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Se conoce como Storytelling o “arte de contar historias” una técnica aparecida en EE.UU. a mediados de los años 90 utilizada y aplicada desde entonces en áreas tan diversas como la empresa, la política o la guerra. Los managers contaban historias para motivar a sus trabajadores. Los políticos para convencer con sus programas.

Cuando uno se acerca por primera vez a este “arte” se imagina algo cercano al contador de historias, cual cuentacuentos o juglar, que narra historias reales que la magia de la narración adorna, endulza, pero al fin y al cabo reales, que de boca en boca mantienen viva la historia vivida.

Pero nada más lejos de la realidad, cuando uno se acerca al storytelling, o como Christian Salmon lo bautiza en su libro así titulado, “la máquina de fabricar historias”, el relato sí que es estremecedor, descubrir la realidad de este “arte” de fabricar narraciones, historias, y que en definitiva, una vez han calado en el imaginario colectivo se convierten en realidades mismas. De esta manera el storytelling  intenta suplir las pérdidas cotidianas con buenas historias, construir una nueva realidad.

Los manuales de marketing que abordan el tema hablan de la autonomía del receptor y su capacidad para moldear las historias. Sin embargo, Salmon en su libro demuestra totalmente lo contrario: “como un relato bien construido es capaz de ser interiorizado por la audiencia, construir sentido, para camuflarse en el mundo real”. “Los grandes relatos que jalonan la historia, desde Homero hasta Tolstoi y desde Sófocles hasta Shakespeare, –nos cuenta Salmon en su libro- contaban mitos universales y transmitían las lecciones de las generaciones pasadas, lecciones de sabiduría, fruto de la experiencia acumulada. El storytelling recorre el camino en sentido inverso: pega sobre la realidad unos relatos artificiales, bloquea los intercambios, satura el espacio simbólico con series y stories. No cuenta la experiencia pasada, traza conductas, orienta el flujo de las emociones, sincroniza la circulación […] establece engranajes narrativos según los cuales los individuos son conducidos a identificarse con unos modelos y conformarse con unos protocolos”.

Servidora, que es muy aficionada a la literatura Orwelliana, se siente en este momento desprotegida, desconfiada de todo lo que le rodea, y  por qué no, desencantada, ante tal nivel de manipulación al parecer aceptada por unos y por otros, y aprendida a utilizar como cualquier otra técnica.

Hoy en día el storytelling sigue muy de moda, y cada vez más se aplica en la política, (sobre las técnicas utilizadas en política en los EE.UU. recomiendo el artículo de Antoni Gutiérrez Rubí  "Big Data y política"), en la empresa, y en los últimos años en el mundo social y de las organizaciones del tercer sector, que a marchas forzadas estamos aprendiendo de otros modelos, sobre todo americanos, de obtención de financiación privada, tras el duro golpe en nuestro país a todo lo público.

Desde la perspectiva de la ética, la transparencia y la honestidad imagino que no estoy sola al reivindicar la verdadera esencia de las historias, la magia del saber contarlas, del enganchar, del utilizar recursos narrativos para hacer atractiva una realidad que de primeras pueda no parecerlo tanto. Así lo hacen sabiamente Juan José Millás en Vidas al límite y Carlos del Amor en La Vida a veces, para mí dos referentes en el verdadero arte del storytelling, magos de la palabra, arquitectos de realidades mágicas que nos han regalado recientemente estas dos joyas de libros. Sigamos construyendo grandes historias, bellas historias, historias de la vida, historias de la responsabilidad, historias de la ética, historias de la vida como se recuerda para ser contada, un storytelling, cómo no podía ser de otra manera, responsable.

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