Se estima que el crecimiento del mercado global de la moda será del 23% para 2030, una evolución que debe ir acompañada de una transición hacia la sostenibilidad, con un cambio en la forma lineal en la que se fabrican y se consumen las prendas, porque los datos son alarmantes: anualmente se producen 100.000 millones de prendas en todo el mundo y alrededor de 92 millones de toneladas textiles abarrotan los vertederos, según un informe de la Global Fashion Agenda. En Europa desechamos casi 13 millones de residuo textil y solo se recoge selectivamente el 22%, porcentaje que a nivel mundial apenas supone el 13%.
Por eso, la circularidad es una de las claves de la hoja de ruta de un sector que ha de repensar todos los elementos que intervienen en la cadena, promover un uso racional de los recursos, un consumo consciente, la extensión de la vida útil de las prendas y, en su caso, la transformación del residuo textil no apto para la reutilización en nuevo material útil.
Es cierto que cada vez hay más campañas de sensibilización que advierten de los peligros de la ‘fast fashion’ y las devastadoras consecuencias de la mala gestión de los residuos textiles posconsumo, y que existen también herramientas que tratan de visibilizar los beneficios medioambientales de la reutilización. Sin embargo, se requiere de un apoyo sólido y directo de las instituciones que posibilite su puesta en marcha, el alcance de los objetivos legislativos y, por ende, el cambio de modelo de consumo necesario en la transición a la circularidad. Un apoyo indispensable también en otros modelos circulares de negocio como el alquiler o la reparación de prendas que, hasta ahora, han sido ofrecidas por pequeñas empresas, negocios familiares o emprendedores del sector. Incluso varias multinacionales de moda rápida han comenzado a ofrecer estos servicios, ante la necesidad de asumir las obligaciones impuestas por las nuevas normativas de responsabilidad ampliada del productor.
Por delante de la reparación y el alquiler de prendas, la venta de ropa de segunda mano está creciendo a un ritmo superior al del mercado de moda tradicional (15%) y la apertura de establecimientos, tanto online como físicos, es imparable. En 2023, el mercado creció un 33%, y supone casi el 5% de las ventas en el sector de la moda. Se calcula que su volumen de ventas duplicará al de la ‘fast fashion’ entre 2026 y 2030.
Ante el desarrollo del modelo, es necesario diferenciar entre las distintas ofertas. Por un lado, hay tiendas que ponen a la venta ropa de segunda mano convencional, entre las que se encuentran las vintage, mucho más especializadas. Por otro, encontramos plataformas online de compra-venta de productos de segunda mano, que han crecido rápidamente en los últimos tres años. En este último modelo, varias cadenas de ropa ya han puesto en marcha sus plataformas digitales, donde se compran y venden solo prendas de la propia marca, para cumplir con esa responsabilidad ampliada del productor.
Todas estas iniciativas, de una u otra manera, promueven la circularidad, pero también desde hace muchos años existe el concepto de tienda social y solidaria, que promueven las entidades asociadas a AERESS y su marca La Recuperadora. Son tiendas de ropa de segunda mano impulsadas por entidades sociales, que recogen productos a nivel local y se ponen a la venta de forma casi directa, siguiendo el modelo existente en otros países, como las ‘charity shops’ de Reino Unido. Cuentan con un enfoque más profesionalizado a través del cual se crean puestos de trabajo para personas en situación de vulnerabilidad.
Estas entidades son pioneras en economía circular desde una perspectiva social, ya que se estima que se pueden llegar a generar 78 puestos de trabajo por cada 6.000 toneladas de textil gestionado y, además, consiguen ingresos económicos para financiar su proyecto social. Por tanto, alcanzan un triple impacto: son socialmente justas, ambientalmente respetuosas y económicamente sostenibles.
La oportunidad que se abre para la economía social es indudable. El reto es hacer entender las ventajas no solo ambientales, sino también sociales, con fines como la lucha contra la exclusión social, el bienestar de las personas y la igualdad de oportunidades, por encima del mero beneficio económico.
Estudios recientes apuntan que la compra de productos usados seguirá creciendo, ya que esta forma de consumo ha entrado con fuerza en el pensamiento y los hábitos de la sociedad. Además, el 89% de los ciudadanos encuestados por la OCU opina que son las entidades sociales las que deberían llevar a cabo la gestión de los residuos textiles, lo que parece augurar un buen escenario futuro para la reutilización con impacto social. Para ello, hoy más que nunca es clave que las medidas legislativas europeas y estatales estén acompañadas de recursos, como la rebaja o exención de IVA de los productos de segunda mano, que faciliten a las entidades sociales del sector un buen posicionamiento para ser competitivas en el mercado.