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Así lo expresaba el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante una visita a la región de Extremadura, al suroeste del país que ha sido golpeada duramente por los incendios forestales. Y agregó: “El cambio climático mata a la gente; también mata nuestro ecosistema, nuestra biodiversidad, y también destruye las cosas que como sociedad apreciamos: nuestras casas, nuestros negocios, nuestro ganado”.

Los incendios en el mundo entero están siendo devastadores. Las pérdidas son incalculables y el daño medioambiental en algunas regiones irreversible. Decenas de miles de hectáreas han sido arrasadas en diferentes latitudes por las altas temperaturas y las sequías. La agencia de la ONU para el medio ambiente informa que esta destrucción seguirá en aumento y que, ante esta situación crítica, es necesario adaptar los bosques naturales al cambio climático, lo que incluye tomar medidas de conservación, protección y restauración que prevengan la deforestación y los incendios.

Mientras las llamas destruyen propiedades, tierras y vidas, por si fuera poco, también liberan CO2, agravando aún más la crisis climática. Robert Stefanski, jefe de la Comisión de Meteorología Agrícola de la Organización Meteorológica Mundial, afirmó que: “Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los incendios forestales generan hasta un tercio de las emisiones de carbono de los ecosistemas globales, un fenómeno que exacerba el cambio climático”.

Sin embargo, hay muchos otros factores que contribuyen a los incendios forestales. “La deforestación, el drenaje de la turba, la expansión o el abandono de la agricultura, la supresión de incendios y los ciclos intersemanales como El Niño-Oscilación del Sur, pueden ejercer una influencia más fuerte que el cambio climático en el aumento o la disminución de los incendios forestales". El Servicio de Monitoreo de la Atmósfera de Copernicus, de la Unión Europea, reveló que en julio pasado se estableció un récord cuando se liberaron 1.258,8 megatoneladas de CO2 a la atmósfera; más de la mitad de ese dióxido de carbono fue atribuido a incendios en América del Norte y Siberia.

 El mundo en llamas

En Estados Unidos, varios estados luchan contra los incendios forestales, incluso en Alaska, donde a mediados de julio  fueron destruidos por el fuego más de 1,2 millones de hectáreas de tierra. En California, tan solo un incendio cerca de la cordillera de la Sierra Nevada quemó más de 6000 hectáreas y obligó a 3000 personas a abandonar sus hogares. Según el diario británico The Guardian, más de 2,2 millones de hectáreas de tierra se quemaron en Estados Unidos este año, aproximadamente un 70% más que el promedio de 10 años.

Además, en Rusia, más de 6000 incendios forestales habían comenzado a fines de junio, cubriendo más de 809.000 hectáreas de tierra, la mayoría en el extremo este del país y Siberia. Por su parte, los incendios forestales también se destacan en toda Europa, sobre todo en Francia, Portugal, España y Grecia, países que han experimentado temperaturas récord y largos períodos de sequía. En medio de estas catástrofes, decenas de miles de personas han sido evacuados, mientras cientos de miles de hectáreas han sido destruidas en todo el continente.

Frente a esta situación, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, durante una visita a la región de Extremadura, al suroeste del país que ha sido golpeada duramente por los incendios forestales, dijo: “El cambio climático mata: mata a la gente; también mata nuestro ecosistema, nuestra biodiversidad, y también destruye las cosas que como sociedad apreciamos: nuestras casas, nuestros negocios, nuestro ganado”.

Cabe destacar que los incendios comienzan debido a una serie de factores que incluyen las altas temperaturas, la humedad y la falta de humedad en árboles, arbustos y pastos. A eso se le suman veranos más largos, más cálidos y secos. Por ese motivo, no es sorprendente que estemos viendo incendios forestales más frecuentes y de mayor duración en todo el mundo. La peor noticia es que al parecer, estos desastres serán aún más frecuentes en el futuro. Las predicciones del informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, publicado a principios de este año, menciona que los incendios extremos podrían aumentar hasta un 14% para 2030, un 30% para fines de 2050 y un 50% para fines de siglo.

¿Qué se puede hacer para prevenir los incendios forestales?

Sin dudas, es la pregunta del millón. Claramente las respuestas pueden ser muchas, comenzando por cuidar el entorno y evitar las actividades humanas que propician el fuego y la destrucción. Además, los expertos afirman que se necesita adaptar los bosques tanto los naturales como los administrados (ya sea por el sector público o privado), lo que exige aprobar medidas de conservación, protección y restauración. Además, en los bosques administrados, las opciones de adaptación incluyen la gestión forestal sostenible, la diversificación y el ajuste de la composición de las especies arbóreas para aumentar la resiliencia. También supone la gestión de los riesgos crecientes de plagas y enfermedades e incendios forestales.

En este sentido, un importante punto a destacar que es que los pueblos indígenas tienen sus propias técnicas para prevenir los incendios forestales, incluida la quema controlada, en la que se encienden pequeños incendios para eliminar el follaje muerto altamente inflamable del bosque. Escuchar a las comunidades locales será central para planificar respuestas acertadas.

Finalmente, especialistas sobre cambio climático de Naciones Unidas concluyen que la única forma en que habrá una disminución de los incendios forestales es si se aborda el cambio climático de manera integral.Esto significa que los países presenten compromisos mucho mayores reduciendo las emisiones se puede revertir el aumento de la temperatura global, tal y como se comprometieron en el Acuerdo de París. Asimismo, es importante educar a la población: una sola brasa de la barbacoa o un cigarro puede tener consecuencias devastadoras, mientras el calor del tubo de escape de un coche es suficiente para prender fuego a las hojas secas.

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