Publicado el

La expropiación de casi el 90% de las acciones de la petrolera YPF en manos de la compañía española Repsol confiesa el profundo –y cabe decir también alarmante– desconocimiento por el gobierno presidido por Cristina Fernández de Kirchner de lo que un mundo globalizado implica la Economía de la Reputación.

Porque más allá de la inseguridad jurídica que un gesto de esta naturaleza transmite a los mercados y a cuantas empresas estén sopesando extender sus actividades a Argentina, la decisión tomada afecta y golpea de lleno al hecho esencial de esta Economía de la Reputación: que hoy en día, las percepciones en forma de admiración, respeto y confianza que se tienen lo mismo de una empresa que de una nación condicionan nuestra valoración y nuestro comportamiento hacia ella. En este sentido, lo que más me preocupa del “caso YPF” es el efecto que pueda tener en las respectivas percepciones –y, por tanto, relaciones– de nuestros dos países, caracterizadas hasta hace bien poco por lo que podríamos denominar “un amor correspondido”.

En todo caso, no está de más recordar que ya en 2010 nuestro informe La reputación de España en el mundo alertaba de la creciente animosidad de las instancias oficiales y oficiosas argentinas contra la presencia de las empresas españolas en el país, en un intento, tan burdo como maniqueo, de recuperar viejos estereotipos del pasado. Y contrastábamos este hecho con la excelente reputación de España en la opinión pública de Argentina, la mejor de todos los países latinoamericanos medidos en el mencionado informe. Seguramente, esta pista debería habernos bastado para prever lo que se nos echaba encima, porque desde entonces la presión no ha hecho sino ir en aumento, pergeñando una mitología de expoliadores y expoliados –alimentada por lo peor de los resabios de la ideología peronista– en la que a España y sus empresas les toca interpretar el mismo papel que hace más de una década correspondió al Fondo Monetario Internacional (FMI). Es en estas críticas circunstancias cuando adquieren toda su trascendencia las palabras del ministro Margallo en favor de una diplomacia pública que, más allá de referencias turísticas o culturales, sirva de verdad para defender el proceso de internacionalización de la economía española a través de sus empresas.

reputacion_argentina_en_otros_paises¿Ha afectado todo esto a la valoración que los españoles tenemos de Argentina? El gráfico I, que muestra la reputación de Argentina en cada uno de los 15 países en que se medió en nuestro Country RepTrak™ 2011, refleja fielmente el estado de la cuestión. Muy brevemente: los españoles son los ciudadanos que más admiración profesan por Argentina (sólo superados, todo hay que decirlo, por la que los propios argentinos sienten por su país). Es entre nosotros donde Argentina obtiene la mejor valoración: 57,1 puntos, casi 7 puntos más que la media de los 15 países encuestados. Además, España supera en 5 puntos la media de los otros cuatro países europeos (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) que evaluaron a Argentina, y en casi ¡9 puntos! la media que Argentina cosechó en el conjunto de países latinoamericanos incluidos en el Country RepTrak™ 2011 (Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, México y Perú).


Y los argentinos, ¿acaso sienten por España la misma admiración? Desde luego que no. En el conjunto de los 25 países evaluados por Argentina, España ocupa la 10ª posición con 56,3 puntos, 15 puntos menos que el país por el que los argentinos sienten más admiración: Japón. España es, además, el país europeo que peor valoran los argentinos, sólo superado –¡faltaría más!– por Reino Unido, pero incluso aquí la distancia con nuestro socios británicos –12 puntos– es menor que la que nos separa de los japoneses. Para los argentinos tenemos una reputación similar a la de Italia y un poco mejor que la de Chile, su rival de toda la vida.

En tan sólo un año, las cosas han dado un giro de 180º y los datos del Country RepTrak™ 2011 no hacen sino constatar la ruptura de dos viejos amantes. En este tiempo, Argentina ha pasado de ser el país latinoamericano que mejor “nos veía” a ser el que peor “nos ve”.  Tanto es así que Argentina, junto con Alemania y Francia, es el país, de acuerdo con el Country Reptrak™ 2011, donde nuestra reputación más ha caído. Curiosamente, los países donde tradicionalmente hemos tenido una percepción más positiva. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?

Resulta evidente que en el caso de Alemania y Francia el deterioro de reputación española tiene un origen económico. A nuestra preocupante pérdida de credibilidad en la escena internacional se ha añadido la posibilidad de que sean los ciudadanos de estos dos países quienes tengan que correr con el grueso del esfuerzo económico si España llega a ser intervenida, lo que cada vez afecta más negativamente nuestra percepción en la opinión pública de ambos países.

