Sin embargo, cuando las cosas cambian a tanta velocidad, no es fácil adaptarse a las nuevas realidades y seguir adelante como si nada estuviera ocurriendo. Eso es lo que les está ocurriendo a los centros urbanos. El incremento de la población urbana a nivel mundial (se estima que en 2050 el 70% de los habitantes vivirán en ciudades, siendo los continentes que más crecen África y Asia) se está produciendo a un ritmo tan vertiginoso que está siendo complicado planificar -y re-planificar- las ciudades de forma adecuada, que estas dispongan de unos servicios básicos de calidad y, desde luego, integrar unos criterios mínimos de sostenibilidad en ellas.
Las ciudades, por otro lado, son grandes consumidoras de los recursos naturales que se generan a nivel mundial (en torno al 75% de la producción), acumulan el 80% de la demanda energética y generan en torno al 70% de las emisiones a nivel global. De ahí que la acción y el compromiso ambiental y, especialmente climático en las ciudades, esté en las conversaciones globales como el Acuerdo de París o los Objetivos de Desarrollo Sostenible, a través del ODS 11 – Ciudades y comunidades sostenibles - o el ODS 13 – Acción por el clima.
A pesar de ello, y aunque suene retador, las urbes mundiales llevan ya años haciendo esfuerzos por reducir su huella ecológica y continuar siendo lugares atractivos para la población. La mitigación del cambio climático, continúa siendo una de las áreas de acción principal de las ciudades, especialmente en los países desarrollados (sobre los retos en los países en desarrollo podríamos hablar en otro artículo ampliamente). Acciones vinculadas al aumento eficiencia energética de los edificios (en Europa estos suponen un 36% de las emisiones de gases de efecto invernadero), la apuesta por la movilidad sostenible, la utilización de energías renovables o la mejora de la calidad del aire son ya habituales en las ciudades con mayor capacidad de actuación.
Pero quizá la gran olvidada es la adaptación. Esa otra cara de la moneda que supone el cambio climático y que tan relevante es cuando somos conscientes de la vulnerabilidad de los entornos urbanos. Hablamos entonces de prevención y de adelantarnos a lo que viene sabiendo que, por muchos esfuerzos que queramos hacer mitigando el cambio climático, estamos en una muy mala posición. En ella, además de muchas de las palancas anteriormente nombradas, juega un papel fundamental la naturaleza, la biodiversidad, que mejora la resiliencia de la ciudad y atenúa los impactos físicos directos del cambio climático, entre otras muchas de sus funciones.
Desde Forética, precisamente, llevamos un año trabajando para que los ayuntamientos a nivel nacional conozcan y entiendan por qué deberían tener en cuenta la adaptación en sus estrategias locales de cambio climático y también algunas pautas sobre cómo hacerlo. El proyecto, “Caja de herramientas para la adaptación al cambio climático en ciudades”, que hemos desarrollado con el apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica, está compuesto por un conjunto de herramientas útiles y prácticas:
La última herramienta, la número 5, fue la presentación en Madrid el pasado jueves 20 de junio de este proyecto, que sirvió como punto de encuentro entre ayuntamientos, empresas y otros sectores para conversar sobre estos aspectos.
¿Cuáles son algunas conclusiones clave del proyecto?