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Muchos avances se han producido en los últimos tiempos, pero sin duda en 2015 no sólo se dieron importantes saltos hacia un enfoque más sustentable en el mundo empresarial, sino que junto con los gobiernos y la sociedad civil, se sentaron las bases de la hoja de ruta a acometer en el corto y medio plazo. Con estos pilares ya colocados, queda la no menos difícil tarea de empezar a construir la casa de un futuro común, basado en la creación de valor transversal a los diferentes grupos de interés

Ya en los primeros días de 2016, y pensando en cuáles serán los desafíos para las compañías en los próximos meses, es interesante echar la vista atrás por un momento y hacer balance de lo que trajo el año que despedimos.

Muchos son los artículos que habrán podido leer al respecto, pero desde mi perspectiva, la mirada de cada uno de nosotros enriquece la memoria colectiva del 2015. Sin duda fue un gran año para quienes trabajamos en promover la responsabilidad social en las empresas y la incorporación de la sostenibilidad como objetivo en sus planes y actividades. Por ello, y a modo de titular, permítanme que lo califique como “el año que vivimos intensamente”.

Muchos avances se han producido en los últimos tiempos, pero sin duda en 2015 no sólo se dieron importantes saltos hacia un enfoque más sustentable en el mundo empresarial, sino que junto con los gobiernos y la sociedad civil, se sentaron las bases de la hoja de ruta a acometer en el corto y medio plazo. Con estos pilares ya colocados, queda la no menos difícil tarea de empezar a construir la casa de un futuro común, basado en la creación de valor transversal a los diferentes grupos de interés.

Dos han sido las grandes líneas de progreso en el año, por un lado la incorporación de los desafíos socioambientales globales en la agenda empresarial, con especial énfasis en el cambio climático y la lucha contra la pobreza y desigualdad, y por otro el fortalecimiento de la transparencia y reportabilidad corporativa. A modo de paralelismo con la gestión empresarial, comencemos por el contexto socioambiental, y los avances en la gestión de los desafíos al respecto, para terminar describiendo los principales hitos respecto de la comunicación en la creación de valor, más allá de la tradicional división entre aspectos financieros y no financieros.

En un escenario de alerta en cuanto a las condiciones ambientales y sociales en el planeta, y una perspectiva en nada positiva debido al desarrollo empresarial cortoplacista, la inacción de los gobiernos y el crecimiento poblacional, a finales de mayo ve la luz la encíclica Laudato si, centrada en el medio ambiente y el desarrollo sostenible. Es obvia la pregunta de por qué hablar de posturas religiosas, y debo confesar la sorpresa que inicialmente me causó la amplia repercusión entre mis colegas del citado texto. Pero madurando respecto de ese primer momento, hay dos elementos claves para entender su importancia. Por un lado, la transcendencia de la opinión del Pontífice entre millones de personas, incluyendo un amplio sector de la clase dirigente pública y privada, esto es, de importantes líderes empresariales. Y por otro, la legitimación de aspectos clave para los que determinados sectores más conservadores habían permanecido reacios, especialmente la naturaleza antropogénica del cambio climático. Si bien existen antecedentes de la postura de la Iglesia Católica respecto a la responsabilidad social, para las empresas esta encíclica supone un nuevo llamado de atención sobre la importancia de la reducción o mitigación del impacto negativo de sus actividades, y el fortalecimiento de aquellos positivos, trabajando además en acciones coordinadas junto a gobiernos y sociedad, que permitan el cuidado de “la casa común”.

A mediados de julio dio inicio el triatlón de cumbres internacionales que marcó el segundo semestre del año y ha instaurado la hoja de ruta de los esfuerzos internacionales para garantizar el desarrollo sostenible. Reunidos en Addis Abeba, en el marco de la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, los países miembros de Naciones Unidas aprobaron un nuevo marco global al respecto, que hace especial énfasis en focalizar los aportes que se realizan desde los estados, alienándolos con los objetivos internacionales en materia de desarrollo sostenible, a las puertas de la siguiente gran cumbre, en mantener dichas ayudas en los umbrales precedentes a pesar del contexto internacional de crisis económica, y en trabajar junto al sector privado para construir y alinear iniciativas público privadas en las áreas prioritarias de intervención, caso de las infraestructuras o la tecnología.

Con el escenario del financiamiento clarificado, se intensificaron los esfuerzos para aprobar una nueva agenda de desarrollo internacional, luego de que en 2015 llegara a su fin el plazo para la consecución  de los Objetivos del Desarrollo del Milenio, aprobados en 2000 en el marco de la Declaración del Milenio, y especialmente centrados en la reducción de la pobreza a través de la intervención en diversas variables como la educación, la salud materna e infantil, y la protección de los recursos naturales. Es a finales de septiembre, en la Cumbre Especial sobre Desarrollo Sostenible, cuando los gobiernos parte de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030, nueva hoja de ruta, que a diferencia de la anterior, incluyó en su diseño una participación activa del sector privado y la sociedad civil. Como elementos clave de la agenda destacan los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS), con 169 metas, y cuyos indicadores serán presentados en el primer semestre de 2016. A diferencia de los ODM, estos objetivos aplican tanto a los países en vías de desarrollo como aquellos ya desarrollados, y su enfoque es de dimensiones más amplias, incorporando a la lucha contra la pobreza, un mayor énfasis en otros desafíos como el cambio climático, la protección de la biodiversidad, la producción y el consumo sostenibles, por citar algunos ejemplos.

