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Debe ser muy feo que un profesor de Responsabilidad Social critique la Responsabilidad Social (RS), pero quizás no tanto si lo que critica es alguna forma de RS vigente hoy

Lo explicaba hace unos días en una reunión de la Comisión de Responsabilidad Corporativa del Club de Excelencia en Sostenibilidad, que me invitó a charlar sobre “La implantación de la RS en las organizaciones españolas”. Mi agradecimiento al Club por su invitacioón y a Vodafone por su acogida en su sede.

Mi razonamiento era el siguiente. Decimos que la RS es la integración voluntaria, por parte de las empresas, de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y en sus relaciones con sus interlocutores, según la conocida definición de la Comisión Europea de 2001. La sociedad siempre ha demandado cosas a las empresas: que observasen la ley, que cumpliesen los contratos, que no hiciesen daño a sus empleados y clientes… Pero últimamente lo que la sociedad demanda son derechos más amplios y genéricos, reconocidos públicamente y no bien precisados, como “Devolver a la sociedad lo que la sociedad ha dado a las empresas” o “Conseguir licencia para operar”. No bien precisados porque, efectivamente, no se sabe lo que la sociedad pide con estas palabras. Lo que se presta a un largo listado de cosas que la sociedad espera que hagan las empresas, y no porque esto provenga de sus contratos con sus clientes, proveedores, empleados, etc., sino porque son, sin más, derechos socialmente admitidos.

Lo que da lugar a nuevas peticiones, que hacen que la RS sea acumulativa, es decir, que vaya creciendo, siempre con nuevas acciones, para satisfacción de “la sociedad” (o sea, de sus grupos de interés), de los gobiernos (que se ven excusados de pagar todo lo que las empresas están pagando) y de sus directivos (que ganan nueva reputación y ven como crece el tamaño de su organización y su impacto en la sociedad, su poder y su reputación como directivos socialmente responsables).

La contrapartida es una RS que no tiene límite -acumulativa, la he llamado antes-, exige empresas siempre más grandes y fuertes, con mayores beneficios, con más poder económico y político… Y entonces me hago dos preguntas. Una: ¿es esto así, o estoy equivocado? Dos: ¿es esto bueno?

 

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OpiniónEmpresas

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