El auditorio lo formaban personas dedicadas a las finanzas y, si dedican un rato a escuchar sobre ética y finanzas, supongo que ya eran convencidos. Pero me pareció importante transmitirles unos cuantos mensajes, a propósito de esa historieta. El primero es que la ética no se aprende en conferencias, libros o papeles. Se aprende en las personas: cuando veo a alguien volcándose con el cliente, aprendo a volcarme yo también con el cliente; si le veo tratar de aprovecharse de la ignorancia del cliente, aprendo a hacerlo. Por tanto, la ética se aprende cuando convivimos e interactuamos con personas éticas. Un perro humanizado, como el del chiste, puede servir para esto.
El segundo mensaje es complementario del anterior: no basta ver lo que hacen los demás, sino que tenemos que hacerlo nosotros: tenemos que atrevernos a hacerlo nosotros, aunque al principio no nos lo creamos, aunque tengamos reticencias y dudas. Cuando Dilbert rasca la espalda de su perro, está aprendiendo no a mover los dedos, sino a tener en cuenta las necesidades de los demás, a preocuparse por ellos, y lo que hoy es rascar, mañana será sonreír, o ayudar, o escuchar con atención aunque nos resulte pesado y aburrido…
Hay otros mensajes. Por ejemplo, si no sabes cómo actuar éticamente, pregúntalo a quien sí lo sabe y lo practica, y te conoce bien, y está dispuesto a ayudarte. Otro: la ética funciona, como sentencia el perro: cuando la practicas, te das cuenta de que tiene sentido. Quizás no era tu primera prioridad, pero funciona. Y si perseveras, mejorarás.