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Con motivo del 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, esta reflexión llama a superar el tópico de la discriminación positiva frente a la negativa, y en incorporar la apreciación, como camino social y emocionalmente responsable para crear valor compartido

Discriminar significa establecer una distinción, diferenciar. De hecho, tiene la misma raíz que discernir, que finalmente significaría dividir, separar en dos. También tienen la misma raíz palabras relacionadas con separar como cribar, o crivell i garbell en catalán. También crimen -e incriminar- tiene el mismo origen -separar, discernir- ya que antes había querido decir la decisión judicial, el veredicto. Pero las palabras evolucionan y ganan nuevos significados. Y así, a menudo discriminar toma un sentido negativo, cuando se refiere a dar un trato de inferioridad a determinados miembros de una colectividad por motivos sociales, religiosos, lingüísticos, políticos, etc.

Podemos establecer la distinción entre las personas altas y bajas de una colectividad, sin más pretensión que la estadística. Podemos dividir entre jóvenes y mayores por razones de marketing. Podemos establecer el colectivo de los pelos-rojos, aunque sea a título de curiosidad. Pero nada aparenta ser discriminatorio en el sentido negativo, ya que no partimos de la consideración de que ningún subgrupo de la colectividad sea inferior o superior a los demás.

Leo que el número de anuncios en los que aparecen actores pelirrojos ha ido in crescendo en los últimos años. ¿Qué tienen en común las marcas Triptomax, Frenadol, Mediamarkt, Mapfre, Vodafone, Worten, Botemanía o Adoptauntio? Todas ellas han usado en algún momento a algún pelirrojo para protagonizar sus campañas televisivas. Es una curiosidad y a saber qué razones oculta, pero no nos genera ninguna sensación de incomodidad. Ni en el caso de que los espectadores que compartan esta característica vivan con entusiasmo sentirse reconocidos, no creo que a nadie de los otros nos desagrade. La razón es que no hay unos subgrupos con identidad diferenciada respecto a los tonos capilares más allá de compartir una característica.

Pero el contexto interpretativo varía cuando sí la identidad existe y especialmente cuando esta realidad diferenciada lleva asociados diferentes marcas sociales. Por ejemplo, si eres mujer y eres consciente de que pertenecer a este subgrupo social conlleva una penalización en términos laborales e incluso salariales, es razonable que incomoden los mensajes donde la marca de subgrupo lleve asociada una etiqueta limitante. Es decir, la diferenciación del subgrupo femenino va asociada a una etiqueta que discrimina negativamente.

Un caso típico sería el de poner un exceso de énfasis en la belleza física de las mujeres, la cosificación. Al margen de las consideraciones éticas de cada mensaje comunicativo por él mismo, y que pueden ser discutibles -hay el riesgo de confundir ética y moralidad-, la verdad es que cierto goteo constante de imágenes acaban generando etiquetas sociales y acaban transmitiendo apriorismos como que si las mujeres tienen un valor apreciable en su cuerpo entonces otras características pierden relevancia.

Algunas quejas feministas, en alguna ocasión han podido parecer exageradas, y es cierto que cada grupo de interés tiene que encontrar el tono correcto y el equilibrio adecuado de intereses para no perjudicar el objetivo de la lucha legítima, pero de entrada deberá apoyar y compartir una actitud crítica. Y mira por donde que este 'cri' de crítica tiene el mismo origen etimológico que el de discriminar: separar, que es lo que hay que hacer para proceder a analizar bajo el prisma de la razón los hechos.

La discriminación existe y es patente. Y no remite lo suficiente. Por lo tanto, hay que mostrar una actitud activa de observación, de escrutinio, de análisis, de crítica, de debate social sobre cuáles son las prácticas aceptables y cuáles las inaceptables. Desde un enfoque de responsabilidad social de las empresas, ya no habría que hablar de cómo separamos las buenas y malas prácticas, sino como aseguramos que cada práctica cree el mayor valor para todos los grupos de interés, valor compartido.

Y la práctica que crea mejor valor es cuando la reivindicación de los derechos de un colectivo y de su dignidad no proviene solamente de sí mismo sino que son los otros colectivos -el presuntamente beneficiado- el que se hace portavoz del mensaje crítico y proclama la necesidad de la igualdad de derechos y de oportunidades y censura los mensajes que incorporan etiquetas discriminatorias.

La campaña He for She intenta precisamente promover esta inversión en la reivindicación de los derechos de las mujeres, y que sean los hombres los que proclamen el mensaje de la igualdad.

Este mismo paradigma deberíamos transportar a otras luchas. Este miércoles será 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, pero hace unos días fue 21 de febrero, Día Internacional de la Lengua Materna. Dejadme, pues, que ponga un ejemplo en este contexto. En el caso de la diversidad lingüística, una buena práctica concreta es hacer hincapié no en la propia lengua sino en las otras, garantizando así que no se anteponen los intereses propios en pos de un modelo equilibrado y justo de diversidad. Esto se puede concretar en la demanda de que todo producto vaya etiquetado, además de en las lenguas de mayor alcance, siempre en la lengua del país donde ha sido producido, aunque sea minoritaria, para favorecer el respeto a la diversidad y la dignidad de las lenguas menores. Este es un modelo equilibrado y sostenible de defensa de las identidades: valorar y recomendar activamente que los productos que adquirimos lleven la lengua de donde han sido hechos permite superar la defensa de la propia lengua para situarnos en la defensa de un modelo global de diversidad lingüística. Pueden encontrar un ejemplo real situado en el campo del turismo, una carta enviada a un hotel de Bretaña (Francia).

¿Se imaginan que una ONG defensora de la sostenibilidad ambiental considerara que los derechos de las mujeres también forman parte del concepto global de la sostenibilidad? ¿Se imaginan que una ONG feminista considerara que la defensa del medio ambiente también forma parte de la lucha por el respeto a la diversidad. No se trata de fusionar proyectos; se trata de comprender que la manera de llevar a cabo la misión de cada uno puede incorporar principios y criterios que forman parte de otras luchas. Esto es precisamente la responsabilidad social, aprender a gestionar la complejidad desde una organización que aprende. Cuando yo hago posible mis objetivos integrando en la manera de hacer criterios de sostenibilidad ambiental, social, laboral, económica y ética, estoy apreciando las reivindicaciones legítimas de grupos de interés que ya no son "otros" sino que un poco están dentro de mí. Más que discriminar, ya sea en negativo o en positivo, tal vez aprenderíamos a apreciar.

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