La nueva agenda no se entiende sin la contribución de las empresas, que más allá de la filantropía, han de centrarse en aquellos ODS vinculados con los impactos de sus actividades, fortalecer las acciones de responsabilidad social que ya estén efectuando al respecto y trabajar en el planteamiento de nuevas iniciativas, así como caminar hacia el desarrollo de negocios win-win. Este es un aspecto clave, la contribución a los ODS no es sólo una responsabilidad de las empresas para con sus comunidades, va más allá y constituye una excelente oportunidad de poner la innovación al servicio de desarrollo de productos y servicios que, además de generar retorno para la empresa, contribuyan a avanzar en soluciones a estos desafíos, además de fortalecer la gestión de los riesgos para la empresa, como el desabastecimiento de materias primas. 

Durante 2015, especialmente en el segundo semestre, una grave crisis se tomó los medios de comunicación, golpeó la conciencia de gran parte de la ciudadanía, y puso a prueba la capacidad de los gobiernos para reaccionar de manera conjunta ante crisis globales. Ya habrán identificado que me refiero al éxodo de migrantes hacia Europa procedentes de medio oriente, principalmente causado por los conflictos que afectan a la zona, caso de la guerra en Siria. Debido a la pésima reacción de las instituciones gubernamentales, incapaces de liberarse de las cadenas de la burocracia y el estatus quo de la diplomacia, y la convulsión generada en la sociedad civil, caldo de cultivo para los extremismos, pasó inadvertido el rol que las empresas podían y pueden desempeñar al respecto. Más allá de la filantropía, este desafortunado hecho suponía una oportunidad para la intervención de aquellas empresas con operaciones o eslabones de su cadena de suministro en los países de origen, de paso, y de destino, así como con actividades asociadas a los aspectos clave a resolver en la crisis: alojamiento, manutención y transporte, entre otras. Lo que nos deja esta crisis, aún irresuelta, es la necesidad de una mayor coordinación de gobiernos, empresas y sociedad civil, y el involucramiento activo de las compañías más allá de la entrega de fondos, aportando su know-how.

Hablando de coordinación para la resolución de grandes desafíos, a finales de noviembre llegó la vigésimo primera Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), final del triatlón internacional señalado para 2015. En un contexto de incertidumbre, ante el fracaso de anteriores cumbres del clima, finalmente se llegó a un consenso, plasmado en el Acuerdo de París. En el mismo, los gobiernos se comprometen a trabajar para que el aumento de temperatura no supere los 2°C a finales de este siglo, incluso con la posibilidad de que los esfuerzos permitan no sobrepasar el umbral de 1,5°C, mediante la reducción de las emisiones de Gases de Efecto invernadero (GEIs) y la transición a una economía menos dependiente de los combustibles fósiles. A nivel de cada estado, será obligatoria la presentación de una estimación de la contribución a la reducción global de emisiones de GEIs (INDC, Contribuciones Decididas a Escala Nacional), que previamente a la cumbre ya habían emitido el 95% de los 195 países firmantes, si bien las metas incluidas no serán vinculantes. Estas contribuciones serán revisadas cada 5 años, con el objetivo de que vayan siendo cada vez más ambiciosas. El otro instrumento para los estados son los inventarios nacionales, que cada país presentará de manera periódica, dimensionando sus emisiones y las absorciones mediante sumideros, con distinto grado de exigencia en la profundidad de la información según sea el nivel de desarrollo del país. Finalmente destaca la aprobación de un fondo anual a partir de 2020, fecha de entrada en vigor del acuerdo, por parte de los países desarrollados y con la posible contribución voluntaria de aquellos emergentes que deseen sumarse, destinado que los estados con menos recursos puedan implementar iniciativas de adaptación al cambio climático y de desarrollo de modelos económicos con bajas emisiones de GEIs; se estima que el fondo estará dotado de MUSD 100.000 anuales.

Para las empresas el cambio climático no debe quedarse en el rol de riesgo o desafío, sino que es posible su transformación en oportunidad. Luego del Acuerdo de País, y como ya venía ocurriendo con programas nacionales e iniciativas transnacionales de reducción de emisiones, las compañías se encuentran ante nuevas posibilidades de negocio, en que mediante la innovación, pueden desarrollar productos y servicios que contribuyan como soluciones de adaptación a los efectos del cambio climático, así como a la reducción de emisiones de GEIs, integrándose en los nuevos modelos económicos bajos en carbono cuyo desarrollo se busca estimular. Asimismo, las empresas pueden trabajar en la mejora de su eficiencia operacional y otras medidas internas que, reduciendo emisiones, contribuyen además al ahorro de costes y la gestión de riesgos.

En este escenario de fijación de consenso en torno a los grandes desafíos globales, y el papel que las compañías pueden tener al respecto, ha quedado claro durante el año la necesidad de establecer focos que permitan priorizar las actuaciones, del trabajo colaborativo con los gobiernos y la sociedad civil, y la posibilidad de ir más allá de la responsabilidad social, generando nuevos modelos de negocio con un enfoque win-win, para la empresa y la sociedad.

En un segundo artículo abordaré los grandes hitos en materia de transparencia y comunicación de la creación de valor por parte del sector privado, y la consolidación de los requerimientos de información por grupos de interés como los inversionistas.

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