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Le he dado muchas vueltas a lo que voy a decir aquí. Y, lo reconozco, no lo veo del todo claro. Pero ahí va. La Responsabilidad Social (RS), ¿debe ser generalista o proximista?

Por generalista quiero significar aquí que el bien es mayor cuando es de muchos, y el mal también es mayor cuando es de muchos. Proximista (y perdón por inventarme el nombre) quiere decir que el bien es mayor cuanto más próximo se encuentre de la persona y más incida en ella, y lo contrario vale para el mal.

La pregunta me la hice leyendo un artículo en que comentaba la propuesta de un candidato a las elecciones presidenciales norteamericanas, que afirmaba que había que poner barreras arancelarias a los productos chinos, porque esto perjudicaba a los trabajadores norteamericanos. Proximista, ¿no? Pero el autor del artículo decía queesto nos llevaría a cerrar la economía, de modo que, claro, los trabajadores ahora amenazados por las importaciones chinas mantendrían su puesto de trabajo, pero con un coste excesivo para todos los demás, y que, al final, probablemente llevaría a perder aquel puesto de trabajo. ¿Generalista?

El problema radica en lo que ambas definiciones no dicen claramente. La generalista puede estar ocultando la anonimización de las relaciones humanas: el otro no tiene cara ni nombre; es solo un número y, claro, cuanto más alto sea el número, mejor será el resultado (si es bueno). En la empresa, el poder tiende a burocratizarse y a despegarse de la persona concreta. Y no hace falta romperse la cabeza para darnos cuenta de que las empresas modernas, sobre todo las grandes, se han despersonalizado mucho, y que muchas estrategias de RS acaban haciendo el juego al número y a la abstracción; basta leer algunas memorias de Responsabilidad Social.

Claro que la proximista puede hacerse corta de miras, pendiente de ganar los votos de algunos más que de solucionar sus problemas humanos. El consumo “kilómetro cero” puede ser una magnífica estrategia para proteger a los que están próximos, pero también para favorecer la pasividad, el mantenimiento del statu quo: siempre habrá un perjudicado próximo, que justifique el rechazo del que está lejos.

Como es lógico, me parece que la solución está con un pie en cada lado. Y esto no es ser ecléctico, sino aplicar ese gran criterio de todas las decisiones, que es la prudencia. El criterio de generalidad es relevante para las cosas, que son importantes –y ahí es donde los argumentos sobre la producción, los mercados y los costes son importantes. El criterio de proximidad se refiere a las personas. Ed Freeman comentaba, hace ya unos años, que había que poner “cara y voz” a los stakeholders. Claro que también debemos ampliar el alcance de nuestros stakeholders: no son solo los empleados de mi fábrica, sino también sus familias, los vecinos, los del barrio, los que compran mis productos, mis proveedores… hasta llegar a los chinos, lejanos, pero que también merecen mi atención.

La cara triste del pobre que me pide limosna en la esquina es una llamada a mi responsabilidad. Al subsahariano que recolecta los plátanos que me como no lo veré nunca, pero tiene una cara también. Hay que saber poner las cosas en su sitio: la RS no se nutre de principios generales, sino de realidades, realidades de personas, unas próximas, que me golpean en el corazón, y otras remotas, que también deberían golpearme.

Chesterton salió un día en defensa de una niña pobre, de barrio, probablemente sucia y hambrienta, que tenía unas bonitas trenzas rojas que le querían cortar porque había una epidemia de piojos, y la manera de solucionar el problema de muchos miles de niños era pelarlos a todos. “Si el propietario, la ley y la ciencia están en contra del pelo de la niña, entonces el propietario, la ley la ciencia deben derrumbarse”, decía Chesterton.

“Antonio”, me dice el lector, “pero no me has dado la solución”. Claro: ya he dicho que la solución no está en los principios generales. Está en las personas. La RS de las empresas no se debe regir por criterios meramente cuantitativos. Ni tampoco la política de los países. La cara sonriente o triste y las trenzas rojas me están gritando: tú, ¿para quíén gobiernas tu empresa, o tu país?

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