La crisis climática actual, impulsada por el cambio global, representa uno de los desafíos más apremiantes de nuestra era. Los efectos del calentamiento global, el aumento del nivel del mar y los eventos meteorológicos extremos están transformando drásticamente los ecosistemas y las sociedades humanas. Para enfrentar estos retos, es imperativo desarrollar soluciones innovadoras e interdisciplinarias. La integración de conocimientos científicos y tecnológicos con políticas efectivas y prácticas sostenibles es crucial para mitigar los impactos negativos y adaptarse a nuevas realidades. La colaboración entre la ciencia y la política, junto con la promoción de la innovación, es esencial para construir una región americana próspera y sostenible. Al alinear esfuerzos y recursos, podemos fomentar un desarrollo que no solo responda a las necesidades actuales, sino que también garantice un futuro resiliente y equitativo para las próximas generaciones. La sinergia entre científicos, legisladores y actores sociales permitirá diseñar estrategias más efectivas y adaptativas, asegurando un bienestar duradero para todos los habitantes del continente.
El sistema capitalista y el patriarcado no entienden de fronteras. Si algo nos une a las mujeres del mundo entero es la opresión y la situación de desigualdad en la que nos encontramos respecto de nuestros pares varones. Con la crisis climática sucede lo mismo. Si bien es cierto que los países del sur global sufren de manera más fuerte los efectos del cambio climático y el precio del consumo desmedido de los países más ricos lo pagan los más pobres, el calentamiento global tiene sus efectos en Burundi y en Nueva York; en La Paz y en Madrid. La clave está entonces en que las estrategias para mitigar estos efectos se piensen y ejecuten de manera situada, la ecuación es sencilla: pensar soluciones locales a los retos locales.
El modelo de desarrollo actual es inconducente. Lo sabemos. Esta afirmación ha sido respaldada por diversas corrientes teóricas y múltiples movimientos activistas. Si continuamos con nuestros patrones de consumo actuales, la Tierra no podrá soportarlo. Los recursos naturales no son infinitos, y tarde o temprano se agotarán. Este panorama nos exige repensar y reconfigurar nuestras estrategias de desarrollo de manera urgente. Es por ello que se vuelve imprescindible fortalecer la comunicación y la colaboración entre la comunidad científica y los responsables de la formulación de políticas públicas. Para enfrentar los desafíos ambientales y sociales que se avecinan, los formuladores de políticas deben fundamentarse en evidencia científica sólida y actualizada. Esto implica no solo el acceso a la información científica, sino también la capacidad de interpretarla y aplicarla en la creación de programas y políticas transformadoras. La visión situada, que toma en cuenta las particularidades y necesidades específicas de cada región, es fundamental para diseñar estrategias efectivas. América Latina, con su rica diversidad cultural y ecológica, requiere enfoques adaptativos que consideren sus contextos únicos. La colaboración interdisciplinaria y transnacional permitirá intercambiar conocimientos y experiencias, enriqueciendo las soluciones propuestas.
Al integrar la ciencia en la política pública, se pueden desarrollar iniciativas más robustas y sostenibles. Políticas basadas en evidencia pueden promover el uso responsable y eficiente de los recursos naturales, fomentar energías renovables, y fortalecer la resiliencia de las comunidades frente al cambio climático. Esta sinergia entre ciencia y política es crucial para construir un modelo de desarrollo que no solo sea sostenible, sino también inclusivo y equitativo, garantizando el bienestar de las generaciones presentes y futuras en la región.
La bióloga argentina Sandra Díaz, premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica y premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación en 2021, entre otras distinciones internacionales, lo dice con claridad: “El cambio global es difícil, pero no hay plan B”. El Informe Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) redactado por Díaz junto a 145 expertos y expertas, evaluó los cambios en los últimos cincuenta años de la relación entre el desarrollo económico y su impacto en la naturaleza. El resultado fue alarmante: la biodiversidad está disminuyendo a un ritmo sin precedentes y la tasa de extinción de especies se está acelerando, al igual que los efectos en las personas.
También lo dijeron los jóvenes por el clima: “No hay planeta B”, entonces ¿cuál es nuestro plan A? Cambiar. Necesitamos de manera urgente deconstruir nuestro modelo de desarrollo actual de explotación desmedida de los recursos naturales. Le hemos declarado la guerra a la vida, contaminando los ríos, los mares, el aire que respiramos. Explotando los recursos naturales en pos del crecimiento económico y el tan anhelado desarrollo económico. El mantra del “crecimiento” se ha vuelto nuestro peor enemigo. La guerra que ha declarado el sistema capitalista es contra la vida, es contra nosotros mismos.
Ecofeminismo, una alternativa posible
Es entonces, ante la urgencia de poder pensar otros sistemas posibles, donde los aportes teóricos de la perspectiva del ecofeminismo no esencialista resultan de gran valía. El término ecofeminismo refiere a los planteamientos que surgieron al alero de diversos movimientos feministas y pacifistas entre los años 70 y 80, en distintos lugares del mundo. Los aportes más influyentes de aquella época levantan una crítica a la ciencia, la técnica y el patriarcado, buscando recuperar y resignificar la relación Mujer/Naturaleza. Si bien estos primeros esbozos se trazaron en el Norte, la categoría del “buen vivir” nacida en Latinoamérica tiene innumerables puntos en común. A mediados de los años ochenta, la obra “Staying Alive” de Vandana Shiva abrió la posibilidad de creación de un ecofeminismo poscolonial, que servirá de fuente de inspiración, discusión y reformulación hasta nuestros días.
