Como cualesquiera de los que vemos en los pueblos y ciudades de España, el Quiosco de Juan Francisco Jiménez es una construcción pequeña, instalada en la acera de una calle madrileña, donde se venden periódicos, revistas, libros y, naturalmente, chuches y mil cosas más que amplían la oferta y sirven para cubrir, a menudo, las peregrinas necesidades de los vecinos y clientes. El quiosco de Juanfran es, en parte, también el mío: 28 años nos contemplan, casi tres décadas de relación que acabaron convirtiéndose en amistad. Ernesto Sábato, que era un hombre sabio, nos dejo una hermosa reflexión en la que me refugio con alguna frecuencia: “Hay una manera de contribuir al cambio, y es no resignarse”. En eso deberíamos estar, como están hoy en España todos los Juanfran que no se resignan y a los que no conocemos, y no perdernos en preocupaciones estériles que se agotan en si mismas y nos llevan a ninguna parte.