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A ninguno se nos escapa que estamos viviendo varias crisis simultáneas. La primera de salud, la siguiente económica y una tercera en todo momento social. Porque a una escala no comparable pero sí paralela, estar afectado por el coronavirus o por el parón de la actividad que ha provocado es un drama para cada persona y para cada familia que lo sufre.

En este contexto los riesgos ESG (Ambiental, Social y de Gobierno corporativo), que para nosotros es una herramienta básica de trabajo, no solo se han multiplicado, sino que han abierto múltiples nuevas dimensiones que apenas se nos ocurrían hace un trimestre. Indudablemente, en el corto plazo los riesgos sociales y éticos son evidentes.

Por este motivo, la situación llama a la colaboración en torno a un propósito común y compartido, lo cual es nuestra especialidad. La especialidad de los directivos de responsabilidad social (dirse). Un propósito que no es otro que lograr que la curva de expansión de este coronavirus se detenga e igualmente no se expanda el virus de una crisis de insolvencia social y empresarial.

En ambos casos, por el lado de la salud y por el lado de la economía, tenemos la responsabilidad individual y organizacional de frenar el multiplicador que en la dimensión clínica es de tres (cada persona infectada contagia a tres), pero que en la económica amenaza con ser incluso superior.  

Considero determinante mantener las relaciones que todos nosotros sabemos que son uno de los principales activos intangibles. Intangibles tan determinantes hoy en día en nuestra competitividad.

Por este motivo es el momento de mantener un verdadero diálogo con nuestros grupos de interés y desarrollar una economía del cuidado. Del cuidado hacia el cliente, que necesita servicios prestados de manera diferente y bienes que son diferentes porque las prioridades y necesidades han cambiado. Del cuidado hacia el proveedor, que necesita flexibilidad para entregar su bien y su servicio y que continúe una parte del flujo de facturación y pagos. Del cuidado hacia los empleados, también los que están en modalidad mercantil; los autónomos, para que no se encuentren sin recursos para atender sus necesidades familiares y que a la vez es el consumo que necesitan nuestras empresas. Cuidado de la competencia con la que nos podemos complementar, de las administraciones públicas a las que hay que pedir, pero también dar. Cuidado de todos nuestros grupos de interés en aquella dimensión que nos explicó Clarkson en 1995: aquellos que tienen o reclaman derechos o intereses.

Por el contrario, no es el momento de usar el poder de negociación. No es momento de competir para ver quién es capaz de generar mayor capacidad de ahorro repercutiendo el problema a terceros y exigiéndoles a terceros lo que no nos pueden dar. Porque si adoptamos esta opción no solamente agudizaremos la curva de la crisis económica, pasando de una parada de actividad a una crisis social y financiera, sino que también romperemos las relaciones, ese intangible tan importante en el nuevo paradigma empresarial.

Es el momento de los dirse porque somos los más preparados para convencer en los Comités de Dirección de nuestras empresas de que este es el camino para lograr un propósito social compartido. Pero porque también es el camino para que el día después nuestras organizaciones estén preparadas para seguir trabajando con más energía que vendrá de unas relaciones más consolidadas, porque fuimos éticos cuando más necesario era. Es el momento de la economía del cuidado, de la colaboración, de actuar bien hoy para tener un mejor futuro. Es el momento da acordarnos, como nos enseñó Nash, que el equilibrio y la mejor solución la encontramos cuando cada uno busca simultáneamente lo mejor para sí mismo y para el conjunto.

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