisiva en el devenir de la sociedad, pero además, cualquier organización económica, política o filantrópica está formada por personas y, son estas precisamente, las encargadas de su funcionamiento

En definitiva, es imposible hablar de RSC si no hacemos nada (o muy poco) por mejorar los conocimientos y los medios disponibles para que los trabajadores de la organización sean más eficaces y encuentren más satisfacción en su trabajo.

El éxito de una organización está, precisamente, en conseguir el máximo rendimiento y, para ello, es preciso disponer de las personas capaces de estructurar la compañía de forma correcta y obtener el máximo provecho de cada trabajador, en función de sus conocimientos y de su capacidad, para el puesto a desarrollar.

Humanismo, empatía, responsabilidad, esfuerzo, formación… y otros muchos valores, unidos a sus defectos, son los que hacen especial y único a cada ser humano. Por esta razón, saber encontrar al trabajador idóneo para cada cometido es fundamental, igual que será imprescindible analizar minuciosamente su comportamiento. Esta valoración continuada parece decisiva para acertar en su rendimiento.

De todos los valores enunciados me gustaría destacar la empatía ya que es el medio por el que creamos vida social y hacemos que progrese nuestra civilización. Martin L Hoffman define empatía como: “Los procesos psicológicos que hacen que una persona tenga sentimientos más congruentes con la situación de otra persona que con la suya propia”. A la vista de esto parece razonable pensar que esta característica es, o puede ser, decisiva para el buen gobierno corporativo. Mi experiencia me dice que no solamente no es así, sino que dista mucho de la realidad que vivimos en las empresas. Da la sensación de que sólo se consigue hacer bien el trabajo siendo duro, exigente y obligando a actos extraordinarios continuamente, incluso cuando los actos a realizar no tengan sentido o sean erróneos.

Actualmente, la cooperación tiene mucha más fuerza y más éxito que la competencia, entonces ¿por qué no colaboramos más en vez de tener intrigas, manipulaciones y guerras continuas?

Esta cuestión, como casi todas, puede tener contestaciones diferentes dependiendo de las personas que respondan, sirva de ejemplo lo manifestado por Adam Smith: “Cada individuo se afana continuamente en buscar el empleo más ventajoso para el capital de que puede disponer. Lo que desde luego se propone es su propio interés, no el de la sociedad, pero estos mismos esfuerzos hacia su propia ventaja lo inclinan de manera natural, o más bien necesaria, al empleo más útil de la sociedad”

La empatía es la trama que une una población cada vez más diferenciada e individualizada en un tejido social integrado que permite al organismo social actuar como un todo. No sólo el ser humano, sino también otras especies, disponemos de lo que se denomina “neuronas espejo”, es decir, la capacidad de captar la mente de otros, como si la conducta y los pensamientos de aquellos fueran nuestros. Actualmente los divulgadores científicos las denominan neuronas de la empatía.

No pongo en duda que estas frases nos harán pensar y, ya que este acto de pensar combina sensaciones, emociones, sentimientos y razonamientos abstractos, podríamos decir, parafraseando a Descartes, “participo luego existo”. Esta participación nos dará idea de la realidad que vivimos y obtendremos nuestra propia experiencia. Si además esta experiencia es manifestación de la relación con los demás, nuestro discernimiento de la realidad será mucho más profundo.

Las verdades son explicaciones de cómo se relaciona todo entre sí. No son objetivas ni subjetivas, son comprensiones que existen en el ámbito intersticial, donde el yo y el tú se encuentran para crear una base de experiencia compartida. En esto consiste crear la realidad.

Sabemos que la imaginación es imposible sin la capacidad de asombro, y el asombro es imposible sin el sobrecogimiento. La empatía constituye la expresión más profunda del sobrecogimiento, por eso se puede considerar la cualidad más espiritual de todas las cualidades humanas.

Podríamos seguir añadiendo ideas, expresiones y frases, más o menos inteligentes, para acercarnos a la realidad, pero no pretendo cansar con este relato.

He pretendido hacer una reflexión sobre las carencias existentes en la RSC, que no son otras que las carencias del ser humano. Por tanto, ha de ser urgente y prioritaria la buena formación de las personas desde su nacimiento, con ideas claras, ayudando a conseguir habilidades y hábitos saludables, pero sobre todo, potenciando la voluntad.

Para terminar esta reflexión, me gustaría que reconociéramos como acertada la frase de San Agustín cuando decía: “No es la opinión de los hombres a lo que hay que atender, sino a la verdad en sí”.

Pedro Rodríguez Castañeda

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