El ecofeminismo, ubicado en la línea crítica y no esencialista, apunta que los seres humanos somos interdependientes entre nosotros mismos y con la naturaleza; sin embargo, el sistema-mundo capitalista propone una guerra contra la vida: por un lado, una guerra contra la naturaleza y, por el otro, contra los vínculos que permiten sostener la vida humana (Herrero, 2016). En esta línea argumental, el ecofeminismo plantea que tanto la crisis medioambiental como la crisis de la sostenibilidad de la vida inciden de manera particular y negativa sobre las mujeres.
Entre otras razones, y como consecuencia del desigual sistema de relaciones de género, porque asigna a las mujeres una vinculación más estrecha con la naturaleza, la cual es producto del pensamiento dualista cartesiano que estructura el mundo en dualismos jerarquizados y sexualizados que separan la realidad en pares: hombre/mujer, producción/reproducción, razón/emoción, mente/cuerpo, cultura/naturaleza (Herrero, 2013; Svampa, 2015). En estos pares, la primera posición se asocia con la masculinidad y se percibe como jerárquicamente superior, mientras que la segunda se relaciona con lo femenino y se configura como inferior y por ello se desvaloriza. En esta línea, la española Celia Amorós dirá que la comprensión de la cultura como superación de la naturaleza justifica ideológicamente su dominio y explotación. La consideración de la primacía de lo masculino (asociado a la razón, la independencia o la mente) legitima que el dominio sobre el mundo físico lo protagonicen los hombres, y las mujeres queden relegadas al cuerpo, al mundo inestable de las emociones y a la naturaleza.
Así, el ecofeminismo es una corriente diversa de pensamiento que denuncia que la economía, la cultura y la política hegemónicas a nivel global se han desarrollado en contra de las bases materiales que sostienen la vida y propone formas alternativas de reorganización económica y política, de modo que se puedan recomponer los lazos rotos entre las personas y con la naturaleza. ¿Estaremos a tiempo? Yo creo que sí. La mirada ecofeminista permite tomar conciencia de oposición y conflicto entre el capital y la vida, y puede ayudar a reconfigurar la lógica política y económica actual.
La antropóloga española Yayo Herrero, referente indiscutida del ecofeminismo, lo explica con claridad meridiana: la vida, y la actividad económica como parte de ella, no es posible sin los bienes y servicios que presta el planeta (bienes y servicios limitados y en progresivo deterioro) y sin los trabajos de las mujeres, a las que se delega la responsabilidad de la reproducción social. Una doble explotación: la tierra y el cuerpo de las mujeres.
El cambio climático avanza sin que los aparentes esfuerzos institucionales desemboquen en una reducción real de las emisiones de CO2. Pese a los esfuerzos, lo cierto es que aún los resultados son insuficientes. Pasan los años, los gobiernos, las leyes y hasta pasan pandemias y mientras tanto la biodiversidad se reduce de forma significativa. Muchos recursos se agotan sin encontrarse sustitutos; el acceso al agua no contaminada es cada vez más difícil; y crecen las desigualdades en las que una parte de la humanidad se enriquece a costa de devastar los territorios de los que depende la supervivencia de la otra. Esta crisis ecológica ante la cual nos encontramos y que bien explica Herrero, es grave y ya no podemos esperar. La valiente Greta Thunberg con los ojos mojados frente a la inacción de líderes mundiales respecto de la emergencia climática preguntó ¿cómo se atreven? (how dare you?) o mejor dicho ¿cómo nos atrevemos?
Nuestras sociedades capitalistas se han construido de espaldas a las bases materiales que sostienen la vida. Una economía que prioriza el crecimiento y la acumulación sin límite ha declarado la guerra a los cuerpos y a los territorios, a la tierra y a la vida, especialmente la de las mujeres. Este modelo insostenible nos lleva a una encrucijada, donde la convergencia de las miradas ecologista y feminista puede contribuir a alumbrar un nuevo paradigma centrado en la vida. Un paradigma que promueva una existencia humana digna y respetuosa del planeta, una vida que realmente valga la pena ser vivida.
Para lograr esta transformación, es fundamental que la ciencia esté al servicio de la política. La colaboración científica y política es esencial para enfrentar los complejos desafíos globales que enfrenta la región americana. Los formuladores de políticas deben basarse en la evidencia científica para desarrollar programas y políticas transformadoras, utilizando una visión situada que considere las particularidades de cada comunidad. Además, la innovación debe ser un pilar central en esta colaboración. Al integrar la ciencia y la tecnología en la política pública, podemos desarrollar soluciones innovadoras que respondan efectivamente a los problemas ambientales y sociales. Esta sinergia permitirá la creación de políticas robustas que promuevan el uso responsable de los recursos naturales, fomenten las energías renovables y fortalezcan la resiliencia de las comunidades frente al cambio climático con perspectiva de género. En definitiva, una colaboración estrecha entre ciencia y política, apoyada por un enfoque innovador, es crucial para construir un modelo de desarrollo sostenible, inclusivo y equitativo en América y el mundo entero. Esto no solo garantizará el bienestar de las generaciones presentes, sino que también protegerá y valorará nuestro planeta para el futuro.
Aún estamos a tiempo de crear como dicen las mujeres zapatistas: "un mundo en donde quepan muchos mundos".