En realidad no es un niño cualquiera: es un Quijote. Y cuando, en momentos como el presente en nuestro país, estamos rodeados de corrupción, envidia, pequeñez y mezquindad, ellos son los que lo convierten en algo grande, hermoso y limpio.
Los Quijotes son niños y niñas que persiguen sus sueños, que luchan y trabajan por hacerlos realidad, que saben que hay mucho talento en cada rincón y que nada se consigue sentado en una silla esperando a tu hada madrina.
Los niños Quijote son especiales porque resisten las derrotas, porque son capaces de mantener protegida la llama de su ilusión y no hay vendaval capaz de apagarla, ni madrugones, ni obstáculos, ni desánimos, ni palabras, ni gestos. Día a día, tras las negativas, renacen como un ave fénix y se calzan de nuevo los zapatos de faena para seguir caminando.
Seguro que todos ustedes conocen a algún “niño Quijote”. Yo conozco a este y sé que el fuego de su amor por ese juego llamado fútbol lo puede todo. Fíjense en su mirada ¿quién podrá vencerle? ¿Qué dragón podrá asaltar su alma hecha de jirones de estrellas?
Un día llegará a donde quiere estar. Y ese día yo podré recuperar este escrito y tendré el orgullo de decir que fui el primero en escribir sobre él.
Porque como dijo don Alonso Quijano…“¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”.
Un día todos conoceréis su nombre, hoy, brindo por él y por todos los que son como él. Gracias por vuestro ejemplo. Vale.