Pero el ayuntamiento decidió que era más fácil cortar por lo sano (nunca mejor dicho), pavimentar tranquilamente y repoblar luego los alcorques con arbolillos nuevos que, lógicamente, tardarían muchos años en conseguir un esplendor remotamente parecido al que tenían las moreras.
Podría pensarse que el tiempo ayuda a que las personas aprendan y hagan las cosas de forma más responsable, pero en el caso de Sant Cugat del Vallés parece ser que no es así.
La ciudad disfrutaba hasta hace unos días de una preciosa alameda en una zona urbana en la que creo corre un arroyuelo soterrado del que beben los árboles. Pues bien, el ayuntamiento ha decidido gastar 200.000 euros en talar todos los álamos y replantar 83 árboles nuevos, porque los álamos "están envejecidos y al límite de su desarrollo vital".
No hace falta pensar mucho para percatarse de que un árbol no es una lavadora fabricada de acuerdo con los planteamientos de la obsolescencia programada. Quizás estuviese alguno enfermo, pero con toda seguridad no lo estaban todos. Talar las moreras para pavimentar denota una mentalidad que prima lo urbano, "el progreso" sobre el medioambiente, por citar solo uno de los síntomas que emergen de tal decisión. Talar los álamos porque están envejecidos es la guinda que colma el pastel: no es que molesten para "progresar", sencillamente están viejos (cosa muy discutible, viven bastante más de lo que el ayuntamiento dice), y por lo visto lo viejo amenaza y molesta. ¿Qué argumento es este?
Está visto que este concejo no tiene la más mínima sensibilidad ambiental y / o anda muy cojo en conocimientos básicos sobre biología. Cualquier persona que haya leído un poco sabe que los árboles tienen inteligencia y memoria, que forman entre ellos una red de apoyo mutuo como cualquier grupo de animales cooperativos y que son capaces de tomar decisiones. Precisamente es una "nueva" faceta de la vida a la que prestan mucha atención científicos como Stefano Mancuso, Michael Teller, Josep Peñuelas, etc. y divulgadores como Colin Tudge o Eduardo Punset.
Claro que los árboles hacen todo eso de forma diferente a como lo hacemos los animales. Quizás por eso este ilustre ayuntamiento se permite ignorar lo que debería saber antes de tomar ciertas decisiones.
Talar árboles de esta forma genera sufrimiento innecesario en un montón de seres vivos, molesta a los ciudadanos medianamente informados, empobrece para muchos años el paisaje urbano, priva de sombra a los viandantes, entorpece temporalmente el proceso de regenerar el oxígeno que se respira y ofrece a las nuevas generaciones el funesto mensaje de que las personas podemos decidir lo que queramos respecto a la vida. Siguiendo con esta lógica, ¿podría ser que la próxima decisión del ayuntamiento sea talar los numerosos ancianos que viven en las residencias? También están envejecidos y al límite de su desarrollo vital.
Todo ello es especialmente chocante en una ciudad que presume de ser smartcity, que como todos sabemos se refiere a un tipo de desarrollo urbano basado en la sostenibilidad que es capaz de responder adecuadamente a las necesidades básicas de instituciones, empresas y de los propios habitantes, tanto en el plano económico, como en los aspectos operativos, sociales y ambientales.
Sabemos que los municipios suelen realizar funciones de desabrado para cumplir con el índice de especies alergénicas en función de la salud pública, y para priorizar especies que eviten trabajos posteriores de limpieza, poda, etc.
Es posible que la decisión se haya tomado en base a esas consideraciones, pero en cualquier caso se podría comunicar mejor a los ciudadanos y, sobre todo, se podría tener un poco más de sensibilidad ambiental. ¿De verdad hay que matar a los árboles ahora mismo sin falta, sin respetar los ciclos vitales? ¿Para qué sirve la inteligencia de una smartcity?