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Hace unos días escuchaba yo en la radio una amena tertulia acerca de la música ambiental. Casi todos opinaban de su percepción personal acerca de la música en los comercios, oficinas o lugares públicos. Sin embargo, uno de los tertulianos resultó ser un experto en la materia, ya que había trabajado algunos años como responsable de la selección de la música que se emitía por los altavoces de una conocida cadena española de tiendas de moda. Este experto comenzó a contar algunos de los entresijos acerca de qué música y cómo debe emitirse para conseguir el efecto comercial deseado, lo cual le dio a la tertulia un renovado interés.

 

Uno de los contertulios hizo notar que, si bien la música ambiental se dirige a los clientes que esporádica y fugazmente circulan por la tiendas, puede llegar a resultar un tormento para los empleados que pasan 8 horas al día trabajando bajo la presión psicológica de tal acompañamiento musical. Y aquí surgió lo que llamó especialmente mi atención.

 

El experto dijo: "Efectivamente, has dado con un problema importante que me encontraba habitualmente en este trabajo". Y continuó diciendo: "Yo lo resolvía preguntando al gerente de turno: "¿Con quién quieres quedar bien, con los empleados o con los clientes?", a lo que el gerente sistemáticamente contestaba: "¡Por supuesto, con los clientes!"."


 

Esta afirmación disparó todas mis alertas de persona sensibilizada con la Responsabilidad Corporativa, y me surgieron las preguntas: ¿Qué significa eso de "por supuesto, con los clientes"? Quien responde eso tan súbitamente, ¿qué opinión tiene de sus empleados? ¿Realmente le importa a esos gerentes lo que puedan pensar, sentir u opinar sus empleados? Parece que no mucho.


 

Ya sé que el concepto de "stakeholder" es como quien dice de anteayer, y que el cambio de modelo empresarial por el que abogamos los que creemos en los beneficios de la RSC está aún en una fase de infancia, pero no por ello deja de preocuparme que aún, en la mente de muchos (¿demasiados?) gerentes, empresarios y directivos, los empleados a su cargo son antes recursos que personas. Para estos jefes, un empleado insatisfecho no es más que un problema menor que tiene fácil solución en los tiempos que corren. Ellos piensan que afortunadamente hay mucho paro y, por lo tanto, es fácil encontrar varios candidatos al mismo puesto, que agradecerían poder pasar 8 horas trabajando acompañados por un repetitivo programa musical o con el chin-chín de los jingles comerciales. ¿No suena esto un poco, digamos, "medieval"?


 

No pretendo prolongar en este post el debate radiofónico sobre la música ambiental. No, no es eso. Lo que quería destacar aquí es que parece que es más difícil de lo que nos pensamos abrir nuestra mente e interiorizar que la responsabilidad de las empresas ya no debe dirigirse sólo a los propietarios y a los clientes. No, ya no. Esa etapa ya pasó (afortunadamente). Hay más grupos de interés que se ven afectados cada día por las actividades de la empresa, y cada empresa debe hacer su propia reflexión acerca de quiénes son estos grupos de interés, dónde están, cómo es su relación con la empresa y qué esperan de ella. Y un grupo protagonista en este nuevo juego de interacciones son, cómo no, los empleados.


 

En esta época tan complicada en la que estamos donde el trabajo es un tesoro tan difícil de conservar - y aún más difícil de conseguir - existe el riesgo de que los desequilibrios de poder entre empleadores y empleados nos conduzcan a una regresión en las formas y en las actitudes dentro de las relaciones laborales.


 

Los empleados de una empresa, después de personas (que es lo principal), son el motor humano que mueve la empresa. Si forzamos demasiado el motor podemos acabar quemándolo. Y entonces ya no habrá remedio. La difícil situación económica que atravesamos está obligando a muchas empresas a poner los motores empresariales al límite de su régimen de funcionamiento y esto tiene sus riesgos, que no son pequeños. Sólo espero que los responsables de manejar estos "motores" humanos sean conscientes del precioso material con el que trabajan y se paren un poco a pensar antes de responder tan rápido a la pregunta de "¿Con quién quieres quedar bien?".

 

 

 

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