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Estas dos palabras deberían ser el inicio del catecismo exigido para el siglo XXI y, todos desde la posición en la que se encuentren, han de propagarlo, cuando no exigirlo, para que la vida que se avecina pueda ser contada con satisfacción y orgullo.

Sí, como muchos conoceréis, Responsabilidad y Juicio es el título de un libro de Hanna Arendt. La razón para plagiar su título en este artículo es, a mi entender, acertada pues pretendo hacer una reflexión sobre la sociedad que viviremos en los próximos años y de la que ya se vislumbran algunas actuaciones y efectos en el día de hoy, algo que ya hizo la autora en su momento.

Hanna Arendt, periodista y filósofa, fue una de las figuras más destacadas del siglo pasado. Por su condición de judía tuvo que emigrar de su Alemania natal a Francia y después a Estados Unidos para encontrar su lugar, pero aún así no fue fácil su integración y su vida. Fue corresponsal del juicio a Adolf Eichmann (máximo exponente de la masacre acaecida en los campos de concentración nazi) donde empleó por primera vez la expresión “la banalidad del mal”. Este libro, al cual hago referencia, es una profunda investigación ética en el que Arendt aborda la insuficiencia de las “verdades” morales tradicionales como normas para juzgar lo que somos capaces de hacer y examina desde una nueva óptica nuestra capacidad para distinguir el bien del mal.

No os preocupéis, no quiero extenderme por este camino, solamente he pretendido hacer un pequeño homenaje a esta mujer excepcional y unirlo a las reflexiones que intento hacer como expresaba anteriormente.

El pasado martes asistí a una reunión sobre “Vida sostenible en las ciudades”. Es interesante y necesario concienciar a la sociedad del escenario que vivimos y del posible escenario que viviremos de no tomar las medidas oportunas. En esta jornada organizada por Forética y CSR Europa bajo el objetivo 2020 de la UE participaron grandes instituciones empresariales y entidades locales. Todos los participantes fueron desgranando, según su interés, los problemas que percibimos en menor o mayor medida como son un mundo globalizado con cambios rápidos, muy rápidos, quizá demasiado rápidos, 7.800 millones de individuos, el 65 % de la población instalados en ciudades, falta de recursos, contaminación, diferencias sociales, políticas y políticos interesados, trabajo inestable, incertidumbre…etc.

Tengo la impresión de que cada uno de los participantes, permitidme la expresión coloquial, iba a “vender su libro”. Esta expresión, por supuesto, me parece lógica desde la perspectiva empresarial ya que son las empresas citadas las que pagan sus salarios y esperan por ello su beneficio, pero estamos hablando de empresas con un organigrama en el que destaca el concepto de RSC y manifiestan con ello un compromiso social además de los beneficios económicos.

Las dos palabras mágicas iniciales son la clave de la sostenibilidad y del progreso. Estos no dependerán exclusivamente de hacer la vida más fácil a algunas personas, con programas tecnológicos acertados, sino de promover y ayudar a un cambio de actitud en las personas, en las instituciones y, sobre todo, en las organizaciones transnacionales tanto públicas como privadas, por su poder de influencia, por su capacidad de implementar sus acciones de forma global, por su conocimiento tecnológico y por su capacidad económica.

Es cierto, como decía Hanna Arendt, “el pasado ha dejado de arrojar luz sobre el futuro, la mente humana vaga en la oscuridad”.

La rapidez del cambio nos lleva a no saber con exactitud el camino que debemos tomar, pero si además estamos sometidos a la presión de la supervivencia, aún es más difícil de acertar. Este hecho siempre favorecerá a las empresas y a las organizaciones que proporcionan soluciones ideales a primera vista, aprovechando su capacidad de liderazgo y apoyadas por los medios que disponen, como es la propaganda repetida una y cien veces. En cambio, no tenemos tiempo ni formación para reflexionar sobre las posibles soluciones ofertadas y nos convertimos en usuarios adictos y en trasmisores de tendencias, algunas poco recomendables.

Volviendo a la reunión aludida y a la sostenibilidad de las ciudades, donde yo podría estar de acuerdo en todo lo expuesto, sería deseable hacernos algunas preguntas para contextualizar la situación y ver la realidad en su conjunto.

¿Cómo es posible que sea sostenible una ciudad de 25 o de 40 millones de habitantes como ya existen?

¿Cómo podemos dedicarnos a nuestra formación y a la de nuestros hijos si dedicamos 12 horas al trabajo y otras dos al transporte?

¿Son las redes sociales y la tecnología los mecanismos adecuados para ejercer la libertad y la solidaridad?

El conocimiento de comportamientos y hábitos obtenidos a través de la “big data” utilizados para mejorar la vida de las personas ¿es la forma idónea para conseguirlo o son un gran negocio para algunas empresas?

¿Podremos evitar las guerras y las grandes emigraciones que vivimos si polarizamos drásticamente nuestras ideas y nuestro comportamiento para conseguir réditos económicos y poder?

Estas son algunas preguntas que podemos hacernos aunque hay otras muchas más esperando a ser formuladas a diario en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestras relaciones sociales y en nuestro camino vital.

Todas las preguntas deben ser respondidas con Responsabilidad y Juicio y, aunque cada individuo tenga una idea diferente de ambos conceptos, tenemos que hacer el esfuerzo para ser capaces de llegar a acuerdos y de encontrar el camino que nos haga ser más optimistas, más justos, más sensatos, más respetuosos, en definitiva, más felices.

Con este artículo pretendo decir que cualquier actuación tiene sus consecuencias y, por lo tanto, debemos ser capaces de profundizar en cualquier asunto que sea relevante y no dejarnos llevar por lo nuevo, por lo efímero, por lo guay, por lo fácil, por lo cómodo, por todo aquello que está dirigido y programado por algunos pocos para conseguir siempre lo mismo, dinero y poder.

 La humanidad se ha desarrollado partiendo de lo conocido, con esfuerzo y dedicación, intentando rentabilizar sus conocimientos, pero manteniendo siempre o casi siempre el sentido común a la hora de tomar decisiones. Ahora, más que nunca, estas decisiones afectan a todos los individuos ya que, cada vez más, las decisiones importantes son tomadas por menos personas y esto supone un riesgo demasiado elevado para aceptarlo sin responsabilidad y juicio.

 Imagen Manuel Silvestri (Reuters) 

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