Publicado el

Llevamos décadas acumulando acuerdos, compromisos y hojas de ruta. Desde Kioto hasta París, las transformaciones progresivas han trazado intenciones loables, pero los resultados siguen siendo insuficientes. La curva de emisiones apenas se desvía, la contaminación se cronifica y la degradación ambiental se vuelve parte del paisaje. Parece que la sociedad solo reacciona ante el trauma, no ante la advertencia.

Por eso, más que una transformación incremental, lo que necesitamos es una ruptura consciente con el modelo que nos ha traído hasta aquí. La contaminación no es un daño colateral del progreso, sino el síntoma de un sistema que prioriza la eficiencia económica sobre la coherencia vital.

Si creemos realmente en el derecho universal a un medioambiente sano, debemos redefinir qué entendemos por éxito. Mientras sigamos premiando el beneficio inmediato, el crecimiento ilimitado y la comodidad sin consecuencias, cualquier medida será solo un parche en una maquinaria que ya no funciona.

Esta transformación debe ser también cultural: educar para el límite, diseñar para la duración y consumir para la permanencia. Y necesitamos líderes en todos los ámbitos —empresarial, político, ciudadano— que se atrevan a reconocer que el modelo actual está agotado.

Desde la logística —ese sistema invisible que conecta producción, consumo y territorio— tenemos una oportunidad histórica: no solo para reducir emisiones, sino para repensar cómo se mueven los bienes y qué mueve, en realidad, nuestras decisiones. La sostenibilidad no debería ser un añadido, sino una forma radical de entender la utilidad.

En este artículo se habla de:
Opinión#medioambiente2025

¡Comparte este contenido en redes!

Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies