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La Asociación DIRSE, que desde su creación el pasado año agrupa a los profesionales que en España dirigen o se ocupan en las áreas de responsabilidad social (RS) de empresas o instituciones, públicas o privadas, edito en febrero de 2014, con singular éxito, el novedoso primer Informe sobre la función de la RS en España que, ahora, en noviembre de 2014, se completa con un trabajo Repensar la RS que profundiza en el propio estudio y cuenta, una vez más, con la colaboración de la cátedra de Ética Empresarial de la Universidad de Comillas y G-Avizor; además, la nueva publicación incluye la opinión de algunos de los más destacados protagonistas españoles de la responsabilidad social, sabedores de que la práctica y el ejemplo siempre nos ayudan y nos guían en este proceso al que llamamos educación que debería acompañarnos, sin agotarse, a lo largo de toda nuestra vida.

Fomentar políticas y buenas prácticas de RS; dar apoyo, formar y promover el reconocimiento de la función de los profesionales de la RS es el principal objetivo de la asociación, que hinca sus raíces en un decidido espíritu innovador, al fin no otra cosa que saber preguntarnos sinceramente –cada día– cómo y qué podemos hacer para mejorar personal y profesionalmente y ponernos honestamente a la tarea. Por eso, precisamente, y a la luz de la reciente Estrategia Española de RS y de las nuevas orientaciones de la UE, desde la honradez intelectual (no cabe otra forma de hacerlo) hemos vuelto a meditar sobre la responsabilidad social: repensar lo pensado y desaber lo sabido es, como nos enseñara Antonio Machado, la única forma de volver a creer en algo.

Una hermosa reflexión y un particular empeño que justifican una tarea tan novedosa, y tan excitante, como la de todos aquellas personas –académicos, profesionales, medios de comunicación, consultores, estudiosos, dirigentes, trabajadores, hombres y mujeres cabales– que han decidido que la responsabilidad social es la mejor justificación, si es que se necesita alguna, para recuperar las ilusiones básicas que se hayan agotado y, en una época nueva, regenerar y rehacer la confianza perdida y seguir creyendo en las personas y en las instituciones; en los comportamientos éticos y transparentes, en el respeto a los derechos humanos y en la función social que tienen que jugar siempre los ciudadanos, las empresas de cualquier dimensión y las organizaciones de toda índole, cuyos integrantes deben ser necesariamente honestos y responsables si desean permanecer libres, recordando, como escribiera William Faulkner: “...el deber de un hombre, el individuo, cada individuo, todos los individuos, de ser responsables de las consecuencias de sus propios actos, pagar sus propias cuentas, no deberle nada a otro hombre...”

Por su propia razón de ser, el dirse no puede ser o convertirse en el espectador indiferente de una sociedad cuyos fundamentos son cada vez más frágiles, ni olvidarse de los acontecimientos que protagoniza su organización o del devenir de su propia empresa: tiene que obligarse a vivir con su historia, asumirla y meterse dentro de ella, y debe coprotagonizar una trayectoria vital que en estos tiempos solo puede ser ejemplar, limpia y decente.

Los dirse no pueden tolerar ni volver la espalda a la corrupción imperante ni a la desigualdad, ambas talón de Aquiles de la economía moderna, y aun de la propia sociedad; ni dejarse seducir por la psicopolítica, ese moderno sistema de dominación que, como avisa el filósofo Byung-Chul Han, merced a la hipercomunicación que nos rodea/atrapa, consigue que los hombres, sin ser conscientes, se sometan por sí mismos al psicopoder que explota y anula su libertad.

Los dirse deben ser coherentes sin excusas, diciendo lo que deben y haciendo lo que dicen, huyendo de la subcontratación responsable, esa práctica relativamente extendida que permite a otros –normalmente mercenarios descreídos– convertirse en vicarios indeseables que copian y aplican idéntico patrón a cualesquiera organización, industrializan las prácticas de RS y olvidan las enriquecedoras e inevitables diferencias. No podemos confundir progreso con velocidad, como denuncia Bauman, y buscar atajos que solo nos conducen al precipicio; deberíamos alejarnos de esa moderna tendencia al facilismo, consecuencia de un llamado síndrome de la impaciencia que nos ha hecho olvidar principios tan importantes como esfuerzo, trabajo o decencia, valores que ya parecen haber perdido su significado porque todos nos hemos acostumbrado a hacer virtud del inmediato beneficio material, y así nos ha ido.

En la deseable paideia de los ciudadanos y de las instituciones, en una época nueva, los dirse deberían ser protagonistas principales de un proceso educativo que ayude al desarrollo integral de la persona con el adobo de un actuar solidario, decente y cabal; y con el añadido, desde la inquietud intelectual, de eso que se llama la significación pedagógica del ejemplo, una exigencia que debería adornar siempre a los líderes y dirigentes de cualquier clase. No será fácil: les queda a los dirse una larga andadura; estamos en el principio de un camino que nos conduce inexorablemente a una nueva forma de hacer empresas y organizaciones, y a reescribir el rol que las instituciones deben asumir en el nuevo contrato social que se nos demanda. Desde la convicción, los dirse serán –ya lo están haciendo– sembradores y más impulsores que ejecutores. Como si de un nuevo oficio se tratara, los dirse habrán de ser capaces de resetear periódicamente esa realidad dinámica llamada empresa que para ser sostenible –y ahí está el futuro– debe estar siempre abierta a la búsqueda de la excelencia.

Los dirse –gestores hoy de una nueva narrativa de la empresa– trabajan ya para el futuro, sabedores, como escribió Albert Camus, de que “la verdadera generosidad con el porvenir consiste en darlo todo en el presente”. Y con esa convicción y ese propósito, que es su singular destino, cada dirse, y todos y cada uno, deben ser capaces de escribir su particular breviario y de recorrer su propio, y largo camino.

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