Durante las últimas décadas, España ha experimentado variaciones significativas en su temperatura. Según datos recientes del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, solo en 2023 hubo dos olas de frío, siete olas de calor y dos episodios de temperaturas muy altas fuera del verano y la temperatura media en España ha mostrado una notable tendencia al alza desde principios del siglo XXI. Solo en los cuatro primeros días de agosto de este año se registraron al menos 366 muertes por calor, según el último informe del Instituto de Carlos III de Madrid.
Paralelamente, las emisiones de gases de efecto invernadero se han disparado en el último medio siglo, principalmente aquellas de dióxido de carbono (CO2), metano, óxido nitroso y gases fluorados.
El sector de la aviación ha sido clave para impulsar la conectividad global, de personas y mercancías, facilitando el intercambio cultural y económico y el comercio internacional a escalas que, años atrás, eran impensables.
No obstante, este enfoque ignora los costes ocultos. Este incremento en la conectividad y la dependencia excesiva en los vuelos no está exento de consecuencias que nos afectan en nuestro día a día, a nuestra salud y también al medio ambiente: el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero, otros gases y PM, la masificación del turismo, el ruido y la contaminación del aire son solo algunas de ellas.
En 2023, se rompió el récord y en un solo día hubo más de 253.000 aviones volando. Como consecuencia, contribuye aproximadamente al 2-3% de las emisiones globales de CO2, según datos de la Organización de Aviación Civil Internacional.
Asimismo, el incremento del comercio y las compras online, que comenzó significativamente con la pandemia de COVID-19, no ha descendido y se prevé que continúe en aumento. Según un informe reciente de Stand.earth, el sector del transporte aéreo de carga ha experimentado un aumento del 25% en sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en comparación con 2019, alcanzando casi 20 millones de toneladas de CO2.
Al mismo tiempo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la contaminación del aire como el mayor riesgo medioambiental para la salud en el mundo. Como indica un análisis publicado por T&E, con la colaboración de ECODES y otras organizaciones Españolas, la aviación es una fuente primaria de contaminación por partículas en los alrededores de los aeropuertos, produciéndose un 14% de las emisiones de PM de la aviación durante el ciclo de aterrizaje y despegue. La exposición a largo plazo a las partículas emitidas por la aviación provoca un número estimado de muertes prematuras entre 14.000 y 21.200 cada año, y puede estar relacionada con problemas cardiovasculares y hospitalización por asma, enfermedades respiratorias y cardíacas. A corto plazo, estas partículas pueden causar síntomas como tos y dificultad al respirar.
En las últimas décadas, el sector de la aviación ha sido visto como un motor fundamental del crecimiento económico y de la conectividad. Sin embargo, a la luz de los datos y las crecientes preocupaciones ambientales y de salud, esta perspectiva merece ser reevaluada y cuestionar a dónde nos está conduciendo este aumento del tráfico aéreo, tanto de personas como de mercancías.
Los datos son preocupantes, pero también invitan a acelerar el esfuerzo colectivo. En este sentido, las posibles acciones a realizar son múltiples e involucran a diversos actores empresariales, a los gobiernos y a las personas en sus decisiones diarias: desde la utilización de combustibles sostenibles para la aviación y la investigación e innovación en otros combustibles sostenibles como los e fuels, a nuestras decisiones cuando elegimos viajar o comprar y cómo hacerlo, pasando por el impulso de políticas públicas por parte de los gobiernos. Todo ello contribuye a transformar al sector de la aviación.
Según una encuesta europea realizada por More in Common el 66% de los encuestados están de acuerdo en que reducir las emisiones de la aviación es más importante que ofrecer más oportunidades de viajar. Es momento de replantear nuestras prioridades y adoptar medidas que aseguren un equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar de las personas. Si no se toman medidas significativas, las consecuencias para nuestra salud y el planeta continuarán en aumento para 2050.