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La frase no es mía, pero la suscribo: “Las ideas están sobrevaloradas”. Aun reconociendo que sin una idea de partida no hay plan que seguir, lo cierto es que una idea, para que sea mucho más que eso -una idea- ha de rodar y pasar por muchas etapas. Igual que una persona necesita 9 meses de gestación y toda la vida para desarrollarse,  una idea también necesita su periodo de incubación, de crecimiento, de maduración, de explosión y, si es necesario, de autodestrucción.

Por eso creo  que las ideas están sobrevaloradas. Ahí van los cinco motivos que explican por qué.

1. Una idea sola, aislada, no vale. Para que sea algo más que una idea tiene que tener en su ADN el potencial de algo más grande, de una visión, de un concepto, de un mundo de posibilidades casi  infinito (si se me permite esa expresión). Pensemos, por ejemplo, en Facebook: lo que surgió como un directorio de universitarios, podría llegar a convertirse en el sistema de comunicación del S XXI, en palabras de su creador, Mark Zuckerberg. O pensemos en Red Bull: lo que empezó como una bebida energética, ya tenía el potencial de convertirse en un concepto global vinculado al desafío de los límites. O pensemos en Star Wars: donde algunos vieron sólo una película de espacio (y la rechazaron como tal) George Lucas vio un universo que contar, casi tan inmenso como el “Señor de los Anillos” de Tolkien. O pensemos, por último, en J.K Rowling: lo que nació como un cuento para leer a sus hijos, le ha llevado a ser la primera fortuna de UK gracias a la construcción de un mundo maravilloso asociado a la magia.

2. Una idea no es nada sin un plan de ejecución.  Para que una idea pase del potencial (por grande que sea) necesita plasmarse en un proyecto concreto. Esto significa definir un cronograma, establecer objetivos e hitos a corto, medio y largo plazo. Significa también definir planes de contingencia (qué pasa si no logró estos u otros objetivos), árboles de decisiones con varias rutas alternativas que seguir y, sobre todo, mucha programación y constancia.

3. Una idea no es nada si no se eres capaz de “vendérsela” a los demás (por lo general a inversores o a tus jefes). Si quieres montar una empresa, a menos que seas rico y dispongas de financiación propia (que no es algo muy común) no te queda más remedio que convencer a otros para conseguir fondos necesarios que te permitan empezar a rodar. Y, por regla general, esto no va de sentarse ante un inversor y decirle “confía en mi, ten fe en mi”. El dinero tiene la fe del retorno (del ROI) no del espíritu. Así qué ya puedes hacer lo posible para que crean lo que ven… y eso suele ser un plan de trabajo serio, no una utopía. Y exactamente pasa igual si eres “intraemprendedor”: o convences a tus jefes para que te den recursos o te dedicas a hacer lo que manda el “reglamento”.

4. El primer éxito de una idea no es encontrar la primera financiaciónsino encontrar un modelo sostenible a futuro, definiendo en cada caso los resultados esperados: ingresos, clientes, proyectos, beneficiarios, etc. No será la primera vez que quien tiene una idea y consigue los recursos iniciales, fracasa rotundamente. Se puede fracasar después de haberlo intentado hasta la extenuación. Lo que no se puede es fracasar por pensar que tus primeros recursos son tu primer éxito. No será la primera vez que algunos emprendedores que han conseguido lo que los anglosajones llama “capacity building”, fracasan porque creen que ya han llegado. Ese dinero vale para empezar a ejecutar, no para, por ejemplo, cambiarse a unas oficinas mejores. Ese primer dinero es la prueba más visible de que, bien usado, la idea puede ser más que eso, una idea. Y al contrario: la prueba más evidente de la suerte que pude correr una buena idea cuando no se piensa en cómo hacerla sostenible.

5. Una idea -a diferencia de los diamantes de James Bond- no es para siempre: tiene que ser capaz de transformarse, evolucionar y, si es necesario, autodestuirse a sí misma y permitir su canibalización. Llega un momento en que hay que saber cuándo cambiar el paso y evolucionar una idea y, simplemente, reinventarse. Si no lo haces tú, otros (el mercado o tus jefes) lo harán por ti. Por eso no conviene aferrarse a una idea sin saber que su propia evolución puede llevarte a matarla. Por ejemplo, Kodak registró su primera patente de fotografía digital en la década de los 70 del silo pasado; no tuvieron el plan B para canibalizar su tradicional rollo de película y hoy ya sabemos todos el final del “su idea”.

Por eso creo que las ideas están sobrevaloradas. Y dicho todo lo dicho… no olvidemos una cosa: sin ideas, no hay nada de nada.

*Imagen extraída de mahermanoubi.com

http://www.albertoandreu.com/

@aandreup

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