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Aprendiendo de los Océanos: optimizar en lugar de maximizar

Nuestros maravillosos océanos ocupan alrededor del 70% de la superficie del planeta y albergan aproximadamente el 95% de todo el agua. Estas apabullantes cifras pueden sugerir múltiples enfoques, y si las contemplamos desde la óptica de la innovación pueden resultar una preciosa fuente de inspiración para que en el mundo de la gestión se puedan hacer las cosas mejor.  En esta oportunidad, vamos a preguntarnos como punto de partida: ¿Qué aprendizaje puedo obtener de los océanos si los miro desde el respeto debido a la naturaleza y desde la curiosidad?

Habida cuenta de que, en términos de biomasa, se estima que la mayor parte de la vida del planeta reside en el océano, no nos va a faltar material de estudio para recapacitar. La primera intención nos lleva a pensar en los cetáceos o los escualos por resultarnos más familiares, pero precisamente por eso vamos a optar por algún otro ser menos conocido como posible profesor. Así que vamos a acompañar un rato al atún rojo.

El atún rojo, Thunnus thynnus, puede recorrer miles de kilómetros; esa odisea no puede hacerse de forma improvisada, desplazándose por el Atlántico Norte desde las zonas de alimentación hasta las de reproducción. Así pues, se organizan en grandes grupos como estrategia para conseguir protección contra los depredadores y para tener más facilidad de encontrar el alimento.  Parece ser que para ello utilizan el aprendizaje social y la memoria.  Además, estos grupos o cardúmenes se mueven como un gran ballet, lo que sugiere que existe una coordinación continua y ágil para reaccionar ante los estímulos de los demás miembros del grupo.

¿No os recuerda mucho la estrategia de los estorninos? Sabemos que estas aves aplican sabiamente el principio biomimético de Optimizar en lugar de maximizar, habida cuenta que tanto los materiales como la energía tienen un alto costo. Los estorninos optimizan sus traslados en bandadas siguiendo a sus seis o siete compañeros más próximos, porque recoger más información simultánea de más individuos genera ruido e imprecisiones que pueden dificultar la consecución de los objetivos del grupo.

Puede que esta coincidencia entre atunes y estorninos sea solo eso, una coincidencia, así que podemos contemplar un rato a otro animal marino diferente:  el salmón del Pacífico.

El Salmón del Pacífico nace en ríos de agua dulce, migra al océano para crecer y después regresa al río que le vio nacer para reproducirse y morir, en un viaje que puede ser de hasta 3000 km.

Para conseguir esta proeza se sirve de su memoria olfativa, mediante la cual aprende las rutas migratorias y las características de su río natal.  Igualmente detecta señales químicas en el agua que le ayudan a definir su trayectoria.

A pesar de que el salmón migra de forma individual, acostumbra a integrarse en un gran grupo, y esta sincronización en el tiempo les permite sentirse protegidos y coordinar el desove.  El conocimiento colectivo sobre las rutas migratorias resulta crucial para su supervivencia.

¿No os recuerda mucho la estrategia de los estorninos?  Optimizar en lugar de maximizar, o, dicho de otra forma, un enorme grupo de animales no humanos sincronizándose para poner lo mejor de sí al servicio del grupo para el bienestar y la supervivencia de todos.

¿Y si no fuera coincidencia que estorninos, atunes y salmones utilizaran estrategias similares?

¿Cuántos animales marinos más habrá que hagan algo parecido? ¿Cuántos años lleva la naturaleza aplicando principios como este para asegurar la continuidad de la vida? ¿Cuánto tiempo necesitaremos los animales humanos para entenderlo y aplicarlo en vez seguir jugando al quiero más para mí que está perjudicando tanto al planeta y a la especie humana? ¿Cuándo empezaremos a incorporar las preciosas enseñanzas de nuestros queridos océanos?

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