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Según datos de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado), actualmente hay más de 45 millones de personas refugiadas, desplazadas y/o apátridas en el mundo. Situación que se ha visto agravada tras la irrupción de la pandemia. Detrás de las cifras hay personas que sufren y vidas que se pierden. El 20 de junio se conmemora el Día Internacional del Refugiado, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la solidaridad y la empatía.

Migrar no siempre es una elección. Naciones Unidas afirma que cada minuto, veinticuatro personas lo dejan todo para huir de la guerra, la persecución o el terror. Nadie es refugiado porque quiere, más bien todo lo contrario. Se trata de situaciones extremas que llevan a las personas a hacerlo porque no tienen otra alternativa. La situación ya era compleja desde antes de la pandemia y la irrupción del virus no ha hecho más que empeorar y complejizar aún más todo.

En el mundo hay cada vez más personas que se ven obligadas a huir de su país de origen. Personas que temen por su vida y tienen que emprender un viaje lleno de peligros para estar a salvo. Pero el camino no termina ahí. Luego de largas travesías a donde su vida corrió riesgo más de una vez, llegan a Europa y la odisea continúa. Tienen que empezar de cero en un país nuevo, con todo lo que ello conlleva, en el mejor de los casos.

El Día Mundial del Refugiado se celebra el 20 de junio de cada año en honor de las personas refugiadas y desplazadas de todo el mundo. Los conflictos armados, la pobreza y la inseguridad son las principales causas de los desplazamientos forzados de población. Situaciones que dibujan hoy, en pleno siglo XXI, un escenario de flagrante violación de Derechos Humanos. Detrás de cada refugiado, hay un ser humano que busca su lugar en el mundo.

Los refugiados se encuentran entre las personas más vulnerables del mundo. La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y su protocolo de 1967 constituyen los instrumentos legales únicos que amparan la protección internacional de los refugiados. Según sus provisiones, los refugiados merecen como mínimo los mismos estándares de tratamiento que el resto de extranjeros en un país y, en muchos casos, el mismo tratamiento que los nacionales. Aunque esto esté dispuesto en tratados internacionales, muchas naciones incumplen todos los principios con total impunidad.

Evidentemente muchos estados no tienen muy presente la Convención de 1951, que define quien es un refugiado. Resulta importante entonces recordarlo ya que este documento contiene una serie de sus derechos y también pone de relieve sus obligaciones hacia el país de acogida. La piedra angular de la Convención es el principio de no devolución. De acuerdo con este principio, un refugiado no debe ser devuelto a un país donde se enfrenta a graves amenazas a su vida o su libertad. Esta protección no puede reclamarse por los refugiados que están considerados un peligro razonable para la seguridad del país, que hayan sido condenados por un delito particularmente grave o que se consideren un peligro para la comunidad.

Los derechos contenidos en la Convención de 1951 incluyen:

  • el derecho a no ser expulsado, excepto bajo ciertas condiciones estrictamente definidas;
  • el derecho a no ser castigado por entrada ilegal en el territorio de un Estado contratante;
  • el derecho al empleo remunerado;
  • el derecho a la vivienda;
  • el derecho a la educación pública;
  • el derecho a la asistencia pública;
  • el derecho a la libertad de religión;
  • el derecho al acceso a los tribunales;
  • el derecho a la libertad de circulación dentro del territorio, 
  • y el derecho a emitir documentos de identidad y de viaje.

A pesar de que sus Derechos debieran estar garantizados, en la gran mayoría de los casos esto es más una utopía que una realidad. Las personas refugiadas y desplazadas enfrentan dificultades para recibir atención médica cuando se enferman. Al estar lejos de casa, les es difícil encontrar escuela para sus hijas e hijos o, incluso, un lugar donde puedan jugar y divertirse. Este año, ACNUR lanza una campaña tendiente a sensibilizar sobre la temática en un contexto especial marcado por la pandemia bajo el lema “Juntos nos cuidamos, aprendemos y brillamos”. En este sentido, se insta a los gobiernos a llevar adelante políticas inclusiva y que protejan por igual las vidas de todas las personas. En este planteo el acceso a la vacunación para las personas refugiadas resulta imprescindible.

Las directrices internacionales y los programas nacionales para frenar la transmisión del coronavirus no siempre han tenido en cuenta las necesidades de los refugiados que viven en refugios densamente poblados y sin instalaciones de agua y saneamiento. Los perjuicios económicos de la pandemia afectan de forma desproporcionada a los más pobres, las solicitudes de asilo y refugiados.

La vacunación es el pilar central de la recuperación mundial de la pandemia, sin embargo, la mayoría de los refugiados se enfrentan a una doble carga de desigualdad en materia de vacunas. En primer lugar, el 86% de los refugiados viven en países de renta baja y media (PRMB), que dependen en gran medida de COVAX, una iniciativa creada para garantizar el acceso equitativo a las vacunas contra el COVID-19 que hasta ahora de poco ha servido. Hasta el 14 de junio, sólo se han enviado 87 millones de dosis a 131 países a través de COVAX, muy por debajo de los objetivos. En segundo lugar, muchos países de ingresos bajos y medios que han recibido vacunas no están dando prioridad a los refugiados. Por ejemplo, en Bangladesh, donde el 2-5% de la población está totalmente vacunada, no se ha administrado ni una sola dosis en Cox's Bazar. En el mayor campo de refugiados del mundo, las medidas no farmacéuticas siguen siendo la única herramienta para prevenir brotes importantes.

Esta situación es inaceptable. Las vacunas son un derecho de todas las personas y no un privilegio en función de la nacionalidad. Además, los refugiados y los migrantes hacen enormes contribuciones a la sociedad. La mayoría de los migrantes internacionales que son refugiados viven en zonas urbanas, donde su trabajo en la primera línea de la atención sanitaria es fundamental para la respuesta y la recuperación de la pandemia

La empatía es quizás una de las virtudes más necesarias estos días. Ponerse en el lugar del otro, sentir el dolor ajeno como propio y actuar en consecuencia. Que el virus de la indiferencia no se vuelva pandemia. Por una vez, seamos refugio y no frontera.

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