Esta explicación no sirve para Argentina, si nos fijamos, por ejemplo, en que nuestra reputación ha mejorado de manera sensible en las otras dos grandes economías del continente latinoamericano, como son Brasil y México. Entonces, ¿porqué Argentina constituye la excepción en un sentido del todo opuesto a la que constituía hace justo un año? Al final, las maniobras de descrédito contra lo español personificado en las empresas de nuestro país que operan en Argentina han terminado por calar en los componentes más emocionales de su opinión pública.

Optimized-Grafico_2El gráfico 2, que recoge la puntuación que los españoles damos a cada uno de los atributos de la reputación argentina, y viceversa, resume las causas más íntimas de esta ruptura amorosa. Excepto en 2 de los 16 atributos evaluados, España está claramente mejor que Argentina. O dicho de otros modo, los argentinos nos ven mejor de lo que nosotros les vemos a ellos. Por ejemplo, las diferencias más amplias se refieren al sistema educativo (ellos valoran el nuestro con 65,79 puntos y nosotros el suyo con 53, 76 puntos), a la tecnología e innovación (58,38 vs. 47,98 puntos), a las marcas/empresas conocidas (61,17 vs. 47,98 puntos), a la calidad de los productos/servicios (62,77 vs. 52,8 puntos) o el bienestar social (55,66 vs. 46,41 puntos).

Pero las dos excepciones son harto significativas. Ambas se refieren al componente más emocional de los atributos racionales de la reputación, ése que tiene que ver con las personas y sus cualidades de amabilidad, simpatía o confiabilidad. Aquí los datos revelan la existencia de una brecha profunda y preocupante. De repente, todo cambia de signo. A los ojos de los argentinos resultamos menos simpáticos y amables (60,20 puntos) de los que ellos nos parecen a nosotros (65,23), del mismo modo que nos encuentran menos educados y confiables (55,78 puntos) de lo que les encontramos a ellos (59,09 puntos). Es como si ese mutuo cordón de confianza secular se hubiera deshilachado repentinamente. Porque lo normal sería que dos naciones a las que tantas vicisitudes han unido en su pasado lejano y reciente las diferencias en la valoración de las respectivas cualidades de sus gentes fueran inexistentes o, en el peor de los escenarios, apenas significativas.

La decisión de expropiar deja caer en medio de nuestros dos países una bomba de espoleta retardada en forma de crisis de impredecibles consecuencias. Porque más allá de sus hipotéticos perjudicados –Repsol e indirectamente el resto de empresas españolas que operan en el país– y beneficiados –la oligarquía partitocrática que gobierna Argentina–, quienes de verdad perdemos con esta historia que nunca debía haberse comenzado a escribir somos todos los argentinos y todos los españoles. Sus protagonistas tienen que saber que con su arbitraria decisión lo único que están consiguiendo es poner en peligro los frutos de un pasado sostenido en la admiración y el cariño correspondidos. Son las relaciones hispano-argentinas las que van acusar la detonación de esta bomba. No las relaciones que se “cuecen” en las altas instancias de la política de alfombra roja, sino esas relaciones que vertebran la vida diaria de los miles y miles de argentinos que viven en nuestro país y la de los miles y miles de españoles, y sus descendientes, que viven en Argentina.

Sé que estoy escribiendo muchas de estas líneas desde el corazón. En mi descargo no voy a ocultar mi condición de gallego con muchos familiares en aquella orilla del Atlántico, con quienes, y a pesar de la distancia, me une una estrecha relación alimentada por el contacto personal y los recuerdos en boca de mis mayores. Lo suficientemente estrecha como para declarar sin asomo de rubor que en bastantes aspectos me siento más cercano a un argentino que a algunos de mis compatriotas.

Tengo ante mis ojos un curiosa separata del Boletín de Estudios de Genealogía y Heráldica de Galicia escrita por Luis López Pombo. En su portada puede leerse: “Cristina Fernández de Kirchner. Genealogía de la Excma. Sra. Cristina Elisabeth Fernández Wilhelm. Presidenta de la República de Argentina”. Pues bien. Mientras la hojeo me viene a la mente la siguiente pregunta: “¿Quién le iba a decir a don Pascasio Fernández Gómez, abuelo de la presidenta de Argentina y bautizado en la iglesia parroquial de San Pedro de Neiro, en Lugo, que un buen día una nieta suya iba a formar este lío entre el país que le vio nacer y el que tan generosamente le acogió?” Supongo que a esto se referían los clásicos cuando nos avisaban de las bromas del destino.

En este artículo se habla de:
Opinión

¡Comparte este contenido en redes!

300x300 diario responsable

Advertisement
Este sitio utiliza cookies de terceros para medir y mejorar su experiencia.
Tu decides si las aceptas o rechazas:
Más información sobre Cookies