Tras los resultados de la segunda oleada del Barómetro Sanitario de 2022 sale a la luz la confianza que como ciudadanos les otorgamos a quienes nos cuidan en la Sanidad Pública. Los jóvenes seremos los herederos del sistema sanitario que apoyemos hoy. Por eso, ahora que el relato se discute es el momento de tomar posición. Somos demandantes de políticas, agentes de cambio con voz y ciudadanos con voto.
Comparando los barómetros de octubre y noviembre la sociedad española está casi el doble de preocupada por la Sanidad: como problema de actualidad y porque les afecta directamente. Las huelgas de la atención primaria como primera línea de actuación a nivel nacional están calando en nosotros como el agua que forma estalactitas. El 54,8% gastaría mucho más de lo que se gasta en Sanidad Pública, a pesar de que sabemos que esto es algo complicado de articular. Además, la mayoría está satisfecha o muy satisfecha con los servicios sanitarios que recibe en las distintas escalas: urgencias, primaria y hospitalaria.
Solo nos hace falta visitar un Centro de Salud y escuchar a los coprotagonistas de esta historia: los pacientes. Como en una sala de espera de la nada nace una conversación entre varios aludiendo lo maravillosa que es su médica de cabecera y la suerte que han tenido. Como vuelve de un descanso otro profesional y con una sonrisa en los ojos calma la incertidumbre del enfermo.
Los jóvenes pusimos sobre la mesa pública un debate acerca de la importancia de la salud mental. Queremos recursos y medidas reales que nos solucionen las demandas que posicionamos en la mesa de la actualidad política. Precisamente con este ejemplo, vemos como antes o después seguiremos retornando a esos centros sanitarios como pacientes nerviosas que necesitan cuidado. Serán nuestros padres y mayores los principales beneficiarios del sistema, pero también lo somos al vacunarnos, al nacer, cuando asistimos al pediatra y al acudir al psicólogo de la pública.
Los sanitarios fueron trabajadores invisibles e indispensables hasta la pandemia de la COVID-19 donde se convirtieron en nuestros ángeles. Les aplaudíamos a las 20:00 desde los balcones y los apoyábamos desde nuestras casas. A la par que eran explotados hasta límites insospechados para todos en un clima desolador. Sin embargo, ahora que el peligro pasó no los podemos abandonar, pues ellos no nos han abandonado en ningún momento. El capital humano que tenemos agarrándonos las manos es inmenso, profesionales que formamos en casa y que por su calidad son buscados por otros Estados. No podemos darles la espalda ahora que nos necesitan porque nos la estamos dando a nosotros mismos.
Muchos sacamos nuestro orgullo en el extranjero: nosotros tenemos sanidad pública, ¡y funciona! Ya tenemos desarrollado y en funcionamiento lo más difícil: el sistema. Necesitamos seguir alimentándolo y cuidando de quienes nos cuidan para poder mantener una pieza más de la justicia social e igualdad de la que gozamos.
Debemos reflexionar todos como agentes acerca de nuestras acciones y posturas: los parlamentarios ante la proposición de ley contra agresiones sanitarias (que tienden al aumento desde hace varios años). Los gobiernos autonómicos, puesto que la política autonómica incide directamente en nuestra calidad de vida; ya que tienen la competencia asumida según el art 148.1.21ª de la Constitución y sus Estatutos. La sociedad civil en su conjunto, y en especial la juventud, también debemos reflexionar y trabajar sobre ello o perderemos nuestra herencia.
Si como jóvenes no llegamos a fin de mes por pagar el alquiler, gasolina, alimentación luz… cómo podremos añadir a esa larga lista el coste de un seguro sanitario. Esto solo agrandaría la brecha de la desigualdad. Necesitamos minimizarla para crecer como sociedad, no desagregarnos más.
La sanidad es nuestra, es de todos y no podemos deshacernos de una joya social tan necesaria e identitaria. En este momento convulso tenemos que demandar decisiones y políticas sociales en favor de todos, ya que estas tendrán un efecto multiplicador social.
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