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Respeto y admiro a Edgar Morin, y no solo por su obra y su pensamiento (que también, aunque sin estridencias) cuanto porque el filósofo y sociólogo francés, que cumplirá 100 años en julio de 2021, ha sido capaz a sus 99 de recoger en un pequeño volumen recientemente publicado (“Cambiemos de Vía”, Paidós, 2020), y supongo que con no poco esfuerzo personal, sus reflexiones más íntimas sobre este tiempo; el libro lo ha subtitulado “Lecciones de la pandemia” y Morin nos propone hacer todo cuanto esté en nuestras manos para regenerar la política, proteger el planeta y humanizar la sociedad. Esperanzado, escribe en sus conclusiones:” El humanismo, a mi modo de ver, no es solo el sentimiento de comunión humana, de solidaridad humana, sino que también es el sentimiento de estar dentro de esta aventura desconocida e increíble, y esperar que siga hacia una metamorfosis, de la que nacerá un nuevo devenir”.

Edgar Morin quiere despertar las conciencias dedicando, dice, “mis últimas energías a este libro”. Y un servidor, que ya está en edad provecta, se pregunta cuantas ultimas energías hemos dejado escapar y hemos olvidado dejando morir en esta pandemia de nunca acabar a decenas de miles de personas mayores. Energías que, como las de Morin, no han podido concretarse en algún libro, en conversaciones a media voz, en consejos repletos de sabiduría, en besos, abrazos, caricias y miradas llenas de respeto, ternura y esperanza. Tampoco en cenas de Navidad. En España, hoy, probablemente en torno a treinta mil y sumando. Lo crean o no, tiemblo físicamente cuando pienso en este desastre porque -como escribe Sábato- fui uno de esos chiquitos que, sentados en las rodillas de sus abuelos y abuelas, eran educados en su sabiduría. El que fuera presidente de Senegal, Leopoldo Senghor, le contó a Sábato que “la muerte de uno de esos ancianos es lo que para ustedes sería el incendio de una biblioteca de pensadores y poetas”.

Alrededor de 20.000 mayores, hombres y mujeres, internos en residencias, murieron a causa del coronavirus durante la primera ola, lo que equivale al 6 por ciento de los residentes, según el informe que ha presentado la Secretaria de Estado de Servicios Sociales el 2 de diciembre pasado. En ese documento se recoge que los mayores fallecidos en residencias suponen entre el 47 y el 50 por ciento del total de muertes provocadas en España por el Covid-19 en la primera fase de la pandemia. Veinte mil, se dice pronto...

Amnistía Internacional ha publicado en este mes de diciembre un Informe con título y contenido demoledores: “Abandonadas a su suerte. La desprotección y discriminación de las personas mayores en residencias durante la pandemia Covid-19 en España”. Con datos oficiales, el organismo internacional nos señala que se ha hecho evidente que las medidas adoptadas por las autoridades españolas para responder a la Covid-19, “en particular en Cataluña y Madrid, han vulnerado los derechos humanos de las personas mayores que vivían y viven en residencias, y en concreto el derecho a la salud, a la vida y a la no discriminación, y además resultaron ineficaces para proteger a un colectivo especialmente vulnerable. Asimismo, las decisiones de las autoridades han impactado también en el derecho de las personas residentes a la vida privada y a una muerte digna”. Como la moda es no responder por nada, a pesar de la gravedad del Informe, los políticos, paradójicamente, invocan la transparencia, pero ningún responsable dimite y a nadie se le cae la cara de vergüenza...

Los ciudadanos piensan -eso recogen algunas encuestas- que la solución a esta crisis del COVID-19 vendrá por el esfuerzo coordinado y común; por el ejercicio de nuestra responsabilidad individual y la fecundidad de una responsabilidad compartida. Y los dirigentes, los poderosos y también los que no lo somos, además de practicar la solidaridad, deberíamos ejercitarnos para aceptar una exigencia universal que a todos nos compromete: la subsidiariedad, dar sin perder y recibir sin quitar, exigiendo una permanente y radical defensa del ser humano como primer paso para recuperar la dignidad perdida y las desastrosas consecuencias de la pandemia, y habrá que invertir, mucho y bien, en sanidad y en educación, apoyando el empleo, fortaleciendo a empresas, autónomos y Pymes y ayudando con políticas sociales a los que más lo necesiten; pero habremos de contar con políticos honrados que acepten el reto y se dejen asesorar, que no sean estúpidos y si capaces de transmitirnos esperanza y que, cumplida la tarea, nos devuelvan la confianza que tanto y con urgencia necesitamos.

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