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Hace 11 años, cuando alboreaba el tercer milenio, mi amigo José Manuel Martínez (JMM) accedió a la presidencia de Mapfre. Recogió entonces -también era marzo- el testigo que le dejó Julio Castelo y, antes, Ignacio H. de Larramendi y la hermosa herencia de los miles de hombres y mujeres que desde 1933 crearon y con su trabajo hicieron grande a la aseguradora multinacional, presente ya en 44 países.

En solo una década y al frente de un estupendo equipo, JMM multiplicó por dos veces y media los ingresos y los beneficios de la empresa, fomentó su expansión internacional y, desde un indiscutible liderazgo, con y sin crisis, convirtió a la empresa en una de las mayores y más importantes de España y en un referente mundial del bien hacer. Son hechos incontestables, tanto como que después de casi 40 años en la casa, ahora, voluntaria, generosamente y antes de cumplir la edad fijada por los estatutos, con el acuerdo unánime del consejo de administración, JMM deja la presidencia de una gran Mapfre en manos de Antonio Huertas, que será también un presidente grande y pilotará una época nueva.

José Manuel Martínez supo desde siempre -y ahí reside alguno de los secretos de su éxito- que si no se avanza recordando, se tropieza; que ningún proyecto se puede construir desde el olvido o el desdén. Y, consciente de ello, se inició en la tarea sin ataduras y sin reservas, con prudencia -que es una virtud del mando- y creciendo desde abajo, porque "no se puede mandar bien sin haber sido mandado", como escribiera Aristóteles, y como le había enseñado su padre, también asegurador y hacedor último de su pasión por una industria tan solidaria, importante y desconocida como la aseguradora.

Poco a poco, el Martínez presidente hizo las cosas con sencillez y naturalidad, lejos de complicaciones, transformando estructuras para hacerlas más modernas y practicables, recordando a la organización que los principios de siempre se podían aplicar porque seguían estando vigentes y eran la levadura y el motor del progreso y el desarrollo sostenible. Se empeñó en gestionar la empresa con criterios estrictamente empresariales y con base en valores y principios (esfuerzo, trabajo, decencia, por ejemplo) que a su vez crean valor y son la argamasa de la empresa del porvenir, aquella que está atenta a los cambios sociales y es capaz de transmitir a la opinión pública, a los mercados y a sus clientes su preocupación sincera por los temas que también preocupan e inquietan a los ciudadanos.

La empresa, así lo entiende JMM, debe desarrollarse como una institución de servicio público con el adobo de un compromiso social ineludible. Esa evidencia, además de unos resultados siempre crecientes, fuera de lo común, es parte de la herencia profesional de un murciano enamorado del grupo que ha presidido; un hombre devoto de su familia y de sus amigos, hincha sin excesos del Real Madrid, aficionado al ciclismo y amante de la mar.

Además, hablar o escribir sobre JMM es hacerlo sobre un liderazgo incuestionable, que siempre es una cuestión de carácter y, como escribe Álvarez de Mon, un proceso que tiene mucho más que ver con la acción que con la palabra. En Martínez se dan, sin estorbarse, los teóricos requerimientos del liderazgo: legitimidad, capacidad y voluntad para saber lo que se quiere y cómo conseguirlo honestamente. Y, además, algunos de los compromisos y características que definen a los que saben tirar del carro y hacer que los demás le sigan, que no otra cosa es ser líder. En JMM hay una mente y una visión globales que se suma a su profunda formación personal y profesional; a una información actualizada permanentemente y a un gran poder de comunicación, entendida como una forma de compromiso que sabe involucrar a todos en el proyecto común, que eso es la empresa. Añadamos unas gotas de su visión de futuro y de su iniciativa, fijémonos en el espejo de su ejemplo y valores, alabemos su forma de decidir y de actuar (y de reconocer sus errores para seguir aprendiendo), aprendamos de su forma de delegar y supervisar, de su humildad y de su permanente compromiso y practiquemos su empatía, esa hermosa cualidad que nos permite, con generosidad, ponernos en el lugar del otro. Si nos quedan fuerzas, sepamos que el líder Martínez trabaja más que los demás, convencido de aquella sentencia que Cervantes puso en boca de Don Quijote: "Podrán los hados quitarme la ventura, pero no el esfuerzo".

Porque, claro, a estas alturas muchos podrán pensar que JMM ha llegado al último escalón porque ha tenido mucha suerte, pero aunque las ayudas de la diosa fortuna son siempre de agradecer, la suerte, como dijo Churchill, está siempre en el cuidado de los detalles: en diseñar objetivos y estrategias y pelear por alcanzarlos, en seguir formándose cada día, en escuchar siempre a todos los colaboradores y animarlos cuando lo necesitan, en tomar decisiones -por duras que sean- llenas de sentido de la realidad y explicarlas; en delegar y dejar hacer, en viajar a Canadá para apoyar a un amigo en un momento familiar difícil, o llamar diariamente a otro para saber cómo evoluciona la enfermedad grave de su hijo; en escaparse del despacho para ver cómo se baña su nieta María, en hablar todos los días con sus tres hijos para oír su voz y atender sus demandas, en ser el permanente compañero y amigo de Marito, su mujer, y en abrigarnos el corazón, cuando lo hemos necesitado, a los que tuvimos la fortuna de trabajar con él o a su lado.

Se va un líder directivo y empresarial irrepetible, carismático, de los que son necesarios para que un país prospere, y lo hace humildemente, sin mirarse el ombligo, con el reconocimiento internacional y el abrazo de todos los que le quieren. Tiene el propósito de descansar y seguir ayudando a los que lo necesiten, y con la satisfacción del deber cumplido, es sabedor de que el mundo no se acaba allá donde alcanzan los ojos porque siempre hay un horizonte más allá y, como hijo de honestas convicciones, José Manuel repetirá aquella misteriosa verdad de Heráclito: "Una sola cosa es la sabiduría: conocer con juicio verdadero cómo todas las cosas son gobernadas a través de todas las cosas". Gracias.

Juan José Almagro.

Doctor en Ciencias del Trabajo. Abogado

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