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Los efectos del cambio climático que los expertos auguraban para la década de 2030, ya están entre nosotros, prácticamente una década y media antes de lo previsto. La Organización Meteorológica Mundial acaba de confirmar un nuevo récord en la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera en 2016, que dejan pequeños los récords de 2015, 2014, etc. De aquellos polvos, estos lodos

Asistimos cada año a un nuevo récord de incremento de la temperatura media del planeta, y a la intensificación de fenómenos extremos en todo el mundo. Huracanes cada vez más virulentos en Asia y América; olas de calor y sequías cada vez más prolongadas que ponen en peligro las cosechas, comprometen el acceso al agua de buena parte de la población, y hacen aumentar la peligrosidad de los incendios forestales (Galicia, Doñana, Portugal, etc.); inundaciones y riadas como nunca antes se habían visto en países como Perú, Sierra Leona, India, etc. 

Retrocede de forma pavorosa el hielo ártico. Perdemos especies. Quebramos el equilibrio ecológico. Todo ello tiene un inmenso coste para el planeta, pero también para las personas, para amplias capas de población en todo el mundo pero sobre todo en los países más vulnerables a los efectos del cambio global (en realidad estamos ante un verdadero cambio global, en la nueva era del Antropoceno, del cual el cambio climático es solo una de sus múltiples manifestaciones). Se intensifica por tanto la injusticia y la desigualdad, y millones de personas tienen que abandonar sus hogares (la ONU habla ya de “desplazados climáticos”), en un fenómeno que por desgracia irá a más y que no podremos contener con las clásicas políticas de control de fronteras. 

Hemos de imaginar nuevas políticas para hacer frente a este colosal reto que la humanidad tiene por delante. Es necesaria, hoy más que nunca, una gobernanza global del cambio climático, y Europa puede jugar ahí un papel fundamental aprovechando el vacío que deja la administración Trump. El Acuerdo de París marcó el camino. Dos años después, de la COP23 que se está celebrando estos días en Bonn (Alemania) es absolutamente fundamental que salga un manual de instrucciones para aplicar París. Bien están las adhesiones (195 países respaldaron el Acuerdo de París) y los compromisos nacionales de reducción de emisiones, pero no es suficiente. Hay que dejar tanta palabrería y tanto postureo político con respecto al cambio climático, arremangarse y ponerse en serio a trabajar para acelerar la transición ecológica de la economía. Hemos de cambiar nuestro modelo de desarrollo. Sé que es muy fácil decirlo y muy difícil llevarlo de verdad a cabo, pero tenemos que soñar con ello, desearlo como algo prioritario, de verdad creérnoslo, y así poder dar pasos firmes y vigorosos en la dirección adecuada. Es hoy o nunca. Ya no tenemos más tiempo.  

Tenemos que reinventar el modo en que producimos, consumimos, trabajamos, nos transportamos, desechamos y hasta nos divertimos. Tenemos, en suma, que modificar nuestro estilo de vida. El actual es insostenible. Nos lo vienen advirtiendo desde hace décadas, pero ahora ya le hemos visto las orejas al lobo. 

En las ciudades es donde se libra esta batalla por la sostenibilidad. En ellas reside más de la mitad de la población mundial, se concentran los puestos de trabajo y el grueso de la actividad económica, y a ellas van a parar la mayor parte de los recursos naturales y de ellas proceden la mayor parte de los desechos. En las ciudades se cruzan los grandes desafíos de nuestro tiempo: cambio climático, crecimiento demográfico y cuarta revolución industrial (con su previsible crisis de empleo debido a la automatización). 

Las ciudades no sólo tienen que ser protagonistas en términos de mitigación, sino también en términos de adaptación y resiliencia, para poder encajar los impactos del cambio climático ya acumulado. Las ciudades deben adaptarse a él, y además deben hacerlo muy rápido. Y los ciudadanos tenemos mucho que proponer y hacer al respecto. Podemos ser protagonistas del cambio de modelo, interviniendo tanto individual como colectivamente en nuestros hogares, calles, plazas y barrios. Reclamemos a nuestros alcaldes y alcaldesas que instalen pérgolas y zonas de sombra con vegetación en muchas calles y plazas duras que lo están pidiendo a gritos (vamos hacia veranos de 5 meses con temperaturas insoportables en muchas zonas de España). No estamos pidiendo un imposible: ya se hizo en la Expo’92 de Sevilla, hace 25 años. Más aún, incorporemos en el pavimento nuevos materiales que provocan una disminución de la temperatura en superficie. Exijamos políticas de fomento de la movilidad no motorizada. Establezcamos una red de huertos urbanos que forme parte del sistema de equipamientos públicos de la ciudad. Impulsemos la generación distribuida y el autoconsumo energético. Desarrollemos una fiscalidad verde. Incentivemos la economía circular en nuestras empresas e industrias. Consolidemos un tejido fuerte de pymes innovadoras que ofrecen productos y servicios bajos en carbono. 

Los ciudadanos, sin esperar a los políticos, podemos empezar ya por revegetar colectivamente los alcorques de nuestras calles y plazas (luego ya vendrán los políticos a instalar las pérgolas cuando hayan detectado el movimiento ciudadano), comprar productos de proximidad, moderar la ingesta de carne, contratar la energía con cooperativas y empresas que certifican su origen renovable, dejar el coche en casa cada vez que podamos, entre un largo etcétera. Desde nuestra posición de consumidores y ciudadanos comprometidos, presionemos para que gobiernos y grandes empresas se vean forzados a actuar y acompañarnos en esta transición. Todos nosotros, unos desde la Cumbre del Clima en Bonn, otros desde el alcorque más cercano, podemos y debemos tomar medidas efectivas para hacer frente al cambio climático

Autor: Luis Morales Carballo

Cofundador de la asociación Ecoemprendedores por el Clima, y de la Asociación de Empresas de la Economía Verde (ECOVE). Miembro de la Federación Europea de Negocios Sostenibles (Ecopreneur.eu) y de la Red Sevilla por el Clima

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