Dos de los pilares que nos mantienen vinculados al mundo, que nos hace sentir que pertenecemos a él, que es el espacio donde nuestros anhelos pueden ser realizados, son la relación con los otros y con los lugares que habitamos. Nuestra vinculación con ellos impactan en nuestro bienestar emocional y en nuestra identidad.
Cuando perdemos la conexión con los otros y con el territorio que habitamos, perdemos las referencias, las coordenadas de nuestra existencia. Los afectados por la DANA en Valencia están experimentado la pérdida del mundo, de su mundo, de sus familiares y amigos, de sus pertenencias, de su hogar y de su barrio, de su vecindario, de su pueblo, de su ciudad, en un instante. Un tsunami de agua y lodo ha arrasado con todo.
Las pérdidas de personas son irreparables e irremplazables, es un vacío que se queda con nosotros y no se va, se aprende, a lo sumo, a vivir con el. Pero también la pérdida de nuestro lugar de vida produce vacío, dolor y soledad. Porque las personas también tienen un apego emocional a los lugares donde habitan. No son apegos ni dolores comparables, pero ambos deben ser tenidos en cuenta para recuperar el bienestar de las personas tras una tragedia como la que se está viviendo en Valencia.
Según Bernardo Hernández Ruíz[1], catedrático de psicología ambiental en la Universidad de La Laguna, las personas establecen vínculos con los entornos en los que llevan a cabo sus actividades diarias y el desarrollo de sus historias personales, donde se sienten seguros y a salvo y en el que, por tanto, quieren permanecer. Los lugares que habitamos están llenos de historias y sentimientos. La ruptura del vínculo con ellos puede afectar seriamente tanto al equilibrio emocional como al desempeño psicológico.
Glenn Albrecht, filósofo australiano, acuñó el término “solastalgia” para referirse a la melancolía o la nostalgia que produce la pérdida del lugar dónde vivimos, tal y como lo conocíamos, derivada del deterioro medioambiental o de catástrofes climáticas como las de la DANA. El paisaje natural que nos ha acompañado desde niños se ve alterado negativamente, ya no es el que era y lo añoramos, lo extrañamos.
Estos cambios en el paisaje pueden provenir de sequías, terremotos, incendios forestales, inundaciones, urbanismo descontrolado y efectos del cambio climático. Al ver degradado, deteriorado o destruido nuestro entorno experimentamos desolación. Albrecht lo describe como un sentimiento de dolor y angustia causado por la pérdida de algo que pertenece a nuestra existencia, a nuestra experiencia cotidiana, a nuestra biografía e identidad. Todo ello genera una experiencia existencial de malestar porque la persona siente que se ha roto el vínculo emocional con su entorno, sigue ahí físicamente, pero no es el que era, el que siempre ha conocido, en el que ha crecido y se ha desarrollado. Se rompe nuestro sentido del lugar, nuestro anclaje con el territorio.
En estos momentos solo tenemos que contemplar las fotografías y los vídeos de como han quedado Catarroja, Chiva, Paiporta, Picanya, y otros 71 municipios más, para empatizar con sus vecinos y entender este sentimiento de solastalgia, que quizás ahora está tapado por otra pérdida más fuerte, la pérdida de las personas allegadas, la del propio hogar o el negocio, pero que está ahí y acrecienta el dolor, la desesperanza y la desolación, y lo revivirá cada vez que paseen por sus calles o se asomen a la ventanas de sus casas.
La revista médica The Lancet advirtió hace años, en su informe sobre salud y cambio climático, que la solastalgia está relacionada genera malestar porque se percibe el entorno como extraño y, además, genera una sensación de impotencia por no poder hacer nada para que vuelva a ser el de antes. José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, afirma que la degradación del entorno tiene un impacto psicológico, genera un malestar porque afecta a nuestra “identidad espacial”: "somos los lugares que habitamos, y nuestra identidad se forja en contacto permanente con los lugares que habitamos (paisajes naturales o urbanos), y cuando se degradan o se deterioran o desaparecen estos entornos donde se ha forjado nuestra identidad, se daña también la identidad, y la sensación de seguridad que a una persona le aportan estos lugares".
“La Tierra te duele”, decía Gloria Estefan. No solo duele estar alejado del lugar donde naciste y te criaste, también duele verlo devastado, degradado, totalmente alterado. Por eso la pérdida de nuestra parcela de tierra más habitual, produce malestar, disgusto e inseguridad, porque el territorio que habitamos es un puntal importante de nuestra vida y nuestro bienestar.
Si no tomamos conciencia de que el cambio climático es una realidad y de que sus consecuencias están por todas partes, la DANA vivida en Valencia es una de otras muchas. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, los fenómenos meteorológicos extremos que provocan inundaciones y sequías de gran impacto son cada vez más probables y graves debido al cambio climático antropogénico. Otras partes de Europa también se han visto gravemente afectadas por las inundaciones este año. A mediados de septiembre de 2024, una región muy extensa de Europa Central experimentó lluvias muy intensas, batiendo récords de precipitaciones locales y nacionales[2].
Si no cuidamos la Tierra, nos quedaremos sin ella. Los desastres naturales cada vez son más frecuentes y más extremos a consecuencia del cambio climático: incendios como los que asolaron Australia, fenómenos como la DANA en Valencia o ciclón Idai, que borró del mapa la cuarta ciudad más grande de Mozambique (Beira), lo corroboran. La ambición económica se lleva por delante el mundo de muchas poblaciones indígenas que han visto sus territorios devastados por las plantaciones de caucho o azúcar; de muchas comunidades en torno a explotaciones mineras a cielo abierto en América Latina que han provocado el éxodo de su población hacia otros lugares.
“There's no planet B”, para la Tierra, de momento, no hay plan B, no hay planeta B. Deberíamos recordarlo para cuidarlo entre todos.
[1] Bernardo Hernández, «Place Attachment: Antecedents and Consequences, PsyEcology, 12:1, 2021, pp. 99-122, disponible en: https://doi.org/10.1080/21711976.2020.1851879.
[2] Fuente: Naciones Unidas. Noviembre 2024. https://unric.org/es/la-dana-en-valencia-y-el-cambio-climatico/