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Hace algo más de un mes iba con mi madre en el coche. En nuestras conversaciones sobre el Estado de la Nación me contó que había visto una jubilada en el telediario criticar la subida de las pensiones diciendo que con lo que percibía no podía hacer ningún viaje ni ir a la peluquería.

“Ridícula. Esta mujer es ridícula. Como preocuparse por estas cosas cuando hay que pagar la contribución del piso, la luz, el agua”. Mi madre, simplemente, estaba escandalizada.

En qué momento nos hemos rendido. Cómo podemos permitir que nuestra máxima aspiración sea pagar la luz o la contribución de un piso que llevamos pagando toda la vida. En qué momento nos han rendido.

Mi madre siente que no puede permitirse el “lujo” de dedicarse unas horas a cuidarse o unos días a escaparse. Imposible, con la que está cayendo. No puede ser. Hay que sacrificarse. Toda la puta vida sacrificándose.

En qué momento hemos empezado a ver como pornográfico disfrutar de la vida. A quién ofende querer ir de vacaciones después de toda una vida dándolo todo por los hijos, por la postguerra, por las normas.

No pienso en las pensiones, solo. No pienso en las políticas de austeridad, solo. No pienso en la desigualdad, solo.

Hace unas semanas, el señor Roig en un encuentro sobre Empresa Familiar invitaba a los empresarios a sentirse orgullosos de serlo. Estoy de acuerdo con él. Soy empresario y siento que tengo mucho que aportar a nuestra sociedad. Me siento orgulloso de nuestro pequeño Quiero. ¿Y las empleadas y empleados de Mercadona? ¿Y las compañeras y compañeros de Quiero? ¿Y un jornalero en los invernaderos de Almería? ¿Y los enfermeros y enfermeras de tu ambulatorio? ¿Se sienten orgullosos de sus trabajos?

Unas semanas antes, en la clausura de la cuarta edición de Sustainable Brands en Madrid compartía mi reflexión sobre el orgullo. El tema de esta edición era ‘Redesiging the Good Life’.

Cualquier persona en cualquier parte del mundo necesita sentirse orgullosa de la forma en que se gana la vida. ¿Lo contrario qué es? Sumisión, pena, resignación, alienación, agonía, indolencia, supervivencia…

Cómo podemos construir una vida mejor, una sociedad mejor si ni siquiera nos sentimos orgullosos de nuestro trabajo, de las empresas a las que representamos, de los proyectos que lideramos. Cómo podemos pretender construir propósitos sin la energía que te da el orgullo. ¿Se puede ser activista sin orgullo?

Ganarse la vida robándosela a otro es mierda. No la quiero. No la admito.

Dónde queda el orgullo de una mujer que no se permite pensar en el derecho a ir a una peluquería después de toda una vida dedicada a los otros.

Nos estamos dejando robar el orgullo. Así, tontamente. En nombre de la seguridad, la tranquilidad, la comodidad. La supervivencia.

Un modelo que pretende perpetuarse gracias a nuestra mera supervivencia está condenado a morir. La vida es mucho más poderosa. La naturaleza es maravillosamente abrumadora. Y es lo que somos.

Yo no he venido a este mundo a sobrevivir. Tú no has venido a este mundo a sobrevivir.

Estamos aquí para crear, para disfrutar, para vibrar. Estás aquí para hacer cosas inimaginables. Soñar e ir detrás de cada sueño como si nunca más fueras a dormir de nuevo.

Estamos aquí para cuestionar, gritar, cambiar, hacer. Estamos aquí porque tenemos todo el derecho, el que nosotros mismos nos hemos dado por el mero hecho de nacer, a sentirnos orgullosos de la forma en que nos ganamos la vida. Estamos aquí para vivir.

No consintamos que nadie nos robe el orgullo de sentirnos plenos con nuestra forma de ganarnos la vida. Nos va la vida en ello.

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